«Yo siempre le decía a mi madre: tú te vas a dormir con una medalla olímpica en tu mesita de noche. Ojalá algún día me vaya a dormir con eso». Antes de que Ariane Toro (Bilbao, 2003) naciera, en el salón de casa ya había una medalla de bronce que su madre, Yolanda Soler, trajo colgada del cuello desde Atlanta en el verano del 96. Casi tres décadas después, ese valioso metal sigue intacto en su caja original guardada con mimo y es ella ahora la que peleará por primera vez por la suya en París en la categoría de -52kg. «Es algo que siempre he soñado, desde muy pequeñita, viendo a mis padres, que lo habían conseguido. Ha sido un sueño hecho realidad», reconoce con una enorme sonrisa dibujada en su cara sentada en el tatami del CAR de Madrid recién finalizado un entrenamiento. Ese plural incluye a su progenitor, José Tomás Toro, quien también participó en Atlanta , pero sin saborear el podio que sí consiguió su mujer. Ambos son ahora sus entrenadores y quienes la han criado encima de un tatami junto a su hermano mayor, que también pelea por un hueco en el ránking. «Yo siempre he practicado muchos deportes, pero sabía que el mío era el judo. No sé por qué, si por su ejemplo, pero desde muy pequeñita me enamoró. Y nunca he dudado». Esta joven afincada en Navarra estudia Derecho en la UNED, entrena mañana y tarde, duerme la siesta -«muy importante», recalca- e intenta sacar algún rato de ocio con sus amigas para «desconectar», aunque su vida está dedicada al judo. Y aunque llevando los genes olímpicos siempre ha tenido como objetivo participar en unos Juegos, no esperaba debutar en los de París. «Realmente me parecía muy difícil clasificarme», reconoce. A finales de 2023, su nombre no estaba en las quinielas y era otra compañera del equipo nacional más veterana quien estaba por delante. En los meses siguientes tenían que alinearse los astros y que ella empezara a ganarlo todo. «Entonces a mí me parecía muy difícil que ella se cayese de esa clasificación y yo de repente ganase todo para meterme». Pero sucedió. Una medalla en el Grand Slam de París en febrero la metía en la lucha y luego dos podios posteriores le allanaron el terreno. «Ya en el mundial definitivamente la otra chica se cayó de la clasificación. Y bueno, al final lo hemos conseguido». Pero si para ella ha sido un sueño, para su madre ha sido revivir el suyo propio. «Yo ahora mismo lo siento casi como como el día que yo me clasifiqué para Barcelona, para mí es algo tan mío... Como decía mi abuela: la sangre no es agua. Es una felicidad enorme », asegura Soler, quien también es seleccionadora nacional y ha vivido con la máxima implicación los campeonatos de sus alumnos. Sin embargo, no se les escapan las similitudes entre la carrera de su hija y la suya, lo que supone, asegura, «un sentimiento especial». Porque Ariane debutará, además, con la misma edad a la que lo hizo ella en Barcelona 92. «No puedo evitar que se me escape una sonrisa», dice visiblemente emocionada, ya que apenas tres judocas han ido a unos Juegos recién estrenada la veintena. «Creo que yo fui la primera, Sara Álvarez -actual directora técnica de la federación-, la segunda, y ahora es Ariane». Y el objetivo, asegura, es el oro. «Cuando te metes en los Juegos Olímpicos con 20 años, todo el mundo sin querer te está diciendo que los tuyos deberían ser los siguientes. Y yo le decía todo el rato: ¿por qué? Si tú estás aquí y has conseguido clasificarte, tus Juegos son estos ». Así lo vivió ella misma en Barcelona, aunque se quedara sin subir al podio al que sí subieron sus compañeras Miriam Blasco y Almudena Muñoz . Una cita olímpica en la que fue pionera al participar por primera vez las mujeres en este deporte y que ella misma califica como «lo mejor que he vivido en mi carrera deportiva» pese a regresar a casa sin medalla. Ésta llegó finalmente cuatro años después y, como ambas coinciden, es un símbolo para la familia y, más que una presión, supone una motivación: « Para mí, la medalla de mi madre es saber que se puede hacer . Cuando tienes el ejemplo en casa de que se puede conseguir, también crees en ello y te crees capaz de poder llegar», asegura con convicción Toro. No será su madre, sin embargo, quien le acompañe como entrenadora a pie del tatami, sino su padre. Ambos dirigen sus entrenamientos en el Sen Zo Dai Dai, el dojo que regentan en Navarra, y se reparten los campeonatos, no sin pequeños piques. «Los hay, los hay», afirma entre risas Ariane dirigiéndose a su progenitora, con quien derrocha complicidad. «En el Grand Slam estuvo mi madre; al campeonato de Europa vino mi padre y para los Juegos Olímpicos dijeron que como mi madre había vivido ya unos como entrenadora, pues mi padre venía conmigo a estos. Ella va a estar en la grada con mi hermano», explica mientras Soler replica: «Ahora me arrepiento un poco, eh». No obstante, esté quien esté, asegura, «no es significativo para que ella compita bien o mal. Tiene que rendir independientemente de todo lo demás». Sus consejos desde la experiencia, a solo unas semanas de pisar el tatami de París, pasan por «aislarse» del nombre de la competición y centrarse en sus rivales, a quien ya ha plantado cara en su primer año senior. Y la joven Toro recoge el guante: «Espero poder clasificarme a más JJ.OO., pero de momento tengo estos aquí, en mi mano y voy a hacer todo lo posible para llevarme la medalla a casa».