El 28 de agosto de 1565, día de San Agustín, el asturiano Pedro Menéndez de Avilés avista las playas de la Florida. Felipe II lo ha enviado para expulsar a los hugonotes franceses que han osado instalarse en las tierras que, décadas antes, en 1513, descubriera Juan Ponce de León . Menéndez es su mejor marino, el más indicado para la misión, como ha demostrado como capitán de la carrera de Indias. Tiene además motivos personales para embarcarse hasta allí: busca a un hijo que cree naufragado en aquellas aguas. Pocos días después, el 8 de septiembre, desembarca con 600 hombres y asienta sus reales pocas leguas al sur del fuerte francés. Bautiza el primitivo establecimiento en honor al santo del día en que divisó aquella costa: San Agustín . Hoy, 459 años después, esta población del actual estado de Florida seguirá siendo la ciudad habitada sin interrupción más antigua de los Estados Unidos. El bravo asturiano cumple con eficacia su cometido y barre a los invasores herejes. San Agustín permanece en manos españolas hasta 1821 , salvo un par de décadas tras la guerra de los Siete Años en que es cedida a los británicos (1763-1783). Bajo soberanía de Austrias y Borbones, se convierte en bastión para defender las posesiones en América y los buques cargados de tesoros en su tornaviaje a la Península, amén de foco de expansión de la fe cristiana a través de una red de misiones y refugio para esclavos huidos de las plantaciones de las Carolinas y Georgia, que obtienen libertad a cambio de lealtad al rey. Pedro Menéndez, investido con el título de adelantado de la Florida y luego gobernador de Cuba, sigue prestando servicio a la Corona hasta el final de sus días. En septiembre de 1574, cuando prepara en Santander una armada de cientos de barcos y miles de hombres para socorrer a Luis de Requesens frente a una rebelión en Flandes, cae enfermo. Fallece el 17 de ese mes. Pero los azares de la historia hacen que, incluso siglos después, su figura esté llamada a protagonizar un nuevo hito en la política exterior española. La gesta póstuma del adelantado de la Florida tiene que ver con el trasiego de sus restos mortales. Menéndez deja dispuesto en sus últimas voluntades el deseo de ser enterrado en la iglesia de San Nicolás de Bari en Avilés, su villa natal. Poco después de fallecer se embarca su cuerpo con destino al puerto avilesino, pero una galerna obliga a buscar refugio en Llanes y es en esta localidad asturiana donde reposa inicialmente. Los despojos del insigne marino acaban regresando a Avilés, pero no es hasta 1919 cuando el ayuntamiento de la ciudad decide levantar un mausoleo para que descansen con la dignidad debida. En 1924, dos siglos y medio después de su muerte, el sepulcro definitivo está listo. Para la ocasión se organiza en Avilés un homenaje al marino que, más allá del baño de orgullo local por su héroe, supone un momento clave para cerrar las heridas con los Estados Unidos, aún abiertas tras la guerra de Cuba de 1898. Gracias al empeño de un pequeño grupo de ciudadanos de ambos lados del Atlántico que abogaban por estrechar lazos, se invita a los fastos en Avilés a una delegación americana. John B. Stetson , empresario y promotor de la historia de la Florida; Ángel Cuesta Lamadrid , tabaquero asturiano afincado en Tampa; Julián Orbón , periodista asturiano, y José Antonio Rodríguez , empresario de Avilés, son algunos de los promotores. A ellos se suma el corresponsal de ABC en Nueva York, Miguel de Zárraga , quien desde las páginas del periódico promueve los puentes con los Estados Unidos y tiene un papel destacado en el éxito de la iniciativa. Ya meses antes del homenaje, en abril de 1924, Zárraga publica un amplio reportaje titulado 'Manifestaciones de españolismo en la Florida', en el que da cuenta del «espontáneo homenaje» anual a España de las autoridades y vecinos de San Agustín, conmemorando el descubrimiento de esas tierras por Ponce de León y la fundación de la ciudad más antigua de Norteamérica por Menéndez de Avilés. Aquel año las fiestas duran tres días y, según el periodista de ABC, a lo largo de ellos «nuestra España revivió sobre la tierra encantadora donde Ponce de León creyera encontrar la fuente de la eterna juventud. Revivió nuestra España y reinó con ella nuestro espíritu». En la recreación de aquellas gestas no falta Isabel la Católica, «encarnada por miss Edith Montague Power, de San Agustín» y acompañada por sus damas, nobles y pajes, mientras que a Juan Ponce lo representa «el joven banquero de Jacksonville Leonard A. Usina» y a Pedro Menéndez «el comandante del Ejército norteamericano Herbert Dyer». «¿Qué hará España para corresponder al homenaje de la ciudad de San Agustín?», se pregunta entonces Zárraga. A su juicio, es «un ineludible deber de patriotismo el de no cerrar los ojos, '¡y menos el corazón!, ante esas tan fraternales palpitaciones del espíritu español que, como un tesoro, guardan y enaltecen los norteamericanos de ese paraíso que descubriera y colonizara el soñador caballero Ponce de León». Y deja caer: «No seamos nosotros mismos una vez más los que echemos a España de aquí…». Finalmente, la representación estadounidense llega a Madrid en agosto. El día 5 visita la Casa de Blanco y Negro y ABC, que destaca en una foto: «Los delegados de la ciudad norteamericana de San Agustín, de la Florida, que han venido para asistir al traslado de los restos del adelantado Pedro Menéndez, de Avilés, durante la visita que hicieron al edificio de Prensa Española». Poco después, el día 8, tiene lugar la recepción de la comitiva en el Ayuntamiento de Avilés, a la que acude el embajador de EE.UU., Alexander P. Moore . Según Miguel de Zárraga, que ha cruzado el Atlántico para acompañar a la delegación, Moore destaca el «talento excepcional» y el «patriotismo inmenso» de Alfonso XIII, «que por sus solas obras ha realizado el milagro de consolidar su Monarquía, convirtiendo en amigos y colaboradores a los que alguna vez se consideraron sus adversarios». El propio Zárraga interviene para destacar que avilesinos, asturianos y españoles «pueden y deben sentirse orgullosos de este héroe», en referencia a Pedro Menéndez, cuyos «nietos» casi llenan medio mundo, resalta. Al día siguiente se trasladan, con «toda solemnidad», los restos del adelantado a su mausoleo, «presidido el acto por el capitán general de la región, comandante general del departamento marítimo, embajador de los Estados Unidos, alcalde de Avilés y delegados de La Florida», recoge la crónica en ABC. «Un numeroso gentío presenció el paso de la procesión cívico-religiosa, y se congregó en la iglesia de la Merced, donde se celebró un solemne funeral, en el que pronunció la oración fúnebre, en memoria del Adelantado, el ilustre sacerdote D. José Menéndez, correspondiente de la Real Academia de la Historia». Tras los oficios religiosos, «en la misma forma procesional, solemnísima, se dirigió la comitiva a la iglesia de San Nicolás Antiguo , donde fueron depositados los restos de don Pedro Menéndez en la nueva sepultura, y seguidamente se trasladaron los señores de la comitiva al Parque, para depositar coronas en el monumento al Adelantado, hablando allí, con gran elocuencia, el obispo de Oviedo». Una foto publicada en ABC muestra la urna, a su salida del Ayuntamiento, «llevada en hombros por el agregado militar de la Embajada de los Estados Unidos, ayudantes del capitán general y del gobernador militar y delegado gubernativo». Posteriormente tiene lugar un banquete en el Gran Hotel, donde «se pronunciaron elocuentes discursos, especialmente el alcalde de Avilés y el ex ministro Sr. Goicoechea». Las fiestas en honor del adelantado de la Florida se completan «brillantemente» con baile en el Casino, festival en la Asociación de Caridad, romería asturiana y baile de mantones en el Club Náutico de Salinas, publicaba ABC días después. «Con aquel encuentro se dio inicio a unas nuevas relaciones al más alto nivel, entre las dos naciones, resquebrajadas tras la guerra de Cuba», destaca a ABC, un siglo después, Román Antonio Álvarez , miembro correspondiente del Real Instituto de Estudios Asturianos (Ridea). Se trata, subraya, de «la primera vez que una ciudad norteamericana enviaba una delegación al extranjero» y de la primera en que «miembros del Ejército norteamericano participaban en un acto oficial junto con colegas de armas del Ejército español, llevando a hombros el ataúd del insigne avilesino por las calles». A los actos en Avilés le sigue la visita poco después a Alfonso XIII en el Palacio de la Magdalena de Santander, donde veranea. «En cuanto el Rey se enteró de que ya estaban en Santander los representantes del Estado de la Florida y los delegados de la ciudad de San Agustín, se apresuró a pedirme que los llevara a Palacio –escribía Miguel de Zárraga–-. Había baile en la Magdalena aquella noche, y Su Majestad quería que allá fuesen. Y, por si esto fuera aún poco, les invitó a almorzar en Palacio a la mañana siguiente». A los norteamericanos, continúa el periodista de ABC, «toda esta amabilidad del Monarca» les parece «un sueño». «¡Ahora se asombran de que el Real Palacio de la Magdalena nada tenga que envidiar a la Casa Blanca de Washington!». El Rey saluda, «uno por uno», a los catorce delegados, que «pudieron conversar sin etiqueta alguna con el Monarca, encantado ante la tan simpática ingenuidad de sus visitantes», refiere la crónica. Al día siguiente regresan para el almuerzo, precedido de unos cócteles en «la mayor intimidad». Además de la Reina Doña Victoria Eugenia , acude el general Miguel Primo de Rivera . «La sobremesa se prolongó más de una hora, y los norteamericanos ya no sabían cómo agradecer tanta atención. S. M. la Reina hizo la tertulia a las señoras, presentándolas a sus augustos hijos, mientras los caballeros fumábamos unos cigarros con el Rey…», continúa el relato. De Zárraga deja clara la trascendencia de esta visita. «Y lo que el Rey ha hecho en espontáneo agasajo de los delegados de la Florida será comentado en aquel Nuevo Mundo con palabras que se irán repitiendo de boca en boca, entre millones de hombres, a cuyos ojos se agiganta España día por día –subraya–. Ellos fueron los primeros en contribuir al desvanecimiento de nuestra leyenda negra, y ellos serán también los primeros ahora en proclamar la exquisita llaneza de D. Alfonso XIII, la más castiza encarnación del españolismo». Y concluye: «Al abrirse las puertas del Palacio de la Magdalena a los norteamericanos, se ha ensanchado España: ¡a nuestro Rey se debe!».