Yerai cree que su padre tiene otra vez una pesadilla al escuchar sus gritos. Está muy estresado por el trabajo y a veces le pasa. Pero no solo Ángel grita; también su hermana Laura. «Eran sobre las tres de la mañana. Me levanté a ver qué pasaba y fui hacia la puerta; intentaron abrir, desistió. Yo la bloqueé. Bajaron el pomo y ya. A los segundos cogí el móvil y salí. Vi a mi hermana tirada en la escalera, fue a la única que vi, y oí ruido de cajones en la planta de arriba. Salí por donde entiendo que entraron, por la cocina, que hay una terraza techada. Salí de mi parcela, me alejé dos calles y llamé a Emergencias», cuenta el chico en su declaración judicial a la que ha tenido acceso ABC. El padre de Yerai no tenía una pesadilla. Lo estaban asesinando a puñaladas con un cuchillo bayoneta, como a su hermana y a su madre. A ella no la escuchó. La mujer dormía profundamente cuando la mataron. Llevaba unos días de baja. La encontraron bajo el edredón los bomberos tras sofocar las llamas que provocó el ladrón y asesino. La escena del triple crimen de Chiloeches (Guadalajara) , que acabó con tres miembros de la familia Villar Fernández la madrugada del pasado 13 de abril es terrorífica: cuerpos apuñalados con saña, paredes ennegrecidas, enseres revueltos y calcinados y hasta los rodapiés arrancados por las llamas. Todo por un botín mísero compuesto por unos cuantos relojes y unos fajos de euros de los que se guardan en el armario para una emergencia. Yerai Villar Fernández, de 21 años, el otro hijo, corrió a la calle en pijama en la urbanización Medina Azahara de Chiloeches donde vivían. Burló una muerte segura mientras se consumaba la de su padre, Ángel Villar, de 52 años; la de su madre Elvira Fernández, de la misma edad, y la de su hermana Laura, de 22. Desde Emergencias le volvieron a llamar un par de veces. Una para decirle que había un incendio. Lo había detectado el vigilante de seguridad durante su ronda. Yerai veía algo de humo desde el lugar en el que estaba. Pensó que era una chimenea pero al acercarse a su casa, en el número 28 de la calle Fuente Valdoma, se dio cuenta de que era su habitación la que estaba en llamas. Poco después supo que se había quedado huérfano. La Guardia Civil de Guadalajara esclareció la salvajada cometida en esa casa en 48 horas. Hay cuatro detenidos, tres de ellos en prisión: el novio de Laura, la hija asesinada, como presunto inductor del robo, y dos amigos suyos: el autor material, de 23 años, y su cooperador, de 24. Una mujer venezolana, supuesta novia del autor material aunque ella lo niega, quedó en libertad como investigada. El triple crimen comenzó a gestarse como un robo en la casa de la familia en enero o febrero. En esa fecha, Cristian B.M., novio de Laura, propuso a otro amigo suyo de la infancia –Alejandro M.– hacer de conductor para entrar en la vivienda. Cristian creía que los padres de su novia guardaban unos 30.000 euros en efectivo (habían vendido una casa en su pueblo) y una colección de relojes. La conversación en la plaza de Pioz, donde solían verse, no fue a más. Estaba también Fernando P. S., acusado ahora de los asesinatos. Tres semanas después vuelven a coincidir en el bar Tinder y Cristian repite la oferta. Fernando les dijo que si su amigo no se decidía lo haría él porque tenía muchas deudas. El viernes 12 de abril, Fernando llamó a Alejandro pasadas las once de la noche. Le preguntó si estaba sereno para hacer algo. Alejandro le respondió que no lo llamara para ese tipo de cosas. Fernando recogió entonces a su amigo David M.A. en el coche de su madre, un Peugeot 207 negro. Su plan estaba en marcha. Trató de convencerlo del robo con el argumento de que en la casa solo estaban Laura y Yerai; les darían unos golpes «para dejarlos KO» y se apoderarían del botín. Fernando salió esa noche a robar lo que fuera. «Tengo ganas de dar un palo», le comentó a David. Pensó hacerlo en una vivienda situada encima de la inmobiliaria de Pioz robando una escalera y entrando por una ventana. «Una vez dentro le sacamos el pin de la tarjeta bancaria a navajazos al tío». David se negó. Luego quiso atracar a alguien que se acercara al cajero; tampoco lo hicieron. En su lugar condujo hasta la urbanización Medina Azahara y se bajó del coche del que cogió algo de la parte trasera. «¿Vienes o no?», preguntó a David. Este no lo secundó, pero quedó en recogerlo más tarde. Le encargó, además, que fuera a buscar a su novia Windybeth G. M. a Pioz y la llevara donde esta le dijera. A las 3.03 horas de la madrugada, Fernando ya estaba dentro de la casa de los Villar Fernández y había intentado acceder a la habitación de Yerai, el hijo. A las 3.20 había asesinado a tres personas y prendido fuego a la vivienda. Entre las 4.45 y las 5.10, el Peugeot 207 vuelve a la urbanización. Buscan a Fernando. Conduce David y le acompañan la madre y la supuesta novia venezolana del asesino. No lo encuentran porque ha huido a pie a través del campo hasta la casa de su abuela en Pioz. Allí están su madre y la venezolana y con ella –que niega estar al tanto de lo ocurrido– se refugia en el hostal Cervantes de Daganzo, donde la pareja fue detenida el 14 de abril. David ya estaba en el calabozo. Los investigadores encuentran en el hostal el botín: catorce relojes de la colección de Ángel Villar de los que ninguno supera los 300 euros (faltaban dos Omegas de oro) y algunas joyas de Elvira, entre ellas una pulsera con su nombre inscrito. Hallan además una tableta de hachís y dos paquetes de pastillas de éxtasis. El asesino, en su huida, dejó más relojes y alhajas, así como dinero en metálico abandonados en la habitación donde mató a los dueños. Llevaba encima 1.050 euros. Cristian B.R., el novio de Laura Villar, fue detenido dos semanas después. Tenía una orden de alejamiento de Laura desde el 15 de diciembre del año pasado vigente hasta el próximo 10 de agosto. Ambos la incumplían, igual que sus madres. Los sábados, Elvira, la madre de Laura llevaba a su hija a casa de Cristian donde pasaba el día y por la noche era la madre de él quien la traía de vuelta. A Ángel, el padre, le habían ocultado dicha medida, según explicó Yerai en su declaración. Contó que su hermana quería irse a vivir con su pareja, pero ni uno ni otro tenían trabajo y se pasaban el día conectados mediante videollamadas. En la casa había entre 3.000 y 5.000 euros . Una parte del dinero apareció después tirada en una calle de la urbanización. Cristian padece una discapacidad del 54 por ciento. Niega haber participado en los hechos, siquiera como inductor del robo del que lo acusa otro de sus amigos, y alega el amor que sentía por Laura. Contó en sede judicial que estuvo hablando con su novia la madrugada del 13 de abril hasta que esta se quedó dormida. A esa hora Fernando y David ya merodeaban en coche por la urbanización. La juez envió a los tres a prisión. El coche de la madre del presunto autor material, el único que se ha acogido a su derecho a no declarar, fue el hilo del que tiraron los agentes esa misma noche. La matrícula fue captada por una cámara de seguridad. Y esa matrícula les llevó directos a los cuatro ocupantes identificados el 11 de febrero en una reyerta ocurrida en Los Santos de la Humosa. A bordo iban David, Cristian, Fernando y otro amigo. El triple crimen de Chiloeches es la banalidad del mal en estado puro. Ninguno de los implicados trabajaba ni estudiaba; todos eran amigos. Urdieron un robo cutre de ninis desarraigados, plagado de medias verdades y 'palos' exiguos, que acabó en una carnicería. El autor, con 23 años, se enfrenta a prisión permanente.