Fue tan fugaz que algún distraído apenas se debió percatar y fue tan exquisito que no todos los ojos lo debieron valorar, pero fue tan especial como para marcar una diferencia abisma l. No tanto con su ¿contrincante o alternante? de este mano a mano como con el Pablo Aguado de cualquier tiempo pasado. Elevado sobre la ya conocida y manida naturalidad, un torero más capaz, convencido y redondo . Dominando los animales, sin necesidad de vulgarizar su estilo y encajando su figura de una manera más rotunda. Así fue su tarde, premiada con un extraordinario final ante su encastado primero y no menos importantes pasajes frente al cuarto. Una madurez proporcional a su imperdonable falta de convicción con la espada, que le dejó el pobre saldo de una única oreja cuando debieron ser tres en esta especie de trabalenguas en el que se había convertido la corrida del día en que Morante anunciaba su regreso a los ruedos, anunciado en esta plaza en la que se anunciaba su ausencia. Un lío tan difícil de escribir y explicar como de reemplazar, dejando la cosa en un mano a mano entre el ya citado Pablo Aguado y Roca Rey, que mete más gente que el resto pero que sigue lejos de aquellos repetidos llenos. Como una declaración de intenciones salió Arrabalero, el toro que cualquier torero con cualidades para la pintura hubiese querido pintar. Un muñeco, expresión que no quiere decir que al animal le faltara remate o seriedad. Sus muñecas eran como de una cierva, su encornadura parecía cerrarse, su lomo era tan recto como su pintada línea colorada y sus manos eran especialmente cortas. Un toro de El Parralejo que pronto marcó su extrema fijeza, proporcional a su reservado celo, aumentado tras una medida lidia de lances y castigo. Tan suave como ondeaban las banderas lanceó Roca, que bordó una media en su quite buscando y citando con la pierna al pitón contrario. Volvía de manera eventual Antonio Chacón a su cuadrilla , que logró uno de los tercios de banderillas con más torería que se recuerda en esta temporada: andando hacia al toro, sin descomponer su semblante ni su estilo. Un poste parecía el torero del Perú sobre la primera raya del tercio, inmóvil entre estatuarios, que fue encelando al animal sin forzar su buena voluntad. Así ligaba series por el derecho, con Arrabalero cantando su codicia por encima de su transmisión . Tuvo importancia al natural, cuando le corrigió su leve brusquedad hasta llegar a gozarlo . Una faena que pese a su importancia, no terminó de conectar; claro que al toro le faltó el empuje que demandan sus explosivos finales. Lo mató a la perfección. Opresor, el tercero, hizo honor a su nombre y abusó de su poder, o de su mal estilo: más suelto y descompuesto que los anteriores. Alargó en exceso Roca la faena, como con Gallareto, del que parecía difícil que mantuviese su enérgico impulso por tan excesiva talla, pasado de peso y castigo en un largo puyazo. Sin terminar de apostar por el toro, hubo un momento en que pareció tomarle el pulso a este quinto, sobre las líneas paralelas y entres acertados tiempos, hasta que un desarme lo desarmó todo. Le cortó una oreja después de un final en el que sí alcanzó la conexión. Era demasiado difícil imaginar el bellísimo final de Pablo Aguado y Zambomba después de aquella hostilidad inicial. Soltando la cara y sin entrega. Un toro más simple en su estampa, estigmatizado por el estrabismo de sus pitones. Más tenso el torero en un inicio genuflexo, le costó salir entre toques al pitón contrario y demasiados pasos entre pases. La irregular arrancada de Zambomba, unas veces descompuesto y otras vibrante, hacían intuir algún tipo de defecto motriz o visual. Pocos hubieran apostado por esa continuación del sevillano sometiendo a un toro brusco entre naturales hasta meterlo en el canasto. Después tomó la mano derecha, sólo una vez, y lo bordó. Metido en cada muletazo y yendo detrás de cada embestida . No parecía que fuera aún el momento de ir a por la espada, pero es que después bordó el toreo. Aquella tanda final, extraordinaria, con el compás tan cerrado que parecía a pies juntos . Con gusto, cadencia y rotundidad , abrochado con un sevillanísimo kikirikí. De matarlo mejor, la oreja se hubiese multiplicado como el milagro de los panes y los peces, aunque el suyo fue el milagro del toreo. Impertinente, el acapachado cuarto salió completamente parado; dormido y sin prestar atención a los cites hasta que Aguado se plantó frente a él y al toro le dio por encelarse como a ninguno en el capote y el torero hispalense cuajó lances sin moverse del sitio y con las palmas de las manos. Un gran recibo, como s oberbio fue el trincherazo en su salida o algunos de los intermitentes naturales frente a la intermitencia de un toro que terminó más duro de como empezó, por momentos rebañando y soltando la cara. Apenas pudo hacer nada con Gallito, el descastado sexto.
