A finales del mes de julio Íñigo Urien recibe una llamada. Como abogado, con veinte años de carrera a sus espaldas, tiene que acompañar a un cliente que ha sido citado a declarar en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer Nº1 de Bilbao. Su sorpresa llega cuando a la entrada le indican que deben ponerse una pegatina. Para él de color azul . Naranja para su defendido , el presunto agresor. Y verde para los dos testigos que le acompañan. Un nuevo protocolo que, en palabras de este letrado, además de ser «ridículo e innecesario» vulnera la presunción de inocencia: «La Inquisición te colocaba el sambenito, pero al menos cuando ya te había condenado. Yo me siento allí, veo...
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