Empieza como una película de mafiosos de Scorsese, pero con varias velocidades menos; los contenedores, gigantes bloques con todo un mundo dentro de sus paredes de metal, imponen casi tanto como los que David Simon grabó en Baltimore , hace ya veintiún años. Hay violencia y drogas, pero todo eso queda muy lejos, porque los disparos suenan más cerca. Lo que se ve en 'Mano de hierro', que Netflix estrena mañana, es mucho más cotidiano y vulgar. Es el puerto de Barcelona, «una de las vías de entrada más importantes de Europa para el lucrativo negocio del narcotráfico», donde una familia de apellido castizo hace y deshace, sin ley, salvo la del garfio de su líder. La ganzúa que tiene por mano el «capo» de Eduard Fernández , el patriarca del clan protagonista, le vino impuesta al actor catalán, pero se salió con la suya en lo de la peluca, que rechazó cuando se la propusieron: «Estaba calvo porque venía de rodar '30 monedas'. Y el director decía que la pinta era demasiado fuerte. Me negué a llevar peluca… No sé por qué, pero a un hombre le pones una peluca y o es muy buena o se te queda cara de pederasta». En la serie creada por Lluís Quílez hay traiciones, ajustes de cuentas y mucho nepotismo. El personaje de Fernández maneja el puerto aunque no toca una grúa y coloca en la empresa a toda su familia: Sergi López, Natalia de Molina, Enric Auquer y hasta al yerno, que interpreta Jaime Lorente. «Es un vicio muy internacional. Es algo muy de estructura ancestral de la familia, de la sangre. Forma parte de algo que tenemos en los genes», explica. Por el puerto de Barcelona, «al que es imposible acceder», merodea también Chino Darín, que oculta su doble rasero en la inmensidad del muelle catalán, «una realidad que desconocemos, pero es bestial».
