El tablero geopolítico en el Mediterráneo ha sufrido un cambio drástico con la reciente caída del régimen de Bashar al-Asad en Siria a finales de 2024. Este evento ha tenido consecuencias directas en la capacidad de la Armada rusa para mantener su presencia militar en la región, especialmente en lo que respecta a sus operaciones submarinas. La pérdida de la base naval de Tartus, un enclave estratégico para Moscú durante décadas, ha dejado a Rusia sin la infraestructura necesaria para sostener despliegues prolongados de submarinos convencionales en el Mediterráneo.
Según información proporcionada por el analista naval H.I. Sutton, el último submarino ruso en la zona, el Novorossiysk (B-61) de la clase Kilo mejorada, abandonó el Mediterráneo el 2 de enero de 2025, transitando en superficie por el Estrecho de Gibraltar y siendo confirmado su paso por la Armada portuguesa el 4 de enero. Con esta partida, Rusia se queda sin presencia submarina en la región, un hecho sin precedentes desde antes de la invasión a gran escala de Ucrania en 2022.
Tartus: una base estratégica perdida
La base naval de Tartus, ubicada en la costa siria, ha sido un pilar fundamental para la proyección de poder ruso en el Mediterráneo Oriental y, por extensión, en Oriente Medio y África. Desde el establecimiento de la Fuerza de Tareas Permanente del Mar Mediterráneo en 2013, Rusia ha mantenido un despliegue casi continuo de submarinos convencionales de la clase Kilo en la zona. Estos submarinos utilizaban Tartus como puerto base para reabastecimiento, mantenimiento y descanso de las tripulaciones, lo que permitía una presencia sostenida en el tiempo.
Sin embargo, el colapso del régimen de Asad el 3 de diciembre de 2024 cambió radicalmente esta situación. Sin acceso a Tartus, cualquier submarino ruso desplegado en el Mediterráneo se ve obligado a permanecer constantemente en el mar, con la única opción de realizar escalas breves en puertos de países aliados, una situación que dificulta enormemente las operaciones prolongadas. Como señala Sutton, los submarinos convencionales, incluso durante despliegues, pasan la mayor parte del tiempo en puerto. Esta necesidad logística convierte una presencia sostenida en el Mediterráneo en una tarea prácticamente insostenible para Rusia en las actuales circunstancias.
¿Problemas con el Submarino de Reemplazo?
La situación se complica aún más por la aparente demora en el despliegue de un submarino de reemplazo. Se esperaba que el Krasnodar (B-265), o posiblemente el Mozhaisk (B-608), ambos de la clase Improved-Kilo, relevaran al Novorossiysk. Sin embargo, a pesar de haber sido visto saliendo del Báltico el 31 de diciembre de 2024, aún no se ha registrado su paso por el Canal de la Mancha. Este retraso podría deberse a problemas técnicos con el submarino o con alguno de sus buques de escolta, aunque la situación en el Mediterráneo podría ser un factor contribuyente.
La pérdida de la capacidad de mantener una fuerza submarina en el Mediterráneo tiene importantes implicaciones geopolíticas y militares para Rusia. La influencia de Moscú en la región, ya debilitada por el conflicto en Ucrania y la pérdida de su principal aliado en Siria, se ve aún más reducida. La presencia naval, y especialmente la submarina, es un elemento clave de la proyección de poder y la disuasión en el ámbito marítimo. Sin esta capacidad, Rusia pierde una importante herramienta para influir en los acontecimientos en el Mediterráneo Oriental, una región de gran importancia estratégica.
Buscando alternativas: Libia en el horizonte
Ante esta situación, Rusia podría buscar alternativas a Tartus para restablecer su presencia naval en el Mediterráneo. Se ha especulado con la posibilidad de establecer una nueva base en Libia, concretamente en ciudades como Bengasi, Tobruk o Al Burdi, controladas por el general Khalifa Haftar, un aliado de Moscú. Sin embargo, hasta el momento no se ha confirmado ningún acuerdo en este sentido, y la inestabilidad política en Libia, sumada a la avanzada edad de Haftar, añade incertidumbre a cualquier posible acuerdo.
La dificultad de Rusia para mantener su fuerza submarina en el Mediterráneo es un síntoma de problemas más profundos que afectan a la Armada rusa. La invasión de Ucrania ha supuesto una enorme presión sobre los recursos militares del país, y es probable que una parte significativa de estos recursos se estén desviando hacia el frente ucraniano. A esto se suman los desafíos de mantenimiento que enfrenta la flota rusa y las dificultades económicas que atraviesa el país.
En conclusión, la pérdida de Tartus y la consiguiente ausencia de submarinos rusos en el Mediterráneo representan un duro golpe para la influencia militar y política de Rusia en la región. La capacidad de Moscú para mantener despliegues regulares de submarinos en el futuro previsible parece incierta, marcando un nuevo capítulo en el complejo equilibrio de poder en el Mediterráneo. Este evento también subraya las crecientes dificultades que enfrenta Rusia para proyectar su poderío militar a nivel global, especialmente en un contexto marcado por el conflicto en Ucrania y sus consecuencias económicas y geopolíticas.