Las puertas jubilares empiezan a cerrarse aquí en Roma, y con ellas llega la hora del balance. Aunque el año santo no termina aún, se siente ya ese silencio previo al final, cuando uno se mira sin excusas. Como voluntaria he visto la trama invisible que sostiene estos encuentros: horas anónimas de trabajo para que todo parezca sencillo. Y cuando lo es, queda la certeza de que lo mejor no ha nacido sólo de nosotros. Entre los jubileos hubo uno inolvidable: el de los detenidos. Áspero, humano, sin adornos. Hubo incidentes, robos, caídas… y muchas manos tendidas. Pero lo decisivo ocurrió dentro. En ellos, y también en mí. Comprendí algo incómodo: basta relajar la vigilancia interior para que el error grave deje de ser remoto y se acerque como una sombra. Un voluntario lo resumió con una calma desarmante: «Gente buena con decisiones equivocadas». Nadie puede jurar que está lejos del abismo. No por pesimismo, sino por realismo. Quizá nuestra grandeza consista en reconocer cuánto se nos ha perdonado. Los detenidos no son 'los otros'. Podríamos ser cualquiera. Somos tan pecadores como santos en potencia. Y tal vez por eso convenga vivir más atentos, más agradecidos, menos conformes. Almudena Lago. Roma Salió del observatorio rumbo a Westminster con paso decidido. Algo no cuadraba. Londres bullía, pero George Biddell Airy atravesó la ciudad como si todo fuese ruido de fondo. En la obra, arquitectos y operarios celebraban la grandeza del reloj: debía oírse en toda la ciudad. Airy escuchó, esperó su turno y sentenció: «Temo que se rompa, porque no siguieron mi opinión». No se equivocó. El astrónomo real –cargo que ocupó entre 1835 y 1881– erró en el cálculo de la campana del Big Ben. Trece toneladas de bronce, un martillo demasiado pesado y una grieta de sesenta centímetros. Un fallo matemático, de asesoramiento, de exceso de confianza. Nada nuevo: la aritmética y quienes la interpretan también se equivocan. Extremadura vive hoy su propia grieta estructural. La aleación política PP-Vox no ofrecía, según María Guardiola, ningún tipo de seguridad. Buscó entonces otro cálculo: la mayoría absoluta. No la obtuvo. Y aquello de lo que quería huir acabó ganando peso. Una consecuencia tan previsible como fáustica. En 1859, Airy no corrigió su error: lo domó. Giró la campana para que el martillo golpeara en una zona intacta. No fue brillante, pero sí eficaz. Garantizó la funcionalidad del sistema. Ahora solo espero que María Guardiola corrija el error, resuelva el problema y, por favor, garantice algo de funcionalidad. El problema nunca estuvo en la campana, sino en golpear donde ya estaba rota. Álex Tiraplegui. Pamplona (Navarra)