En Pamplona , Bayona y Dax es preceptivo vestirse de rojo y blanco, pero en la capital de las Landas impera el azul en honor de la patrona de la villa, Magdalena , a la que vienen dedicadas las fiestas de julio , y eso desde varios siglos, con juegos taurinos de todo tipo, entre ellos las corridas desde el siglo XIX. Por si quedara duda, un paso con la imagen de la Santa, adornado por hortensias azules, viene procesionando el primer día hasta el patio de caballos de la plaza de toros, acompañado por la banda municipal que alterna pasodobles y valses lentos. El paso se para en la entrada del ruedo y el párroco de la plaza, en un rezo con responsos, pide a Magdalena felicidad durante las fiestas para todos, y protección para los toreros que se van a jugar la vida. Esta ceremonia, en la Francia laica, poco dada a actos religiosos en la calle, es una excepción cultural, como lo es la tradición taurina, tan arraigada en las Landas y en otras regiones meridionales. Aquí el vínculo con España se resalta a todas luces - en lo alto de la plaza alternan y ondean numerosas banderas de España y Francia - lo que no quita un ápice al fervor nacional: al final del paseíllo, en la primera corrida de la feria, todo el público, puesto de pie, entonó una vibrante Marsellesa. La agitación y la alegría de la fiesta son tan patentes como en otros sitios, pero el fondo azul parece dar al jolgorio un toque más solemne. Los ritos festivos aquí son como más ordenados. También la afición de Mont de Marsan, y la comisión taurina que preside la organización de los espectáculos, son bastante conscientes de la «línea editorial» que buscan: un equilibrio entre los polos toristas y toreristas. En lo primero el hecho de dar importancia al conjunto de los tres tercios para valorar el comportamiento del animal (Mont de Marsan es la primera plaza francesa que estableció la costumbre de admitir un solo caballo en el ruedo para no distraer la atención del toro en la suerte de varas); en lo segundo la confección de carteles donde alternan figuras consagradas con jóvenes esperanzas. Eso fue la base de la corrida inaugural donde el sueño del aspirante francés, Dorian Canton , era de alternar con Morante y con Luque. Era como la consagración de sus anhelos, él que había nacido en tierra no taurina, el Bearne pirenaico, que cuidaba en su niñez vacas de carne, y que fue tocado por la varita de la afición a los nueve años, al ver torear al maestro Padilla, en la feria de Béziers de 2009. Algunos misterios no se explican. En esa tarde de la Magdalena todo quedó en medias tintas por el juego escaso de los toros del Puerto de San Lorenzo (media casta y bravura, media fuerza, media arrancada). Alejandro Talavante , que sustituía a Morante, a pesar de su verticalidad aseada en algunos pases, no logró conectar con el público, aunque le haya llamado la atención en un desplante. Tampoco esta vez convenció Daniel Luque , muy esperado, que solo fue ovacionado por una ligazón encomiable en algunas tandas. Dorian Canton, mucho menos placeado, hizo todo lo posible para estar a la altura. Pero tuvo que arreglarse con toros que pronto quisieron desentenderse buscando las tables y el último, además, soltando la cara al final del pase. Hay que mantener en su crédito cierto empaque en el manejo de los engaños y una tanda de naturales con temple. Me intrigó su breve guiño de ojos a Luque al rematar un quite. ¿Para solicitar su aprobación? ¿para disculpar su intrusión, pues no se tenía que abusar de las escasas embestidas de los toros? Una tarde en gris más que en azul, que motivó frialdad por parte del público y algunas protestas. Gracias a Dios, y a Magdalena, el gris de la lluvia y de los toros de Victorino no impidieron, sino todo lo contrario, que los colores de la tauromaquia y de sus emociones brillaran plenamente en la plaza del Plumaçon, en la corrida de clausura. Los toros, preciosos de lámina, que no perdonaban ningún descuido y se revolvían en un palmo de terreno, emplearon su casta y bravura para prestarse al toreo de los que supieron concentrar sus miradas y atraer sus embestidas. Con ellos la suerte de varas recobró todo su relieve y, al final, el mayoral tuvo que saludar. Morenito de Aranda , que sustituía a Borja Jiménez, fue un gran artífice de este triunfo, cortando dos orejas y saliendo en hombros. También Manuel Escribano , quien a pesar del piso mojado no renunció a poner banderillas, y Joselito Adame tuvieron una actuación más que digna. Bien lo dijo Victorino Martín Andrés : «cuando hay un toro verdaderamente bravo en la plaza, los toreros, aún corriendo delante tienen méritos». ¡Y resulta que los diestros no corrieron! El respetable despertó de su frialdad de días anteriores. Su emoción habló y formó el coro de los oles y de los aplausos. La Feria de la Magdalena tuvo ese final feliz, marcado por una última Marsellesa en los albores de la tarde, y por la alegría admirativa de esta rapsodia en azul en los tendidos.