A Joe Biden le quedan poco más de dos semanas en la Casa Blanca, pero este viernes tomó una decisión con calado político y con impacto económico para el futuro de EE.UU.: utilizó sus poderes presidenciales para paralizar la venta de la acerera U.S. Steel a su rival japonesa Nippon Steel. No ha sido una decisión sorprendente. Las dos empresas acordaron la operación en diciembre de 2023: Nippon, la tercera mayor empresa del mundo en el sector, desembolsaría 14.100 millones de dólares por U.S. Steel, una acerera emblemática del glorioso pasado industrial de EE.UU. y venida a menos en las últimas décadas. En cuanto se anunció, quedó en evidencia que la venta se toparía con la política. U.S. Steel tiene su sede en Pittsburgh, la segunda mayor ciudad de Pensilvania, considerado el estado más decisivo de la pasada elección de noviembre. Al sur de la ciudad sobrevive una de sus plantas de siderurgia, entre bosques, suburbios y fábricas herrumbrosas. Es un fósil del esplendor pasado de la compañía, que llegó a tener 340.000 trabajadores a mediados del siglo XX. Ahora, tras décadas de reconversión y relocalización industrial, apenas quedan 20.000 empleados , 4.000 de ellos en Pensilvania. Pero en ese estado tan disputado, cada voto cuenta y los sindicatos, opuestos a la operación, siguen teniendo mucho peso social. Biden se apresuró a mostrar dudas sobre la operación. Donald Trump no tardó en oponerse de forma frontal. También lo hizo, una vez heredada la candidatura demócrata, Kamala Harris. Y quien será el vicepresidente de Trump en la Casa Blanca a partir del 20 de enero, J. D. Vance. Como es natural, el todavía presidente no justificó su decisión en razones políticas. Defendió que la motivación es la seguridad nacional, por el impacto que puede tener en EE.UU. un eventual declive en la producción de acero por parte de una de sus grandes empresas. Es una de las advertencias que realizó el Comité de Inversiones Extranjeras de EE.UU. (Cfius, en sus siglas en inglés) durante su revisión del acuerdo de venta. El Cfius comunicó el 23 de diciembre que sus miembros no habían llegado a un acuerdo sobre si respaldar o negar la operación, lo que en esencia daba vía libre a Biden para tomar la decisión. “Mi responsabilidad solemne como presidente es asegurarme de que, ahora y en el futuro, EE.UU. cuente con una industria operada aquí y de su propiedad que pueda seguir alimentando nuestras fuentes de fortaleza en casa y en el extranjero”, defendió Biden en un comunicado. “Necesitamos grandes compañías estadounidenses que controlen participaciones mayoritarias de la siderurgia para liderar la lucha a favor de los intereses nacionales de EE.UU.”, añadió. “No tenemos duda de que esta es la decisión correcta para nuestros miembros y para nuestra seguridad nacional”, defendió Dave McCall, el presidente de United Steelworkers, el sindicato del sector. La oposición de los empleados tenía que ver sobre todo por las dudas que le generaba la operación sobre el futuro de sus contratos colectivos y de sus pensiones, pese a las promesas de Nippon de inversiones multimillonarias en U.S. Steel y de no rebajar la producción de acero durante una década sin permiso previo federal, en un momento en el que la compañía no es capaz de sacudirse la caída de su negocio. La decisión de Biden es un hito en la política económica de EE.UU., donde la cultura empresarial tradicional es la de inversión libre. Pero se enmarca dentro de un creciente giro proteccionista en la primera potencia mundial. En su primer mandato, Trump impuso aranceles a la importación de acero, y Biden después no desmanteló la esencia de esa política comercial. El próximo presidente de EE.UU. ha advertido que los aranceles serán uno de los pilares de su política económica y de su diplomacia internacional. Otra cuestión es el impacto real que pueda tener el bloqueo a la venta de U.S. Steel. Por ejemplo, en el ánimo inversor de otras compañías extranjeras, en especial cuando se trate de hacerlo en estados de peso político, como Pensilvania. También, en las relaciones de un socio clave para EE.UU. como Japón, en un momento en el que la primera potencia mundial necesita a su aliado para contener a China. Y para la propia compañía. Sus ejecutivos han advertido de que, sin la compra japonesa, serán inevitables los despidos y las relocalización de parte de la producción en otros lugares, como en los estados sureños. La paralización de la venta fue mal recibida por los mercados: U.S. Steel caía ayer cerca de un 6% en Bolsa, mientras que Nippon subía algo más de un 1%.