Leer como Stephan Zweig narra en su libro «momentos estelares de la humanidad» el asedio de Constantinopla por los turcos es algo más que recomendable. Te hace sentir como vivían los defensores de la ciudad aquellos momentos épicos, mirando al horizonte esperando la ayuda que nunca iba a llegar, y confiando más que nunca en la resistencia de las grandes murallas. La historia de Zweig no hace ninguna referencia a la famosa discusión bizantina donde se indica que los eruditos seguían debatiendo acerca del sexo de los ángeles, ajenos al más que previsible futuro funesto de la ciudad. No dejo de pensar en aquellos eruditos cuando observo como la Unión Europea trata de poner vallas al campo en cuanto al tema del control a los desarrollos con Inteligencia Artificial (IA) . Mientras tanto, Estados Unidos, China y algún que otro país se han lanzado en la apuesta decidida por la investigación en todo lo referente a la IA y sus posibles aplicaciones. No hay más que mirar el número de ceros que tienen las cifras de inversiones de los proyectos sobre el tema, para darse cuenta de que para estos países es un asunto de vital importancia. En Europa parecen preferir prefieren plantear leyes, como la recientemente aprobada por el parlamento europeo, que controlen y regulen ese desarrollo, en vez de dedicar más medios a esa investigación para no quedarse atrás. Quizá más de uno debería haberse dado cuenta de que en un mundo como el actual, los problemas globales requieren de soluciones globales . Es un error pensar que las fronteras europeas y nuestras leyes nos van a proteger del quinto jinete del apocalipsis, que es el nombre que algunos parecen haber asignado a la IA. Es posible que toda una generación de políticos se haya visto influenciada por las películas de «Terminator» o la de «2001 una odisea en el espacio», y por ello vean a la IA como una amenaza en vez de una oportunidad de progreso. Lo único que podemos afirmar con certeza es que la gran cantidad de información disponible sumada a la elevada capacidad de proceso de los ordenadores actuales han hecho posible lo que hasta hace relativamente poco solo eran teoremas y elucubraciones del pasado. La rapidez en la que sistemas como ChatGpt han captado los millones de usuarios, o comprobar como la mayoría de las empresas más cotizadas en el mundo son empresas tecnológicas, nos deberían hacer ver que la IA ya no es futuro, sino que incluso, muchas de las cosas que contamos acerca de sus capacidades son pasado. La carrera ha comenzado y podemos ser participantes o público. Obviamente hay algunos de los derechos fundamentales del hombre que tienen que estar preservados de un uso malévolo de la Inteligencia Artificial o cualquier otra tecnología. Pero es más fácil conseguir esto potenciando la formación de nuestros ciudadanos en lo que es la Inteligencia Artificial, en cuáles son sus posibilidades y también sus riesgos. También apoyando a las empresas europeas para que utilicen esta nueva tecnología para poder competir de tú a tú con las de otros países más allá de nuestras fronteras. Por supuesto, no mejoramos la situación empeñándonos en salvaguardar artificiosamente las profesiones que posiblemente desaparecerán o se van a ver enormemente afectadas, sino en prepararnos para las nuevas profesiones que sin duda alguna van a tener lugar. Europa podrá avanzar más deprisa si invertimos y aprovechamos la tecnología en vez de tratar inútilmente de regularla, ya que los demás no se van a parar, y las fronteras en la tecnología no existen. Como afirmaba Francisco Cambó, «hay dos maneras seguras de llegar al desastre: una, pedir lo imposible; otra, retrasar lo inevitable». Que se lo digan a los defensores de Constantinopla, ya que a pesar de que sus robustos muros resistieron, sufrieron la derrota final por culpa de una pequeña puerta mal cerrada.