Fado, decía Susana Maria Alfonso de Aguiar, es destino, la vida. «Hay que dejar de decir si el fado es triste o si es alegre, el fado es la vida, tiene de todo, alegre y triste», defendía la más rebelde de las fadistas, la que se quedó con el sentimiento en bruto del género, esa pura vida hecha de risas y llantos, y lo renovó desde las entrañas con el nombre de Mísia (Oporto, 1955). El fado, insistía, «ni es triste ni es alegre; es profundo: todo está dentro de él». Y profundo es también el vacío que queda después de que la cantante portuguesa, de 69 años, falleciese el sábado en Lisboa por complicaciones de un cáncer que arrastraba desde hacía años. «Mísia fue una voz fundamental en la renovación del fado, sin miedo de experimentar nuevas sonoridades y abordajes menos convencionales», lamentó la ministra de Cultura lusa, Dalila Rodrigues. Con más de tres décadas de carrera y una quincena de discos que, entre diálogos con las músicas brasileñas y argentinas, pellizcos de flamenco, y versiones de Joy Division, pusieron de los nervios a los guardianes de las esencias, Mísia fue la gran embajadora de la música portuguesa de finales del siglo. Una voz desafiante y sensual que llamaba a rebato mientras cantaba a Pessoa, Saramago y Lobo Antunes y se hundía cada vez más en las raíces. «Yo busco el signo del fado, la esencia, el espíritu, eso es lo que algún día me gustaría llegar a hacer», decía. De padre portugués y madre catalana, creció en Oporto escuchando a Concha Piquer, Edith Piaf y Amália Rodrigues, y con 18 años se trasladó a Barcelona, donde su abuela, su yaya, se quedó a vivir tras trabajar en el Molino. La joven Mísia quería ser antropóloga, pero los genes se acabaron imponiendo y al poco de llegar a la capital catalana ya estaba bailando acabó bailando en el teatro Apolo como corista. «Luego estuve en El Molino, monté un dueto y empecé a cantar. No tenía mucha vocación, podía hacer de todo como no hacer de nada. Terminé en un programa en Madrid con Jesús Hermida , por las mañanas, y solo el primer mes canté ciento cincuenta composiciones. Pero mucho antes frecuentaba las casas de fado, no como profesional, sino como apasionada», recordaba en 2019 en una entrevista con ABC. Su debut homónimo, publicado en 1991, fue un soplo de aire fresco para la música portuguesa, pero también una condena para Mísia, despreciada por «los jomeinis del fado», integristas a quienes se les atragantó que una mujer pusiese el género patas arriba. Normal que, mientras su carrera despegaba en países como Alemania, Francia, España y Japón, en Portugal todo fuesen ceños fruncidos y gestos de desaprobación. Por suerte, siguió a lo suyo, entrelazando el fado con el tangos y el boleros, midiéndose con Joan Manuel Serrat y Luis Eduardo Aute, y atreviéndose lo mismo con Camarón de la Isla que con un dueto en francés junto a Iggy Pop. En 'Fado', su segundo disco, grabó el estándar de jazz 'As Times Goes By' y una versión de 'La gavina', de Marina Rossell. Años después, en 'Ruas', convocó a Fernando Pessoa, el músico turco Kudsi Erguner y Nine Inch Nails en uno de los más osados ejercicios de eclecticismo musical. Espíritu libre y creadora disruptiva, colaboró con John Turturro en el documental 'Passione', cantó en francés, napolitano, catalán y español, y se ganó a pulso (y también a regañadientes) el apelativo de reina del fado, no muy lejos de su adorada Amália Rodrigues. «Es una de las mejores voces del siglo XX, agotó todos los superlativos de la crítica mundial y sigue siendo contemporánea», diría Mísia, despedida también con todos los honores en el momento de su muerte. «Como prueba de la forma como granjeó el reconocimiento de sus pares, nos deja una vasta lista de colaboraciones con músicos de todo el mundo, que demuestra su versatilidad y su talento», añadió Dalila Rodrigues.