París puede con todo. Su despliegue de belleza urbana, su monumentalidad, su magnetismo y su grandeza histórica son imbatibles ante cualquier comparación que se le oponga. La vista de sus grandes perspectivas desde el aire, sobre todo de noche, la convierte en un escenario mágico capaz de sobreponerse a contratiempos inesperados, como la lluvia, y a la ramplona imaginación de cierto esnobismo contemporáneo. La ceremonia de apertura de los Juegos empezó mal, terminó bien y en medio atravesó una cordillera de altibajos que el esplendor de la ciudad cubrió con su manto embrujado. París es siempre un seguro para el éxito de un espectáculo; un solo plano de su majestuosidad paisajística endereza el más aparatoso de los fallos. La gala,...
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