Fue una pesadilla que se quedó grabada, indeleble, en la memoria de miles de soldados. Vasili Bryukhov, comandante de uno de los muchos millares de carros de combate desplegados por la Unión Soviética aquel verano, definió el enfrentamiento como «un matadero de tanques» nunca antes visto: «Todo ardía y estaba envuelto en humo, polvo y fuego. Un hedor indescriptible flotaba en el aire sobre el campo de batalla». Al otro lado del frente, el operador de radio del Tercer Reich Wilhelm Roes quedó también estremecido por la peste que desprendían el metal al rojo vivo y los cadáveres en llamas: «Podías oler cuero quemado, cuerpos humeantes y blindados calcinados. Me resulta imposible describir la combinación». Uno y otro se referían a los enfrentamientos que se desarrollaron en los alrededores de Kursk entre julio y agosto de 1943. Porque sí, la región en la que combaten desde hace casi una semana Ucrania y Rusia es conocida por haber sido testigo de la mayor batalla de tanques de la historia. Aunque la realidad es que aquel enfrentamiento acorazado supuso muchísimo más para el desarrollo del gran conflicto europeo. Según historiadores como el español Jesús Hernández , autor de ' Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial ' (Almuzara), «fue una de las batallas más decisivas de toda la contienda» y, en la práctica, la última gran ofensiva de la Wehrmacht en el Frente Oriental antes de su colapso definitivo. «Se suele infravalorar, pero constituyó el desafío final entre Hitler y Stalin», explica a ABC. El germen de la batalla se plantó a finales de febrero de 1943, cuando poco quedaba de la gloriosa Alemania que había invadido la URSS dos años antes. Tras sufrir un severo revés en la ciudad de Stalingrado, las unidades de la Wehrmacht y de las SS se retiraron ante el avance masivo del Ejército Rojo. Esa evasión desordenada creó una protuberancia en el frente de unos 3.000 kilómetros en las cercanías de la ciudad de Kursk. Stalin vio aquello como una suerte de navaja que se internaba en el territorio germano; sin embargo, Hernández suscribe que la situación ofrecía una oportunidad inigualable para los germanos. «Los generales informaron al 'Führer' de que podían organizar un ataque en tenaza contra los flancos de este extenso saliente y embolsar a los rusos», añade. Hitler, siempre osado, aceptó el órdago y dio órdenes a sus unidades mecanizadas de replicar la vieja guerra relámpago con la que habían aplastado Polonia y Francia en los albores del conflicto: «Debéis rodear a las fuerzas adversarias que se encuentran en la región de Kursk por medio de un ataque muy concentrado, brutal y dinámico». La guinda fue la elección de los oficiales: al norte, la embestida quedó encomendada al general Walter Model , y, al sur, al más que popular mariscal Von Manstein. Su problema, según explica Hernández, fue que la inteligencia inglesa desveló aquellos planes y los soviéticos tuvieron tiempo de reforzar la zona con hasta ocho círculos concéntricos de trincheras y minas. A partir de entonces comenzó una carrera entre ambos bandos para acumular más y más medios acorazados y artillería. El 5 de julio de 1943 comenzó la ofensiva bajo el nombre en clave de 'Operación Ciudadela'. Existe controversia sobre las cifras, pero el historiador Vincent Bernard sostiene que los nazis contaban con 800.000 soldados y unos 3.400 vehículos, mientras que los soviéticos sumaban casi dos millones de hombres y 5.600 blindados. En lo que sí coinciden el grueso de los autores es en que los tanques del Tercer Reich, los 'Panther' y los ' Tiger ' de rigor, eran superiores. «Los alemanes podían combatir a muy larga distancia. Podían abrir fuego a 1.200 metros y alcanzar con facilidad a nuestros T-34; nosotros solo podíamos hacerlo a 800 metros», admitió tras el conflicto el teniente ruso Vladimir Alexeev. El avance fue dispar en ambas tenazas. «El primer día del ataque, los alemanes tan solo pudieron avanzar diez kilómetros en el norte. En el extremo sur, los blindados no encontraron tantas dificultades y cubrieron 120 kilómetros, lo que llenó de optimismo el cuartel general del 'Führer'», sentencia Hernández. Hitler, en la creencia de que había ganado el primer asalto, envió sus reservas a la zona más débil del frente para atravesarlo. Por su parte, los soviéticos ordenaron a sus refuerzos que se dirigieran hacia el mismo punto. Ambos contingentes chocaron el 12 de julio en Prokhorovka , el enfrentamiento definitivo. Y, aunque este terminó en una victoria pírrica germana, no les permitió cerrar la bolsa. Al final, con sus divisiones bloqueadas y los aliados recién llegados a Sicilia, Hitler optó por aceptar la derrota y retirarse. «A mediados de agosto, los dos entrantes que habían servido de tenaza para los alemanes estaban ya en poder de los rusos», completa Hernández. Aunque sobre el papel las bajas fueron similares para ambos bandos, Heinz Guderian , uno de los generales más famosos del Reich, admitió que la contienda «hundió en la miseria al Ejército alemán». El militar, de hecho, atribuyó «la pérdida de la guerra a esta derrota, más que a la de Stalingrado», debido a que «las pérdidas de los rusos fueron comparativamente menores y contraatacaron después, provocando nuevos avances». El revés definitivo, vaya.