Sevilla transita en una cuenta atrás eterna, constante, perenne. Basta con perder la espalda del última Rey Mago para intuir en la lontananza los primeros acordes de la marcha 'Amarguras' y saber que al calendario no le restan ni el centenar de hojas por caer del árbol de la ciudad, que no suma años sino primaveras. Hace dos días, sin exagerar un ápice, el reloj corría sin freno hacia el entierro de otro ciclo natural y se activaba en el marcapasos el tic-tac que anunciaba la noche que antecede (aunque este año se ha extendido más de lo previsto) al amanecer de la ilusión que no entiende de edad, porque siempre hay un motivo para sonreír, para bailar con la...
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