Hace un par de semanas, Rafael Navarrete publicó en redes sociales una fotografía antigua coloreada por él. Había sido tomada por Vicente Barberá Masip, en una playa de Valencia repleta de bañistas, a principios de 1920. La reacción de sus seguidores le sorprendió: «Me encontré muchos comentarios de gente que no se creía que la imagen original, en blanco y negro, fuera de hace cien años. Hay una idea muy distorsionada de cómo eran las cosas antes en España. Parecían convencidos de que, en esa época, los hombres iban a bañarse con camisetas de tirantes, que las mujeres solo podían entrar al agua con ropa muy recatada y otras confusiones por el estilo. Si a esto unimos que el trabajo del coloreado es bueno, a la gente le vuela la cabeza y le resulta imposible que la escena tenga tanto tiempo». En realidad, la disciplina no es nueva. Nació casi al mismo tiempo que la fotografía a mediados del siglo XIX. La revista 'Blanco y Negro', de hecho, tiene el honor de haber publicado las dos primeras imágenes en color de la historia de la prensa mundial obtenidas con una cámara directamente del natural. Son obra de Cliche J. Fungairiño. La que todo el mundo consideró la primera salió el 12 de mayo de 1912 : el retrato de una niña tocando el violín con su maestro barbudo titulada 'La primera lección'. En el pie se anunciaba el logro: «Somos los primeros en publicar una fotografía en color, procedimiento modernísimo y verdaderamente admirable que preocupó durante mucho tiempo a los hombres de la ciencia, pero que hoy tiene plena y afortunada realización». En realidad, la primera había sido publicada tres meses antes en la misma revista, el 11 de febrero : una joven campesina mirando a la cámara, con una pamela y un ramo de flores, que había pasado desapercibida para los libros de historia. No obstante, el director de la revista, Torcuato Luca de Tena, ya había batido antes otras marcas en ABC: la primera exclusiva fotográfica de la Historia de España, con la imagen del atentado a Alfonso XIII en la calle Mayor de Madrid en 1906 y, tres años después, la primera instantánea aérea, tomada desde un globo en Melilla por Ramón Alba. Este diario conserva, además, un centenar de imágenes coloreadas que se publicaron en la portada del suplemento entre 1920 y 1940. Según Navarrete, primero se usaron tintes, después llegó el revelado químico en los laboratorios y, por último, el gran salto a la era digital. «Es como si los primeros fotógrafos se hubieran dado cuenta de que la realidad no era en blanco y negro e intentaran plasmarla lo más fiel posible. Una de mis motivaciones principales es mostrar ese pasado como si las instantáneas fueran de ayer. El impacto de ver una foto en blanco y negro y la misma coloreada es tremendo», asegura. La prueba son las imágenes que se incluyen en este reportaje, escenas de verano captadas por diferentes fotógrafos en las primeras décadas del siglo XX y coloreadas ahora por Navarrete. «Es como resucitar el pasado», añade. Aquí se puede ver a un grupo de bañistas ensayando una coreografía en la playa de La Concha, en San Sebastián, en 1930; un humilde pescador malagueño en la playa de Pedregalejo en 1911; el Balneario de las Arenas, en Valencia, con sus sillas de enea y una valla que separa a hombres y mujeres, en la década de 1920; el río Manzanares a su paso por la capital, en 1933, donde muchos vecinos combatían el calor ante la imposibilidad de desplazarse a la costa, y la playa de la Victoria en Cádiz, en 1929, con todos tapados y al sol. Escenas de otro tiempo, de la España en la que se bañaron nuestros abuelos, que Navarrete acerca al presente. Su pasión nació hace más de una década, al ver una imagen en color de Ana Frank , la célebre niña que pasó dos años y medio ocultándose de los nazis antes de morir en 1945. A continuación descubrió en internet a un grupo de aficionados anglosajones que trabajaban con fotos de su historia: la edad dorada de Hollywood, la Guerra de Secesión y las dos guerras mundiales. «En ese momento pensé que sería hermoso hacer lo mismo con las fotografías de nuestro propio pasado», comenta. Las escenas de verano le interesaron desde el principio, porque le ayudaban «a contrastar cómo las personas se acercaban al mar antes y cómo lo hacen ahora». «Suelen quedar bonitas y es relativamente sencillo conseguir que parezcan tomadas hace poco tras colorearlas. Eso se debe a que tienen mucha luz del sol y más calidad, lo que hace que sean más fáciles de restaurar por los tonos que genera en la piel de los retratados y en los objetos que aparecen», explica. Últimamente, Navarrete ha trabajado mucho con este tipo de fotografías estivales, pero también en un episodio que le fascina: la estancia de Federico García Lorca en Nueva York , entre junio de 1929 y marzo de 1930. Pero advierte: «No se trata de colorear por colorear. Lo que más me gusta es indagar en la historia que rodea a las fotografías para ser lo más exacto posible con la realidad. Me paso horas en archivos y bibliotecas intentando averiguar cómo eran los objetos y personas que aparecen. Más del ochenta por ciento del tiempo se va en la investigación. ¿Quiénes son los protagonistas?, ¿de dónde vienen?, ¿por qué están ahí?, ¿qué relación tienen entre ellos?, ¿de qué color es su ropa? Esta parte me puede llevar días, pero es importante… y muy emocionante».