No todo lo bueno en carretera tiene forma de área de servicio. En Málaga , hay paradas que merecen desviarse unos metros —o frenar en seco— porque lo que se sirve en la mesa compensa el viaje. No hablamos de alta cocina ni falta que hace. Son restaurantes a pie de carretera reconocidos por la Guía Repsol con su distintivo más viajero, el 'Solete', y comparten una misma idea: cocina reconocible, producto bien tratado y precios pensados para volver. Proponemos cinco restaurantes con Solete de carretera de la Guía Repsol repartidos por distintos puntos de la provincia para comer muy bien si estos días te mueves por Málaga. A pie de la antigua carretera que une Málaga capital con Casabermeja, este ventorrillo es una parada con historia. De hecho, está considerado uno de los más antiguos de la provincia, aparece en una de las novelas de Cervantes y se dice que los Reyes Católicos pararon allí. Sus platos son los de siempre: puchero con pringá, croquetas, callos a la berza, potaje de habichuelas, gazpachuelo viudo y carnes hechas a la leña, una técnica que la familia cuida con el mismo rigor con el que se mantiene viva la historia del lugar. La terraza y el salón interior acompañan una cocina pensada para sentarse sin prisas. Clásico entre clásicos. En el kilómetro 547 de la carretera del Colmenar, en un cruce de caminos hacia Comares, Olías y el antiguo trazado hacia Granada, se encuentra esta venta con nombre de origen irlandés. Galwey —o Garvey, según el cartel— debe su denominación a una familia procedente de Galway que habitó la zona hace décadas. Una de las ventas de los Montes de Málaga que no te puedes perder si viajas por la zona. Su interior funciona casi como un museo etnográfico, con transistores antiguos, planchas, ollas, aperos de labranza, cántaras y objetos de esparto cubriendo las paredes. En la mesa, la propuesta es clara y contundente: migas, magro con tomate, carne mechada, jabalí en salsa, potajes del día y, por supuesto, el plato de los Montes. Para terminar, uno de sus clásicos más reconocidos: arroz con leche. Aquí conviene llegar con hambre… y tiempo. En las afueras de Alameda, este restaurante se ha ganado su fama por la calidad del producto. En su vitrina mandan los mariscos y pescados frescos, pero también hay espacio para carnes bien seleccionadas, como vaca gallega madurada o chivo lechal malagueño. La carta se completa con ensaladas trabajadas, tartar de atún rojo y una sección de postres caseros que invita a alargar la sobremesa. Frente a uno de los enclaves naturales más conocidos de la provincia, este restaurante forma parte del hotel ecológico Cueva del Gato . Aquí la cocina se basa en producto de cercanía y de temporada, con una política clara de aprovechamiento y control del desperdicio. En cocina, la propuesta se apoya en el recetario serrano y el producto de temporada, con una despensa muy ligada al entorno y al huerto propio. La carta reúne chacinas de la zona, tapas frías clásicas como boquerones en vinagre o ensaladilla, y ensaladas elaboradas con verduras de proximidad. Los guisos y platos de cuchara tienen un peso importante, junto a migas, arroces y especialidades de campo. En pescados aparecen frituras y brasas sencillas, mientras que las carnes —rabo de toro, cordero guisado, cortes ibéricos a la parrilla o el plato de los montes— marcan el carácter de la casa. El cierre lo ponen postres caseros tradicionales, elaborados a diario. Es imprescindible reservar. En la sinuosa carretera que conecta Casares pueblo con la costa, esta venta ha sabido actualizar el concepto tradicional sin perder identidad. Para empezar, aparecen clásicos como la ensaladilla rusa de la casa, croquetas de jamón, torreznos, plato de jamón ibérico o la tosta de mollete con atún rojo ahumado y alioli de ajo negro. En los principales mandan los guisos tradicionales y las carnes a la parrilla , con platos como el rabo de toro, el arroz campero, la presa ibérica, las chuletas de cordero lechal o el entrecot al carbón. El apartado de pescados se resuelve con elaboraciones sencillas como rosada a la plancha, lubina a la parrilla o gambones al carbón. Los postres caseros —arroz con leche, flan o tarta de queso— ponen el cierre a una parada pensada para comer con calma en plena carretera. Una cocina reconocible, bien ejecutada y pensada para quien viaja sin renunciar a comer con calma.