«Llevaba sólo diez minutos en la celda cuando recibí, sin apenas enterarme, el primer puñetazo en la cara, y escuché el crujido de la mandíbula », relata Ute Bonstedt, que hoy tiene 58 años. Cuando cumplió los 18, presentó una solicitud ante las autoridades de la RDA, la Alemania comunista, para viajar fuera del país. La respuesta fue negativa y fue condenada a 18 meses de prisión por hacer pintadas callejeras de protesta. Fue acusada de «denigración pública de la RDA» e ingresó en el peor lugar imaginable para las mujeres de aquel país, hoy desaparecido: Hoheneck. Las presas políticas eran allí mezcladas con criminales condenadas por los peores delitos y la dirección del centro no sólo permitía, sino que...
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