El primer discurso del Rey campechano
Empezó entonces la imagen del monarca campechano. «El mensaje navideño de un Rey sencillo a un pueblo noble», tituló la prensa aquel primer discurso de Navidad de Juan Carlos. Era 24 de diciembre de 1975. La imagen de TVE fue en color. Junto al Rey, Sofía y los niños. La estampa parecía la de un salón cualquiera de una familia española corriente. Al fondo, un belén común con su serrín, su río de papel plata y su musgo. La idea era transmitir que el nuevo soberano era uno más, un individuo sin altanería, un Rey a pie de calle carente de los lujos atribuidos a la realeza. La democracia empezaba por parecer todos iguales.
Era un tiempo nuevo y Juan Carlos decidió cambiar la fecha del tradicional mensaje del jefe del Estado. Franco lo hacía el 31 de diciembre, y pensó que sería más oportuno y entrañable hacerlo el 24 de diciembre, poco antes de que las familias se sentaran a cenar. El impacto iba a ser mayor por la carga emocional de la fecha. Nada que ver con la preparación de la Nochevieja. En Nochebuena afloran los sentimientos positivos –en general–, las miradas al pasado, y el sentido comunitario es mayor. Esa fecha era ideal para transmitir un mensaje sobre lo conseguido en el año que terminaba, y proyectar buenos deseos para el futuro.
La transmisión estuvo muy cuidada. Se anunció de forma conveniente en los medios, y la expectación era máxima. Franco había muerto hacía poco más de un mes, casi nadie se hacía cargo del franquismo, y la mayoría de los españoles esperaban pasos firmes e ilusionantes hacia una democracia ordenada. Nadie quería arriesgar el bienestar material conseguido con muchísimo esfuerzo, y estaban decididos a apoyar una vía tranquila hacia un sistema representativo, a la europea, sin violencia. La familia seguía siendo lo primero en el corazón de los españoles, por lo que la imagen del Rey debía ser la de un compatriota más, con los mismos intereses, gustos y sueños.
TVE empezó la emisión a las 21:30 con la aparición de los cinco miembros de la Familia Real. Juan Carlos estaba sentado a la derecha de la pantalla, con unos folios en las rodillas a modo de chuletas a los que recurrir cuando se quedara en blanco. La Reina Sofía estaba a la izquierda, elegante como siempre, con una mirada amorosa sobre sus hijos y esposo. En el centro de la imagen estaba el príncipe Felipe, mientras que las infantas permanecían junto a la madre.
En el mismo estilo que mostró en su discurso del 22 de noviembre de 1975 en las Cortes, Juan Carlos comenzó mencionando al dictador fallecido. Lo hizo para recordar lo positivo que, en su opinión, se había conseguido durante el régimen. Habló de la paz de los espíritus y de las conciencias que, dijo, impedirían un conflicto entre españoles y permitirían el progreso conjunto. Recordó también el testamento de Franco con el objetivo de tranquilizar al búnker y al Ejército azul. La otra pata era el catolicismo, aunque simbólicamente estaba cubierto con el belén. Tuvo unas palabras para el mensaje cristiano de caridad que ilumina los días navideños. En ese punto había cimentado la continuidad con la España anterior. Fue entonces cuando empezó a hablar del país que estaba por venir.
El futuro del país
Nervioso, mirando de reojo las hojas que tenía en las rodillas, confesó que era consciente de las dificultades. «Los problemas que tenemos ante nosotros no son fáciles, pero si permanecemos unidos, el futuro será nuestro», dijo con un tono «Nada era sencillo ni estaba atado». Era preciso un esfuerzo conjunto, porque «muchas veces no se alcanza aquello que nos proponemos». El ritmo y el alcance de las reformas no era solo una responsabilidad suya, sino que dependía de la buena voluntad de todos. La democracia en España exigía el sacrificio, la moderación de aspiraciones y la aceptación del adversario. El país era plural, y debía comprenderlo para vivir en común. Lo que hicieran a partir de ese momento era hacer justicia con la generación anterior, la que se esforzó para que el progreso material, cultural y político. También suponía sembrar para que las «nuevas generaciones» tuvieran un país mejor, en paz, con otras preocupaciones.
Juan Carlos de Borbón se despidió con las «palabras que resonaron en Belén hace veinte siglos: paz a los hombres de buena voluntad». Sonó entonces el himno nacional mientras se veía el escudo oficial de España, que entonces era el Águila de San Juan, y la bandera. La prensa dijo el 26 de diciembre –el día 25 se descansó– que había sido un mensaje sencillo, llano, de hombre común, muy campechano.