Ediciones Siruela publicó el 18 de septiembre de 2019 el ensayo El infinito en un junco, de una desconocida narradora y filóloga zaragozana, al que se le auguraba un puñado de lectores, sobre todo procedentes de la academia, más aún cuando seis meses después fue declarada la pandemia de covid-19 y todo se detuvo. Sin embargo, pese al confinamiento sanitario, sin publicidad, por recomendación boca a boca, el libro se volvió un éxito, traspasó fronteras y cinco años después, traducido a 35 idiomas y con ventas superiores al millón de copias, ha hecho que el nombre de Irene Vallejo, su autora, sea una referencia internacional ineludible cuando se habla de la historia, la reivindicación y defensa de los libros y la lectura.En 2024 la promoción de El infinito en un junco llegó prácticamente a su fin y ahora Irene se dispone a la escritura de un nuevo libro. Al preguntarle cuál es su balance de estos años de viajes incesantes, de presentaciones ante multitudes de lectores, de firmas de ejemplares durante horas, dice: “Mi sentimiento predominante es el de la incredulidad. Jamás esperé algo semejante mientras escribía El infinito en un junco; al contrario, estaba convencida de que era mi despedida del mundo de la literatura, del sueño de llegar a ser una escritora profesional. Era un proceso de duelo por ese sueño que yo pensaba que no se iba a realizar nunca debido al nacimiento de mi hijo con problemas de salud y la necesidad de dedicarme a los cuidados. Entonces sucede algo extraño cuando has renunciado a una esperanza y de repente se cumple multiplicada, las sensaciones son mucho más intensas en la alegría, en el gozo, en la sorpresa, en la maravilla con la que se experimenta todo.“Después de haber estado durante cinco años encerrada en mi ciudad, en el hospital, cuidando de nuestro hijo (Irene incluye en el plural a su esposo Enrique Mora) y escribiendo este libro, sin expectativas ni ambiciones de ningún tipo, repentinamente el mundo entero se abre: puedo viajar por distintos países e incluso continentes, conocer a tanta gente, celebrar encuentros, tener oportunidades que parecían fuera de mi alcance, todo esto tiene el aspecto de una alucinación. Ahora necesito tiempo para dedicarme al próximo libro, para reflexionar sobre todo lo que he vivido con esta aceleración y en medio de este desbarajuste maravilloso. Al sacar las conclusiones de todo lo que hemos vivido al galope durante estos años, el sentimiento es, como decía, de incredulidad y gratitud”.¿Sientes nostalgia por lo que ha sucedido durante este tiempo?Nostalgia no, realmente. Tengo muchas ganas de escribir, de volver otra vez a la faceta un poco ermitaña de la escritura, que es la de la concentración, la lectura, el pensamiento profundo. He disfrutado cada viaje y cada encuentro y el amor de lectores de la que yo llamo “La tribu del junco”, pero ahora necesito escribir, porque escribir libros es también mi forma de estar en el mundo, quiero dedicarle más tiempo a esa actividad que es tan importante para mí, tan esencial que incluso me dediqué a ella cuando nuestro hijo estaba en el hospital y parecía el momento menos apropiado para hacerlo, y sin embargo lo hice porque me resultaba terapéutico.Viviendo, como dices, al galope en los últimos años, ¿en qué momento encuentras tiempo para leer?Siempre cargo un libro en mi mochila y leo en cada momento que es posible, en los aviones, en los hoteles, por las noches hasta que me vence el sueño. Cuando estoy en casa dedico la mayor parte del tiempo a leer, y además le leo constantemente a mi hijo. Leemos libros infantiles, no había leído literatura infantil desde que era niña y ahora me doy cuenta de que es divertida, ingeniosa, viva, original y, sobre todo, con una falta de pretensiones muy estimulante. Y como a mi hijo le gusta la no ficción infantil, leemos libros de arte, de inventos, sobre otros países y sobre la vida de los niños en otras culturas, así que también aprendo al leerlos.Entre los temas que has abordado en tus artículos periodísticos está la fragilidad de la democracia.Cuando estudiaba mi especialidad de Cultura clásica, me impresionaba lo breve que en realidad fue el experimento de la democracia ateniense, muy bien documentado por los historiadores, especialmente por Tucídides. Habíamos vivido muchos años casi convencidos de que la llegada a la democracia era incuestionable, un proceso sin marcha atrás, una especie de culminación de un trayecto histórico. Parecía una adquisición para siempre, con un prestigio inquebrantable. Sin embargo, en estos años estamos siendo testigos del cuestionamiento constante de algunos mecanismos esenciales de la democracia, sobre todo de las limitaciones que se establece al ejercicio del poder: las vigilancias, la rendición de cuentas, los límites, los acuerdos; es un fenómeno que estoy intentando explicar desde el conocimiento de la historia griega y romana. La historia del pasado nos permite contemplarnos con una perspectiva que ayuda a discernir lo importante de lo anecdótico, estamos constantemente involucrándonos en luchas y escaramuzas de escasa importancia y a veces tengo la sensación de que no estamos viendo los grandes procesos, no miramos con luces largas la historia, nos movemos casi por legislaturas, los cuatro o seis años de cada administración, pero hay procesos que están sucediendo, hay instituciones que se están erosionando, contrapesos que se están agrietando, y tenemos que hacer hincapié en eso.En una entrevista con Eduardo Medina en la revista Ethic comentas que solo crearemos una comunidad de electores si somos buenos lectores de la realidad.Una de mis mayores pasiones es la etimología, el analizar el origen y las raíces de las palabras: por qué hemos decidido nombrar la realidad de una determinada forma, qué implicaciones tiene y cómo el lenguaje esculpe la mirada sobre los asuntos. En este sentido, me gusta mucho ese vínculo entre lector y elector, es un vínculo etimológico que nos dice que la palabra elector lleva en su interior, agazapada, la raíz de lector. Entonces es importante, como nos pide la etimología, que los electores sean lectores, buenos lectores de la realidad, buenos lectores de los discursos, de los mensajes, de los textos. Por eso creo esencial reivindicar la forma en la que leemos. Solemos pensar que leer es algo que aprendemos en la infancia, de una vez y para siempre, pero en realidad leer es una actividad que seguimos aprendiendo y perfeccionando siempre, incorporamos toda nuestra experiencia acumulada para ser cada vez más sutiles en la interpretación que conlleva una lectura.Por eso, estoy absolutamente convencida de que los libros son los mejores vehículos para una narración compleja de la realidad, mientras que las nuevas tecnologías están simplificando el discurso, lo están abreviando, lo están haciendo más emocional, más impulsivo, más veloz, más drástico, más agresivo. Sigo poniendo una esperanza en los libros y en la lectura crítica. Me gusta insistir en que los libros no nos interesan solo porque estemos de acuerdo con su contenido; nuestras propias opiniones e ideas a veces se forman o se modelan por contraste con ideas que rechazamos o que criticamos o que cuestionamos, por eso no creo en la lectura reverencial. Hay que leer siendo capaces de analizar lo que estamos leyendo y, en muchas ocasiones, sentirnos en desacuerdo, pero analizando los argumentos con los que esas ideas se justifican, las razones de su génesis. Algo que me preocupa es ver cómo las redes sociales, y en general internet, tienden a encerrarnos en burbujas, con contenidos que nos radicalizan en la línea de nuestras propias ideas y prejuicios. En cambio, cada vez tenemos menos acceso a las razones que mueven a quienes piensan distinto de nosotros. Leer un libro es una experiencia esencialmente retadora porque el libro se va a desplegar ante ti con contundencia, sin adaptarse a tus ideas, sin necesariamente tenerte en consideración, y eso es muy interesante en el plano intelectual: los libros nos llevan a lo ajeno sin mitigarlo, sin suavizarlo, sin adaptarlo, sin masticarlo para nuestro uso y consumo, y por eso el encuentro con la literatura es el encuentro con la diferencia. Desde mi perspectiva y desde mi idea de la democracia, eso es necesario.¿Cuál es el tema de tu próximo libro?Un tema que por motivos personales y también intelectuales me interesa enormemente es el de los cuidados. Yo he dedicado prácticamente una década con enorme intensidad a cuidar de mis seres queridos. Primero de mi padre, que sufría un cáncer, y después, con apenas unos meses de diferencia, de mi hijo.De alguna manera El infinito en un junco ya era un libro sobre los salvadores de libros, es decir, sobre las personas que cuidan las palabras, la literatura, el lenguaje, la conversación. Ahora, desde el punto de vista de la reivindicación del humanismo, me interesa hablar de la dimensión del cuidado en la sociedad contemporánea, de cómo hemos elaborado las ideas y la conceptualización filosófica del cuidado, de cómo lo entendemos, y hablar de todas las luchas alrededor de la sanidad y de la educación, que para mí son las formas esenciales del cuidado. Esos son los terrenos y los temas de mi próximo libro, que en el fondo es otra forma de volver a repensar el humanismo y el lugar que deberíamos darle a las humanidades en una época en la que parece que están sufriendo un ocaso y desaparecen de los sistemas educativos y de los programas, imponiéndose una idea pragmática y reduccionista del éxito social, cuando tenemos un gran reto que es ya no solo cuidar de nuestros seres queridos, sino cuidar del planeta.***En los últimos días de 2024, Irene Vallejo respondió por correo electrónico una última pregunta para este diálogo iniciado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde, entre otras actividades, presentó la adaptación gráfica —con ilustraciones de Tyto Alba— de El infinito en un junco. La pregunta fue: ¿Cuáles son tus deseos para 2025? La respuesta confirma su innegable compromiso social y reitera el eje central de su nuevo libro:“En tiempos de ruidos y voces agresivas, me gustaría centrar la mirada en las esferas del cuidado, aquellos espacios de la sociedad, casi siempre olvidados, que ofrecen cobijo frente al sufrimiento y las adversidades. Me gustaría reivindicar la labor de quienes dedican sus esfuerzos a la atención de los niños con dificultades, a acompañar a nuestros mayores, a salvar a tantas personas que afrontan la enfermedad. Estoy leyendo estos días La levedad de las libélulas, de Carlos López Otín, una reflexión sobre la salud en el mundo contemporáneo, a la luz de los últimos avances. Allí encontré unas reflexiones que hago mías como deseo: ‘encontrar los cauces para incorporar los nuevos hallazgos punteros a la rutina clínica de unos hospitales públicos integrados en frágiles sistemas sanitarios sometidos a múltiples avatares biológicos, sociales, económicos y políticos. También deberíamos preguntarnos cuál será el coste económico de no implementar con equidad dichos avances. Estas sombras e incertidumbres deben servir como catalizadores de un mayor compromiso médico, científico y social, para no olvidar nunca que lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano’”.ÁSS