No solo hay faros frente al mar. Hay faros en mitad de los páramos, en lo alto de las motas y encajados en los valles entre montañas. Hay cientos de faros en esta tierra añeja sembrados a voleo por los siglos. Al menos uno en cada pueblo, porque el faro de un pueblo es la torre de su iglesia. Con reloj, campanas, espadaña, cúpula o linterna. La torre define de manera única la silueta de todo el municipio siendo la antorcha identitaria que une, singulariza y hasta abriga una comunidad. Casi todo ha sucedido a sus pies, casi todo ha quedado marcado en sus piedras. Por eso soy incapaz de imaginar la sensación de orfandad que habrán sentido los vecinos...
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