En un día como hoy yo creo que es obligado comentar la nueva versión que han protagonizado estos días José Luis Ábalos, su chófer Koldo y su amigo Aldama del tradicional Auto de los Reyes Magos. El Auto de los Reyes Magos es esa primitiva pieza teatral toledana que suele datarse aproximadamente en el siglo doce. Podría ser el primer vestigio de dramaturgia escénica redactado en español, trescientos años antes de que este idioma se expandiera por América.
Es una pieza tradicional y, por ello, no es extraño que la haya elegido nuestro trío para escenificarla durante estas fiestas en sus declaraciones ante el juez. No debemos olvidar que son personas profundamente arraigadas en las tradiciones. Tanto que, cuando a Koldo le pilló la policía con 37.000 euros en efectivo en casa, lo explicó diciendo que era una antigua tradición de su familia tener esas cantidades en moneda en casa. La verdad, como excusa, es de las peores que he oído en mi vida.
Lo cierto es que, cuando han declarado ante el juez, nuestros tres nuevos Reyes Magos han seguido una clara teatralización guionizada: Koldo y Ábalos se han puesto de acuerdo en un frente de negarlo todo y Aldama ha escogido el papel del resentido que pretende como venganza denunciarlo todo. Ni unos ni otro resultan nada creíbles porque siguen a pies juntillas el camino, trillado ya por siglos, de la vieja dramaturgia medieval. Al igual que en el Auto de los Reyes Magos, hay tres buscadores de estrellas que se fijan en un infante que ha nacido en un portal de belén porque lo han echado de la sede de Ferraz. En el primer acto, los tres estrelleros debaten el hallazgo de esa nueva estrella infantil y su significado. En el segundo, deciden llevarle regalos para ponerle a prueba y comprobar si es verdaderamente el ungido por la divinidad. Melchor-Aldama le lleva el oro, Gaspar-Ábalos le lleva el incienso y Koldo-Baltasar le ofrece la mirra, lo cual le molesta un poco porque, básicamente, no tiene una idea muy clara de lo que es ese producto. El planteamiento es poner a prueba al infante con una especie de test. Si escoge el oro, eso significará que ha venido al mundo para acumular poder y reinar entre sus semejantes como un autócrata. Si escoge la mirra (en la medida que es una resina balsámica para tratar enfermedades y dolores), querrá decir que ha venido al mundo para ser uno de tantos entre sus demás congéneres, llevando una vida en la que compartirá sus mismos contratiempos y ansias. Y solo si escoge el incienso quedará claro que ha venido al mundo para ser un Dios, porque el incienso es la sustancia que se quema ante las divinidades y sus efluvios ascienden al cielo. No llegamos a saber si, con sus regalos, los estrelleros consiguen averiguar la verdadera naturaleza del bellísimo infante porque, en el acto tercero, han de presentarse ante Herodes.
He de reconocer que, a medida que envejezco y que leo más, la figura de Herodes se va rehabilitando ante mis ojos. A medida que acumulo información complementaria sobre el personaje cada día me va cayendo mejor. Es como un Harry el Sucio de la antigüedad; consciente de las limitaciones que a los buenos provoca el «buenismo» para luchar contra el mal. Por supuesto, siempre existirán abogados de narcotraficantes que llamarán a Clint Eastwood nazi. Sea como fuere, lo que está claro es que aquí el papel de Herodes les toca a los jueces que, como todo el mundo sabe en Moncloa, se comen a los niños crudos.
Herodes se da cuenta de una cosa fundamental: que su tarea básica es simplemente establecer los hechos. Así que llama a sus sabios para que debatan sobre lo ocurrido. Solo conservamos hasta ese quinto acto del debate y ahí el auto se interrumpe. Lo genial es, sin precedentes, introducir la duda. Nunca sabremos cómo el autor solucionó la elección del niño. Pero en la representación-declaración que nos han ofrecido nuestros tres reyes magos estas últimas semanas cabe pensar que, en el auto actual, el niño se quedó con todo y ellos con cara de bobo.