El departamento de Sarthe atesora uno de los secretos mejor guardados de Francia: el valle fluvial del río Loir y su valioso patrimonio histórico; sus tradiciones, deliciosa cocina, castillos renacentistas únicos y naturaleza bien preservada. Oscurecido a ojos del turismo por la fama internacional de su hermano mayor, el río Loira, y el renombre y fama de sus castillos, ofrece sin embargo más tranquilidad y autenticidad y no está masificado. Junto a su cauce, René Descartes alimentó sus primeras inquietudes filosóficas. Con sólo once años ingresó en el Collège Royal de los jesuitas, donde recibió formación aristotélica y escolástica. Cabe imaginar que esa prístina naturaleza, en sus largos paseos meditativos junto a la ribera del Loir, ayudó al padre de la filosofía moderna a forjar las bases del pensamiento cartesiano y del Discurso del Método. Por su belleza, por sus gentes, por su tranquilidad, y por su espiritualidad. Los jesuitas fueron expulsados en 1762, y en 1808 Bonaparte instaló en ese colegio el Prytanée National Militaire, hoy una de las academias de armas más prestigiosas de Francia y tesoro patrimonial de La Flèche. Esta villa conserva además un valioso patrimonio natural, y también insólitos vestigios populares como el Molino de la Bruère [erigido en 1096, aún sigue en funcionamiento tras varias reconstrucciones]. Es éste un ingenio mecánico prodigioso que hoy en día aprovecha la fuerza de la corriente del agua para generar electricidad (y fabricar barras de hielo en época estival) y se usa todo el año para la producción hidroeléctrica de energía que se emplea para el alumbrado público. Con un poco de suerte y dependiendo de la época, podremos ver evolucionar a los castores mientras caminamos por pasarelas y senderos unos 500 metros hasta el interesante Lac des Pêcheurs, muy cercano a un área de caravaning, y luego a La Monnerie, lago que al igual que casi todas las localidades del Valle del Loir atrae a aficionados a la pesca deportiva sin muerte, al senderismo y al cicloturismo, mientras disfrutan de una biodiversidad increíble, fomentada y mimada por la prácticas de cuidado ambiental de los diferentes municipios. Por ejemplo, los árboles que rodean el lago se desmochan cada año para estimulas la producción de ramas jóvenes: cada árbol vuelve a crecer de forma desordenada, creando cavidades que son el hogar de pájaros, murciélagos, insectos, etc. La madera procedente de esta poda se recicla como astillas para abastecer la caldera de leña del centro acuático de L'îlébulle, o bien utilizarse como mantillo. Cada año se procesan de este modo 100 toneladas de residuos. Fabulosos castillos privados pero visitables tampoco faltan junto al Loir, como el Château et Jardins de Poncé (1530), un vestigio renacentista en diálogo con el arte contemporáneo, donde viven su conocido propietario, el pintor Guy de Malherbe y su esposa Marie Héléne, quienes se encargan de las exposiciones y eventos y explican personalmente a los visitantes los detalles del castillo, y de la anexa Terrasse Caroline, con su magnífico y bien conservado palomar. Cerca, la reserva natural de Marais de Cré-sur-Loir y La Flèche, constituye un patrimonio histórico, paisajístico y natural excepcional. Con una superficie de casi 65 hectáreas, se trata de la más extensa zona de marismas aluviales de Sarthe, con la mayor concentración de cañaverales y zonas de desove de lucio de la región. Creado por las crecidas regulares del río, ofrece un paisaje típico del valle del Loir, bosques aluviales y praderas húmedas atravesadas por una gran red de canales que definen el bocage francés, un modelo paisajístico intervenido desde hace siglos por el hombre, fruto de la concentración de las bardisas, también habitual en el norte de España, compuesto por pequeñas parcelas, tierras de cultivo y prados separados por setos vivos, muretes de piedra y árboles caducifolios que a menudo bordean los caminos. A pesar del progresivo abandono de las tareas agropecuarias, el entorno se encuentra bien conservado, y mantiene en buen estado esta diversidad de hábitats naturales en una superficie tan reducida, lo que confiere al sitio también un valor patrimonial. Además de especies botánicas protegidas (estelaria de los pantanos, ranúncula, junco…), aparecen otras utilizadas secularmente en farmacopea rural, como la reina de los prados o filipéndula, fuente de espiraeína, ácido salicílico y taninos. El empleo de soluciones basadas en la naturaleza (SbN) para mantener accesibles los prados, como por ejemplo la introducción de la vaca de las Highlands escocesa (come plantas y residuos leñosos que no pastan otros ungulados), ha sustituido las labores de siega tradicionales. Los rebaños rotan por todas las parcelas para mantener la vegetación a raya de forma natural, reabonar el terreno y minimizar el riesgo de incendios. Llaman la atención pequeños estanques casi perennes, separados por setos de espino blanco, avellanos, rosas silvestres, zarzas, algún roble, fresnos... Esta variedad de biotopos, ricos en biodiversidad y en los que rara vez falta el agua, convierte a este espacio natural en un entorno fluvial junto a la campiña único para el paseo a pie o en bicicleta y la observación de la avifauna. Así lo explica el geógrafo Willy Cheneau, jefe del Servicio de Patrimonio Natural del Pays Flechois, especializado en ornitología, capaz de diferenciar cada pájaro por su canto, quien a medida que va identificando cada ejemplar por su sonido nos explica que en esta reserva natural hay 150 especies de aves, la mayoría residentes: ardeidas como las garzas real, blanca e imperial; el avetorillo y la agachadiza; y también alcaudones, formigueros, ruiseñores, herrerillos y una extensa nómina de pequeñas rapaces arborícolas y nocturnas. Todas las zonas inundables ribereñas junto a Cré-sur-Loir y La Flèche y tramos fluviales adyacentes son espacios naturales muy interesantes para la investigación, pues aparte del indudable interés ictiológico como río de llanura, la presión humana no es tan intensa como en otros cauces debido a la baja densidad de población, lo que permite que el agua baje limpia hasta su área de tributo en el Loira. De hecho, un antiguo cartel aún muestra en el itinerario interpretativo la imagen de una anguila adulta, pero también aquí su presencia comienza a ser un espejismo. Cheneau comenta que el declive de la especie es muy importante y no se extraña cuando le hablamos de la posibilidad de su extinción. Más allá de la sobrepesca practicada décadas atrás en el cauce medio y la captura descontrolada de la angula —cuando accede a los estuarios con la voluntad de remontar el cauce—, al igual que en el resto de las desembocaduras de los grandes ríos europeos que vierten atlántico, este experto nos recuerda que la ciencia sigue considerando un gran misterio la migración de este animal al Mar del los Sargazos, así como su reproducción, lo cual dificulta su conservación. Al tratarse la anguila de un carnívoro que se alimenta con fruición de de larvas de insectos, gusanos, crustáceos, moluscos, peces pequeños, deshechos y materiales en descomposición, ha dejado década tras década de ejercer su papel biorregulador, siendo sustituida esta función, por ejemplo, por el cangrejo el rojo americano, pero con el inconveniente de que éste depreda en exceso sobre huevos de peces y anfibios y desplaza a las poblaciones de cangrejos autóctonos hasta hacerlas desaparecer. Willy Cheneau está especializado en la restauración de medios acuáticos y en la prevención de inundaciones y nos muestra su preocupación porque este «frágil ecosistema está amenazado sobre todo por el cambio climático y las especies invasoras». La administración no es ajena a este declive y para preservar la salud natural del espacio presta especial atención a ciertas especies que, a menudo, pasan desapercibidas para los visitantes pero de especial valor ecológico y bioindicadores de la salud ambiental: entre la ladera boscosa y las zonas marismeñas del Loir, ambas separadas (cuando no aisladas entre sí) por la carretera principal, se extiende un corredor biológico de no más de un kilómetro de anchura, pero de gran importancia para los anfibios y algunos tipos de salamandras y ofidios como la natrix maura (inofensiva culebra de agua tan maltratada al ser confundida con la víbora). Para ello, se han construido cada 100 metros, bajo la carretera principal del valle, túneles especiales de hormigón, con orificios en la parte superior para que los animales capten durante la noche los olores del agua o del bosque y decidan la dirección a tomar en cada estación, permitiéndoles cada año —entre finales de febrero y marzo, por ejemplo, al sapo común y al tritón crestado gigante— llegar a sus charcas de cría y desovar sin riesgo de atropello. Thierry Juge es otro enamorado de la Naturaleza. Cuenta a quien le visita que vive enclaustrado, cerca de Beaumont-sur-Dême, en su casa solariega de 1621 rodeada por un jardín de origen medieval, el Hortus Conclusus del Prieuré de Vauboin, una especie de huerto cerrado, con un seto centenario, y muros elaborados con ramas secas de castaño y sarmientos de vid. Tiene incluso con el clásico laberinto vegetal de coníferas, bajo una colina natural, henchida de vegetación aparentemente desordenada pero sin embargo organizada para hacer agradable el paseo, poblada de infinidad de bojs de mil y una formas bajo una tupida cubierta de grandes robles. Es el propio Thierry quien los poda a mano, tres veces al año, pintando a color, primero, sus bocetos y planos con detalle; y siguiendo luego «sólo los designios de sus sueños y su imaginación», con la voluntad de que «cada arbusto se transforme en un cuadro, y el conjunto panorámico en una obra de arte viva y en evolución». En 2020 recibió el primer premio l'Art du Jardin de Fondation Signature. Más impresionantes, por versallescos, enormes y excepcionalmente cuidados, muy del estilo de los del Belvedere de Viena o incluso de los del palacio real de la Granja de San Ildefonso (Segovia), son los jardines por los que que el viajero puede pasear en el hotel-château (ubicado en un fabuloso palacio construido en 1760, hogar del barón Pineau de Viennay) que domina en lo alto el recoleto pueblo de Le Grand Lucé. Es sin duda la quintaesencia del lujo clásico francés, diseñado al estilo del arquitecto Mathie Bayeux, icono de la arquitectura neoclásica, que acoge un exclusivo hotel rehabilitado con mobiliario original y decoración de época, obras de arte, piezas históricas... que convierten cada una de las 19 suites en un pequeño museo renacentista. En su restaurante Le Lucé, uno de los más delicados de la campiña, el chef Maxime Thomas presenta creaciones de temporada elaboradas con productos locales y vegetales cultivados en el invernadero del château. En este valle todo está cerca: siguiendo el curso del río nos esperan alojamientos de ensueño, como Le Gran Moulin, en La Chartre-sur-le-Loir, un antiguo molino de agua de principios del siglo XVIII, rehabilitado como hotel rural con encanto, bajo cuyos cimientos transcurren las aguas del Loir y en cuya terraza sobre el cauce se puede degustar un desayuno tradicional de la zona o bien disfrutar de una tarde de lectura o conversación sobre el agua, literalmente. Allí nos recibirá con una sonrisa y una 'perrier' helada la encantadora Marie Danièle Millet Lecourt, cuya familia restauró el edificio en 2005 y desde el que se pueden realizar rutas para, por ejemplo, descubrir las bodegas 'trogloditas' y los excelentes vinos blancos de Jasnières, en el Domaine Lelais. Si nuestra pasión son las antigüedades, el patrimonio bien conservado y los oficios y costumbres populares hemos de visitar, en su quincallería (Maison Courtin), en esta misma villa, a Grégoire Courtin, anticuario, coleccionista y artista, quien ha recreado El Museo de las Tiendas Antiguas con, por ejemplo, un comercio tradicional de sombreros de los años 20, y otros mostradores centenarios con las curiosidades —originales todas— más insólitas que uno pueda imaginar: desde cepillos, jabones y cremas para todo tipo de usos hasta una colección completa de las réplicas en miniatura de todos los vehículos ganadores desde 1923 de Las 24 Horas de Le Mans, mítico circuito que se encuentra apenas a 40 minutos en coche hacia el norte y también supone un atractivo especial de la comarca. Y a tiro de piedra, como quien dice, otro de los museos más sorprendentes que uno pueda imaginar, único en el mundo: una colección de cafeteras de metal esmaltado, populares desde finales del siglo XIX hasta los Años 1950, compuesta por millares de piezas de extraordinaria belleza, todas originales, recuperadas y elaboradas a mano, creada por Véronique Quellier y su marido Alain en una edificación histórica del siglo XVII. En este Mesée es Objets Ménagers Anciens también encontraremos otros utensilios domésticos, variado menaje del hogar y hasta cocinas originales con más de un siglo de historia, delicadamente decoradas a color. El bosque Bercé, declarado Bosque Real en el siglo XIV, patrimonio natural excepcional, se extiende por 5.400 hectáreas junto a Jupilles. Formaba parte de un vasto bosque que cubría el norte del Loir antes de la ocupación romana. Es uno de los robledales más bellos de Francia, con ejemplares, en la ruta conocida como Futaie des Clos, que tienen más de 300 años y pueden alcanzar los 50 metros de altura. Por ello son los reyes el este bosque. Destacan los robles de Boppe y Roulleau de la Roussière y el roble de Emery, en la Fuente de La Coudre. La madera del roble de Bercé se utilizaba en la construcción naval y hoy en día es apreciada para la fabricación de barriles y muebles finos. También encontramos pinos marítimos y otras coníferas como el pino Douglas y el pino austriaco. La magnificencia de los árboles esbeltos y erguidos de Bercé se debe a la técnica de la infraplantación de hayas, que obliga a los árboles a crecer hacia arriba en busca de la luz. Aquí, los ingenieros forestales transmiten sus conocimientos de generación en generación, ¡a descendientes cuyos abuelos aún no han nacido!
