A través de una larga carta a su particular ciudadanía, Carles Puigdemont anuncia su propósito de regresar a España, cuyas puertas siempre han permanecido abiertas para recibirlo. Ha sido el expresidente de la Generalitat quien ha preferido rentabilizar desde el extranjero su perfil de víctima antes que, como cualquier otro ciudadano, someterse al escrutinio de una Justicia que ha sabido esperar su vuelta. Sea bienvenido Carles Puigdemont para rendir cuentas y someterse a las reglas de un Estado de derecho que, pese a sus pactos con Pedro Sánchez, su protector, aún conserva parte de su rigor. Siete años después de darse a la fuga, el líder de Junts presenta su vuelta como una simple estrategia de supervivencia política, planificada para tensar las costuras de un nacionalismo dividido y en buena parte absorbido por la filial catalana del PSOE. Está en su derecho Puigdemont de volver como, cuando y para lo que quiera. La Justicia no le va a preguntar por eso, tan personal.