“Mataron a millones. Eso fue Auschwitz, era su función. Pero allí encontré algo, a alguien”. Así arranca el relato que Lale Sokolov –su nombre de nacimiento fue Ludovit Eisenberg–, prisionero eslovaco del campo de concentración, cuenta en 2003 a Heather Morris, entonces una autora novel. El tatuador de Auschwitz (disponible en Movistar Plus+) refleja los momentos de confidencias entre ambos, así como los días de Sokolov en el campo de exterminio.
Sin embargo, El tatuador de Auschwitz –tanto el libro como la serie– incluye varias imprecisiones en lo que respecta a los campos de exterminio, como afirma el Memorial Auschwitz-Birkenau a Newtral.es y recoge en una publicación.
Para la doctora Wanda Witek-Malicka, del Centro de Investigación del Memorial, hay que tener en cuenta que cuando Sokolov cuenta su historia a la autora, habían pasado “seis décadas” desde los acontecimientos. Además, estaba “cerca de su 90 cumpleaños” y nunca antes la había contado.
Por tanto, aunque “el mero paso del tiempo y la ausencia de verbalización previa no socavan la credibilidad” del testimonio, la experta considera crucial realizar un “análisis crítico minucioso y detallado de esos recuerdos”. “La relación del libro con las realidades del campo era cuanto menos cuestionable, y la exactitud histórica no era meramente cuestionable, sino falsa”, concluye Witek-Malicka.
En este Fact-Fiction analizamos las licencias creativas de la serie.
Desde el primer capítulo, la serie narra los horrores que vivieron los prisioneros en el complejo de campos de concentración de Auschwitz. Sin embargo, algunos de ellos pertenecen a la ficción y fue poco probable e incluso “imposible” que sucedieran, como indica la doctora Witek-Malicka. Uno de ellos es cuando Lale presencia cómo disparan por la noche a tres prisioneros que estaban usando la letrina, dejando sus cuerpos tirados. “Esta escena es imposible por varias razones”, señala la experta:
A lo largo de El tatuador de Auschwitz hay escenas similares (en las que oficiales de las SS disparan a prisioneros “por el más mínimo motivo o sin motivo aparente”), pero la experta aclara que es un estereotipo de los guardias.
Además, “los hombres de las SS no podían estar en el recinto por la noche”. Por tanto, todas las escenas en las que aparece Stefan Baretzki, el guardia de las SS que dispara a las personas que estaban en la letrina y encargado de acompañar a Lale, son “irrealistas” (como cuando aparece borracho andando por el campo). “Por la noche, las calles del campo estaban prácticamente vacías. Los prisioneros no salían de sus bloques”, tampoco para ir a las letrinas, “utilizaban cubos colocados en las esquinas de los barracones”.
Otra de las imprecisiones que señala la investigadora es la implicación de otros prisioneros en los castigos y torturas ejercidos a otros. En uno de los capítulos de El tatuador de Auschwitz, las SS interrogan a Lale y, para obligarle a confesar, otro prisionero es el encargado de darle una paliza. Sin embargo, eran los propios guardias los que llevaban a cabo los interrogatorios con “sofisticados métodos de tortura”.
En algunas escenas de El tatuador de Auschwitz, los protagonistas se mueven por los distintos campos que formaban el complejo. En ocasiones, aparecen incluso sin guardias. Uno de los ejemplos que señala Witek-Malicka es cuando Lale atraviesa las secciones de Birkenau –cuyas vallas aparecen abiertas– con la bolsa de tatuador y sin pasar ningún registro.
“Las puertas de las distintas secciones del campo estaban cerradas y el guardia de turno debía registrar al prisionero”, explica la doctora, que destaca que dicho registro era más “minucioso” si se llevaba algún bulto, bolsa o caja de herramientas.
Además, los prisioneros debían llevar permisos para circular por el campo, que también se comprobaban, y “se expedía a los prisioneros cuya entrada en una sección específica estaba relacionada con sus responsabilidades diarias”. Por tanto, según la experta, es prácticamente “imposible” que Lale visitara a Gita en su barracón “cuando le conviniera”.
En el complejo de campos de concentración, los tatuadores formaban parte del comando llamado aufnahmekommando y su función era la de registrar y tatuar a los prisioneros recién llegados. En el caso de Lale, según los documentos de Auschwitz, su trabajo se limitaba al campo de hombres de Birkenau y su comando lo formaban “entre una docena y 30 prisioneros”.
Desde el Memorial critican la imagen que muestra El tatuador de Auschwitz en relación con Lale, al que muestran como una “figura aislada de la estructura del campo”, moviéndose solo por el campo y viviendo en una barraca vacía: otro “grave error”.
Los tatuadores “no disponían de habitaciones separadas”. Los bloques sí contaban con estas, pero se reservaban a los prisioneros “funcionarios” que supervisaban a sus compañeros, es decir, los jefes de bloque y los kapos.
Para la doctora, una de las ideas “más sorprendentes” que muestra la serie es que los hombres de las SS se convirtieron “en los garantes de la seguridad” de Lale al reflejar a otros prisioneros como su principal amenaza. Sin embargo, las personas que formaban parte del aufnahmekommando “no estaban sujetos a ninguna protección especial” aunque sí tenían mejores condiciones en su rutina.
En cuanto al procedimiento, en la serie, los tatuadores inyectan la tinta en el brazo de los recién llegados, desinfectando previamente la zona –algo que en la realidad no se hacía, dando lugar a heridas infectadas, como señala la experta–. Pero esto era distinto en la realidad, ya que primero se perforaba la piel con el número y luego se aplicaba la tinta en la herida con una tela.
El argumento principal de El tatuador de Auschwitz es la historia de amor que se desarrolla entre Lale y Gita. Según la serie, ambos se conocen cuando ella llega al campo y él tiene que tatuarle un número.
A lo largo de los capítulos, los protagonistas encuentran diversas maneras de verse, aunque algunas de ellas resultan dudosas para la experta.
El guardia de las SS que supervisa a Lale suele aparecer siempre unos pasos por delante del prisionero, sin mirar lo que ocurre detrás de él. En una de las primeras escenas juntos, Gita aprovecha el orden de la marcha y corre hacia Lale, dándole la mano y mirándose el uno al otro durante varios segundos (las compañeras de ella la alejan antes de que el guardia pueda descubrirlos).
Según la doctora del Centro de Investigación del Memorial, no es “del todo imposible” que los hombres de las SS fueran por delante de los prisioneros, pero “tampoco es probable que fuera la norma”.
El tatuador de Auschwitz muestra la relación entre el guardia nazi y el protagonista, pero da la imagen de que la única función de Baretzki era la de vigilar al tatuador. No era así.
Pese a las imprecisiones históricas, la experta reconoce que el foco principal de la serie es la historia de amor entre Lale y Gita, “el holocausto asume un papel secundario”. Los dos prisioneros consiguieron sobrevivir a Auschwitz y, aunque fueron separados, se encontraron. “Se casaron y vivieron felices en Melbourne, Australia, durante 58 años”, como cuenta Heather Morris.
Equipo de prensa del Memorial Auschwitz-Birkenau
Revista ‘Memoria’ del Memorial Auschwitz-Birkenau
Libro y serie de ‘El tatuador de Auschwitz’