Es difícil imaginar qué pudo mover a la candidata número cuatro de la lista del PSOE por Madrid a ponerse un traje de raya diplomática calzado con unas improbables deportivas azul turquesa. El escenario, el Hotel Ritz, quizás el más señorial de Madrid; la ocasión, el desayuno informativo del número uno de su lista, Pedro Sánchez, secretario General del PSOE. Pero sucedió. Irene Lozano se decantó por epatar al personal desde abajo, con sus pies refulgentes, calzados con deportivas de 150 euros.
No es el primer problema de Lozano con el calzado. Hace unos meses, cuando aún era una dirigente y diputada de UPyD, aparecía en el diario El País con unos extraños zuecos. Parecía un desliz de despacho, que había recibido a los periodistas como de ir por casa. Pero ayer no era el caso. Ayer estaba en una acto de tiros largos de su nuevo secretario General, ahora que está en el PSOE.
El Hotel Ritz fue en tiempos un lugar muy estricto con la indumentaria. Inaugurado por el mismísimo rey Alfonso XIII, no admitia estrellas de Hollywood, por ejemplo. La corbata era obligatoria para franquear las puertas giratorias de madera y dorados repujados. Algo acorde a lo mullido de sus alfombras, la solera de sus láparas de araña, los cuadros, las maderas nobles. Hoy no, hoy el Ritz se ha modernizado y ha relajado sus rígidas normas. Pero claro, el mismísimo don Cesareo Ritz, su fundador, se habrá removido en su tumba hoy de haber visto la goma de color turquesa de las zapatillas de la diputada.
Lozano –en tiempos periodista– se mueve con soltura en el ambiente de embajadores, políticos de primer nivel, empresarios y figuras de la comunicación que acuden a la llamada del Foro Nueva Economía y sus tradicionales desayunos informativos. Allí estaba, pelo perfectamente cortado, terno oscuro, corbata, Pedro Sánchez, más de un metro noventa de político. Y conforme al escenario y la ocasión, una audiencia de gente trajeada y sobriamente bien maqueada. Sentada a la mesa, el sobrio terno de raya diplomática de Lozano no llamaba demasiado la atención. Pero claro, de los sitios hay que irse, hay que ponerse de pie y echar un pie para adelante. Ahí empezó la tragedia.
De entre el bajo –pelí excesivamente largo–, inesperado, surgió un pie, cierto que proporcionado de tamaño. No era borceguí fino, ni tafilete. Eran unas zapatillas Nike valoradas en unos 150 euros. No parece que esté bien visto que alguien acusado de haber salido corriendo de un partido en caída castrófico a otro con escaño asegurado, lleve zapatillas de correr. O sí, quién sabe. Con esto de la nueva política no es fácil aclararse.