En el contexto actual de la revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), el comercio internacional enfrenta una nueva ola de incertidumbre con la reelección de Donald Trump para un segundo mandato presidencial. Esto anticipa una posible reconsideración del uso de aranceles como un instrumento político/económico. Esta situación, la cual no es nueva en las relaciones comerciales de América del Norte tiene un trasfondo histórico, económico y político. Estas medidas pudieran causar impactos económicos a México y Canadá, afectando de manera sustantiva las relaciones comerciales en esta región.
Los aranceles en Estados Unidos antes de 1913 eran la principal fuente de ingresos para el Gobierno Federal de dicho país. Estos eran utilizados para proteger industrias emergentes y financiar operaciones gubernamentales. Sin embargo, el modelo económico norteamericano dependía del consumo masivo de bienes importados, lo que daba como resultado el encarecimiento de los productos extranjeros para los consumidores.
No fue, sino hasta 1913 cuando la ratificación de la Decimosexta Enmienda de la Constitución de dicho país permitió la creación de un impuesto sobre la renta federal, reduciendo así la dependencia en los aranceles y diversificando, en última instancia, las fuentes de ingresos de dicho gobierno. Esto, eventualmente transformó el papel de los aranceles en la economía estadounidense, pasando de ser un instrumento recaudatorio a ser una herramienta estratégica en el ámbito económico/político.
Durante el siglo XX, Estados Unidos adoptó políticas comerciales más abiertas, culminando en acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 y su evolución al T-MEC en 2020. No obstante, sectores políticos, encabezados por figuras como Donald Trump, han abogado por un retorno a las políticas arancelarias para proteger empleos y fortalecer la manufactura nacional.
La propuesta de la política arancelaria se puede ver como una estrategia político económica, ya que los defensores de la imposición de aranceles argumentan que estas medidas protegen empleos domésticos y reducen el déficit comercial. Ahora bien, esta suposición, en teoría pura, si bien es cierto que los aranceles encarecen los productos importados terminarían por incentivar a los consumidores a optar por comprar y transaccionar con productos de origen nacional y, por ende, fortaleciendo la economía interna. Sin embargo, esta estrategia puede provocar, por parte de otros países, ciertas represalias comerciales, aumentar los costos de insumos para las empresas locales y afectar negativamente a los consumidores de productos de importación.
Durante la primera administración del presidente Trump, se implementaron aranceles bajo las Secciones 232 (seguridad nacional) y 301 (prácticas comerciales desleales), dirigidos principalmente a China, pero que, en última instancia, terminaron por afectar también a México y Canadá, especialmente en sectores como el acero y el aluminio. Ahora bien, con la revisión del T-MEC programada para el año 2026, existe el temor de que este enfoque proteccionista resurja, generando tensiones entre los socios comerciales de esta región de América del Norte.
El impacto económico en México y Canadá, quienes son los principales socios comerciales de Estados Unidos, pudiera desestabilizar las economías de aquellos países, ya que el T-MEC simboliza la interdependencia económica de la región. Es por ello que imponer de nuevo aranceles podría desestabilizar las cadenas de suministro, encarecer bienes manufacturados en América del Norte y reducir la competitividad regional frente a los mercados internacionales como los de Asia y Europa.
Según los datos proporcionados por el INEGI (2024) en su estudio titulado, “Información oportuna sobre la balanza comercial de mercancías de México, diciembre, 2023”, prevé que la imposición de aranceles presenta un riesgo significativo, ya que aproximadamente el 82.4 por ciento de las exportaciones no petroleras se destinan a los Estados Unidos. Los sectores como el automotriz, agroindustrial y manufacturero serían particularmente vulnerables. Por su parte, Canadá, cuya economía también está profundamente integrada con la estadounidense, podría enfrentar desafíos similares, especialmente en sectores de recursos naturales y energía.
En el contexto de la revisión del T-MEC, es crucial que México y Canadá trabajen en una agenda conjunta que refuerce la integración económica y el diálogo con Estados Unidos. La colaboración, más que la confrontación, será un elemento clave para evitar un retroceso hacia políticas proteccionistas que puedan perjudicar la estabilidad de América del Norte en un mercado global cada vez más competitivo.
