A pesar de la derrota del califato en 2019, el Estado Islámico de Irak y el Levante, el Daesh, ha sido capaz de sobrevivir en territorio sirio e iraquí en los últimos cinco años haciendo la guerra por su cuenta. Desde hace aproximadamente uno, la organización yihadista viene además experimentando una paulatina recuperación tanto en número de terroristas como en capacidad bélica, y a ella se le atribuyen varios centenares de ataques -los especialistas los sitúan por encima de los 700 solo en Siria- contras las fuerzas regulares iraquíes y las del ya extinto régimen de Bachar al Asad.
La caída de la dictadura laica del Partido Baaz abre el interrogante de si las nuevas autoridades rebeldes, a su vez una amalgama de fuerzas yihadistas e islamistas comandadas por Hayat Tahrir al Sham (HTS), un grupo paramilitar nacido de Al Qaeda, serán capaces de poner coto a la expansión de la organización terrorista por las baldías y vastas tierras del desierto sirio en un escenario de inestabilidad y un país de facto dividido. «Las fuerzas de Asad, que se emplearon en frustrar la voluntad del Daesh de expandirse, abandonaron sus posiciones en el centro de Siria. Los combatientes opositores han tratado de ocupar parte de ese espacio, pero sus números son mínimos, y su capacidad de coordinar una campaña compleja en el desierto contra el Estado Islámico es limitada en el mejor de los casos», escribía a mediados de diciembre en The New York Times Charles Lister, director de los programas de Siria y de contraterrorismo en el Middle East Institute.
En su temor a que el Daesh aproveche la situación coinciden tanto las autoridades estadounidenses como las rusas. El aún secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, advertía el 9 de diciembre, al día siguiente de la entrada triunfal de los hombres de Abú Mohamed al Golani en Damasco, de que el Estado Islámico «tratará de aprovechar» el cambio de régimen en Siria. Desde Moscú, otrora el gran aliado de la dictadura del clan Asad, el viceministro de Exteriores ruso Sergey Ryabkov advertía el pasado viernes de «la posibilidad de un resurgir del Estado Islámico en Siria en el actual proceso de transición».
Además, unos días después del desmoronamiento del régimen sirio, varios oficiales iraquíes expresaron en Washington a representantes de la Administración Biden su preocupación por la reemergencia del Daesh en su territorio. El propio primer ministro iraquí Mohammed al-Sudani avisaba la semana pasada de que el Daesh se ha hecho ya con un gran número de armas del Ejército sirio y Bagdad ya ha pedido a la nueva Administración que reconsidere sus planes de reducir su presencia militar hasta cifras residuales a comienzos del año próximo.
No en vano, la preocupación por un renacer del Daesh explica los ataques de las Fuerzas de Defensa de Israel y la aviación estadounidense contra objetivos del Estado Islámico en distintos puntos de Siria coincidiendo con la huida a Rusia de los Asad y la llegada de los insurgentes yihadistas a la capital siria.
El mismo 8 de diciembre pasado, la Administración Biden informó del ataque a 75 objetivos del Estado Islámico. Una semana más tarde, Washington reportaba la eliminación de al menos doce terroristas de la organización en otro bombardeo. Tres días más tarde las autoridades estadounidenses daban cuenta del asesinato de tres yihadistas más, incluido uno de sus líderes. «Que no haya dudas: no permitiremos que el Estado Islámico saque partido de la actual situación en Siria», prometía el jefe del Comando Central de EE. UU., Michael Erik Kurilla.
De hecho, evitar la recuperación del Estado Islámico ha sido la gran obsesión de Washington y sus aliados kurdos -en control de al menos el 20 por ciento del territorio sirio- durante los últimos años. A mediados del pasado mes de diciembre, las Fuerzas Democráticas Kurdas, una amalgama de organizaciones lideradas por las Unidades de Protección Popular (YPG), lanzaron la voz de alarma ante los ataques sufridos a manos de fuerzas rebeldes aliadas de Turquía advirtiendo del peligro de facilitarle de esta manera las cosas a los terroristas del Daesh. Otro de los peligros de un avance del Daesh a costa de las fuerzas prokurdas es que los yihadistas se hagan con el control de las cárceles existentes en su territorio, en las cuales, a día de hoy, hay miles de terroristas. El propio Kurilla avisaba recientemente de que el Estado Islámico aspira a la liberación de más de 8.000 de sus hombres encerrados en prisiones sirias.
Pero la obsesión del presidente turco Recep Tayyip Erdogan no es otra que las YPG, a las que considera terroristas. A día de hoy, Estados Unidos sigue contando con 2.000 soldados en Siria y 2.500 en Irak, pero todo son interrogantes ante la inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Altos funcionarios estadounidenses y líderes del movimiento kurdo en Siria aseguraron después del verano a The Wall Street Journal que el Daesh se encuentra en fase de reclutamiento de nuevos terroristas en suelo sirio con vistas a una recuperación del poder a medio plazo. Lo cierto es que desde la caída de la dictadura siria, el Estado Islámico solo ha atacado zonas controladas por las Fuerzas Democráticas Kurdas, según el investigador especialista en el grupo Aymenn Jawad Al-Tamimi.
Lejos de sus bastiones en Oriente Medio, la organización yihadista sigue teniendo un indudable atractivo para los lobos solitarios en Europa y Estados Unidos. A finales de marzo del año pasado, la filial centroasiática del Estado Islámico se cobró en un atentado perpetrado en una sala de conciertos moscovita la vida de al menos 150 personas y dejó decenas de heridos. Aunque la conexión siga sin estar clara, Shamsud-Din Jabbar, el autor del atropello masivo -considerado por las autoridades locales como un ataque terrorista- de Nueva Orleans el pasado 1 de enero, exhibía una bandera del Daesh y se habría radicalizado inspirándose en los principios yihadistas. El temor a un aumento de la actividad en suelo europeo y estadounidense es un asunto que preocupa en las cancillerías occidentales.