¿Nos unimos en el empeño?
Resultaba realmente difícil encontrar el marco adecuado para trasladar el mensaje de Navidad Felipe VI. En un clima notorio de encanallamiento y polarización de la vida política era complicado vislumbrar el tono de las palabras elegidas por el monarca. Algunas señales fueron marcando el sendero y percibidas como la voluntad del Rey de reivindicar la Transición como el camino más idóneo para la mejor España en derechos y libertades que hemos conocido. Así se entiende la entrega del Toisón de Oro a los constituyentes, como reconocimiento a la generosidad de una generación que, siendo hijos de la guerra y de la dictadura, deseaban un país mejor para todos. Fue un acto político con una voluntad consciente de reivindicación del diálogo como instrumento político indispensable en democracia.
Este 2025 ha sido un año especialmente marcado por las trincheras, el insulto frente a la palabra y la búsqueda de la destrucción del adversario. Los puentes han volado y la fractura social se ha consolidado en un país que necesita soluciones y no enfrentamientos.
La Transición no fue perfecta, es algo reconocido incluso por quienes fueron protagonistas de esa etapa a la que debemos agradecer todos nuestra herencia de libertades y derechos. Pero hubo un legado que todavía hoy sigue vigente: la cesión como elemento indispensable para el acuerdo y el avance en la convivencia. Ceder ante quien piensa diferente, ante quien incluso te hizo daño y por quien padeciste sufrimiento. Ceder por el bien común, aunque tu dolor siga presente. Eso hoy es inconcebible en la política española.
El mayor valor que tuvo del discurso del jefe del Estado radicó en la reivindicación del diálogo en un contexto en el que se asocia a debilidad, e incluso se ve como una traición a las posiciones radicales de uno y otro bando, en las que permanece atrapada la inmensa mayoría de la sociedad.
Demuestra así que la consecución del Toisón no fue un gesto de nostalgia histórica, sino un reconocimiento a una generación de ideología plural que solo anhelaba libertad y Estado de derecho para todos, desde pensamientos diferentes. Para alguien a quien le resulta difícil entender el hecho de que la jefatura del Estado sea hereditaria, es gratificante sentirse representada en sus gestos. Igual que lo fue asumir durante la catástrofe de Paiporta que su papel de representación, y no ejecutivo, exigía empatía, solidaridad y escucha.
No llegó el actual monarca en las mejores condiciones sociales, políticas y económicas, heredero de un legado complicado. Pero fue capaz de revertir la tendencia, volver a ganar la confianza de los españoles hacia la figura que representaba y eso ha sido gracias, entre otros factores, a saber interpretar el momento en el que le tocó reinar.
No podemos obviar que los ataques a la jefatura del Estado no vienen exclusivamente de las posiciones tradicionalmente de izquierdas. Se suman a esas críticas un sector ultraconservador, recentralizador y joseantoniano que cuestiona abiertamente la monarquía parlamentaria, pieza clave del consenso constitucional.
Todo ello nos lleva a pensar que el cuestionamiento no es solo a la Transición como hito indispensable que nos condujo a la mayor etapa de libertades y derechos en España, sino a cuantas instituciones lo hicieron posible. El hecho de que tanto el PSOE como el PP hayan valorado positivamente el mensaje de Felipe VI abre una puerta a la esperanza. Reivindicar el consenso constitucional y ser aplaudido por los principales partidos del arco parlamentario es una buena noticia para los demócratas.
Este acuerdo o consenso en torno al mensaje del jefe del Estado no resuelve la realidad que está viviendo España. Eso sí, para ser creíbles en ese reconocimiento, las campañas electorales a las que nos enfrentaremos este 2026 deben ir más allá de la destrucción del adversario o el cuestionamiento del sistema, algo que se convierte en gasolina para quienes quieren revertirlo e incluso derruirlo.
Entraremos en un año especialmente complicado donde el carrusel de elecciones marcarán algo más que el calendario electoral e influirá en el clima político que percibirán los ciudadanos. Competir por el poder sin erosionar las instituciones ni la democracia es el reto, la duda está en si los partidos serán capaces de llevarlo a cabo.
Defender el espacio público que compartimos y que nos permite disfrutar de las mayores cotas de libertad e igualdad es el reto a mantener, la gran incógnita es si los partidos estaremos a la altura y con capacidad para llevarlo a cabo. Pero nunca olvidemos que igual que a nuestros constituyentes, las generaciones futuras nos juzgarán por nuestros hechos y por nuestro legado, el suyo ha alumbrado 44 años en paz y libertad. Ahora nos toca a nosotros alargar o colapsar su legado. Depende de todos nosotros, sabiendo que no será fácil y que estará sembrado de incertidumbres. Merece la pena intentarlo y vencer el miedo. ¿Nos unimos en el empeño?