Rastrojo es un restaurante con vocación de casa de comidas, pensado para sentarse a la mesa con calma, aunque también permite abrir el apetito con un picoteo un primer bocado en barra. La propuesta se mueve entre el recetario reconocible y una lectura contemporánea, con una carta que invita a compartir y a componer la comida según el momento, sin rigideces. Hay entrantes vegetales, platos fríos y calientes, fritos, arroces, carnes y pescados, además de una selección diaria de tapas que cambia según mercado. La idea es clara: compartir, combinar y volver a pedir. Al frente del proyecto está Juan Fernando Fernández, hostelero sevillano de 27 años con una trayectoria sólida en sala. Su recorrido incluye etapas en Abades Triana , Torres y García, La Isla —donde asumió por primera vez el rol de maître— y Muelle 21 , antes de dar el salto a un proyecto propio. Rastrojo es su apuesta más personal, un negocio que conecta experiencia profesional y raíces familiares. En cocina está Víctor Daniel, cocinero de origen canario-venezolano con paso por restaurantes sevillanos de referencia como Zelai . Su trabajo se centra en una cocina de producto, bien ejecutada, que parte de recetas conocidas y las adapta desde la técnica y el equilibrio Uno de los puntos fuertes de Rastrojo es su apartado más informal. En barra o como arranque de la comida aparecen aliños sevillanos, conservas, ostras, mejillones, gildas, anchoas y productos de abacería, con el jamón como habitual. La carta se organiza por bloques y está pensada para compartir. Aparecen entrantes y platos vegetales como el tomate de Los Palacios con distintos aliños, el salmorejo de remolacha con croqueta de payoyo, la ensalada de bacalao con col y naranja o el tartar de berenjena asada con burrata. En el apartado de bocados y fritos se encuentran referencias como croquetas de cola de toro, bomba de pavía con mayonesa o gyozas de pringá con caldo de puchero. Los arroces tienen un espacio propio en la carta, con propuestas como el arroz negro, el meloso con setas e Idiazábal o el arroz seco de pato. En carnes y pescados aparecen platos como la carrillada, el tataki de presa ibérica, el solomillo de ternera, el bacalao con base de tomate, el calamar nacional ahumado o el pescado de lonja según mercado. El apartado dulce sigue la misma línea de la carta. Se encuentran elaboraciones como el lingote de chocolate con helado de AOVE, la espuma de queso con tejas de mantequilla o el helado de jazmín y flor de azahar, pensadas como cierre natural de la comida. La bodega es concisa y con un claro acento andaluz. Predominan referencias de Martina Trader con la mirada puesta en las etiquetas del sur, donde destacan vinos generosos —manzanillas, amontillados, olorosos y palos cortados— junto a una selección de blancos y tintos nacionales. Una carta pensada para acompañar la mesa sin complicar la elección. El espacio combina una estética contemporánea con referencias al mundo rural andaluz. Fotografías en blanco y negro, materiales cálidos y tonos neutros construyen una atmósfera serena. La barra articula el local y se acompaña de mesas altas y bajas que permiten distintos ritmos de comida. Al fondo, una fotografía de la Cooperativa Las Nieves, en Los Palacios y Villafranca, conecta el proyecto con el origen personal de su impulsor. El nombre del restaurante remite tanto a ese pasado agrícola como a la historia de la calle Zaragoza , antiguamente vinculada al mercado de la paja. El rastrojo como lo que queda tras la siega y sobre lo que vuelve a crecer todo. Rastrojo se ubica en la calle Zaragoza, 5, en pleno centro de Sevilla, en el local que antes han ocupado restaurantes como La Azotea. Una ubicación con tránsito, historia y vida propia para un restaurante que se suma al mapa gastronómico de la ciudad con una propuesta pensada para el día a día.
