Los primeros 100 días del sexenio de Claudia Sheinbaum están marcados por dos características esenciales: una, la continuidad, sobre todo en el regalo de dinero público a un universo limitado de beneficiarios; dos, el desmarque de su antecesor en, por lo menos, el tema de la inseguridad y en recomponer el desorden y desastre heredado por su mentor.
Reza la propaganda de Morena que con la presidenta se continuará el segundo piso de la transformación, aunque en la mayoría de los casos, los cimientos están podridos por la ineptitud y la corrupción, lo que implica que cualquier cosa que se establezca sobre esos cimientos terminará desplomándose.
La defensa a ultranza que hace todas las mañanas la titular del Ejecutivo federal del tabasqueño le lleva buena parte de la mañanera y ello de suyo habla, por un lado, de su lealtad incondicional, pero por otro, se autoimpone el cargar con un costal de cascajo que solo dificulta su andar.
En el arranque, se han realizado grandes anuncios sobre algunos aspectos y programas que echará andar el nuevo gobierno, aunque no se precisa cuánto costarán y menos de dónde saldrá el dinero para financiarlos, en el entendido que son buenas intenciones, aunque en realidad el gobierno está en quiebra financiera, lo que significa que no tiene recursos más allá de los que ya están comprometidos, como es el caso del servicio de la deuda, pensiones, programas sociales, gasto corriente, participaciones federales a los estados y el fondeo de las obras que dejó inconcluso AMLO y que a la postre solo sirvieron para la foto, pero que, en realidad, no tienen beneficio alguno, como la refinería de Dos Bocas o la reactivación de Mexicana de Aviación, tan solo por citar dos casos que ya son emblemáticos de un sexenio marcado por el derroche indiscriminado de recursos públicos, en aras de satisfacer el alter ego de un personaje que se creyó el Tlatoani moderno de México.
En estos primeros cien días rescatamos el repunte en la popularidad de la presidenta, conforme a lo que apunta la encuesta de EL FINANCIERO, que contrasta con los supuestos logros presidenciales y que muchos de ellos solo existen en la mente de la doctora, pero que solo son fantasías que conforman ese México irreal que se sigue construyendo desde Palacio Nacional.
La máxima preocupación de los gobiernos populistas de izquierda de la región es tener asegurado el presupuesto para los programas de política asistencial con tintes electorales y lo demás no es relevante, en virtud de que esa base de votos les garantiza continuar en el poder hasta donde el poder del billete alcance.
Si sube la gasolina o perdura el desabasto de medicamentos, no pasa nada.
Si se apropian del Poder Judicial mediante artilugios legaloides y con mayorías calificadas artificiales en el Congreso, tampoco inquieta al grueso de los mexicanos; o que les quiten sus ahorros a los trabajadores de su cuenta de vivienda del Infonavit.
O que el desempleo formal se incremente de forma exponencial y que la inflación se apresta a arrebatarle los nimios aumentos que se hacen en el salario mínimo; no tiene la menor relevancia, si cada mes una buena parte de los mexicanos, aunque no necesariamente los más necesitados, reciben las migajas del régimen.
La receta de la autocracia diseñada por el Foro de São Paulo se aplica en México sin ninguna desviación, aunque ello implique inhibir el desarrollo económico y, en general, aumentar la calidad de vida de los ciudadanos.
El malestar que prevalece en Donald Trump sobre la actuación del gobierno mexicano, sobre todo con el arribo de la izquierda al poder, se acentúa cada vez más con el paso del tiempo y al observar la proclividad que tiene Claudia Sheinbaum hacia las dictaduras de la región, como es el caso de Venezuela, a donde, por cierto, se mandará un representante de ella a la enésima toma de posesión del sátrapa Nicolás Maduro.
En el arranque del nuevo gobierno, se tiene que ponderar a fondo y en razón de los resultados el cambio de estrategia en materia de seguridad pública, ya que pasó a mejor vida el “abrazos, no balazos” para intentar aplicar toda la fuerza del Estado de derecho contra los criminales. Sin embargo, esta lucha llevará todo el sexenio para siquiera observar grandes logros.
Lo que es un hecho es que el superpolicía del sexenio de Sheinbaum, Omar García Harfuch, está haciendo un gran trabajo; empero, se ve empañado por la infiltración del crimen organizado en los principales mandos de las corporaciones policíacas e incluso de la propia milicia, lo que provoca que Harfuch no avance con la celeridad que desea, además de que se está perdiendo tiempo valioso en intentar frenar con su presencia en Sinaloa la guerra fratricida que se desarrolla en esa entidad, descuidando al resto del territorio nacional.