"El estrés mata las neuronas" está escrito en la pared debajo de la cama de Sidi. Este joven mauritano de 22 años, diagnosticado con psicosis, ocupa una de las veinte camas disponibles del único hospital psiquiátrico de Mauritania.
"Sus amigos lo metieron en problemas, le pusieron en la cabeza la idea de irse" a Estados Unidos, lamenta su padre, Mohamed Lemine, un militar jubilado con una barba blanca cuidadosamente recortada.
"El banco rechazó concederle un préstamo. Después de este episodio estaba triste y empezó a tomar drogas", dice el progenitor, que ha colocado una estera en la habitación para acompañarlo y vigilarlo.
Hace tres días, al no saber qué hacer con los ataques de violencia psicótica de su hijo, lo llevó al Centro de Especialidades de Nuakchott, donde se sitúa el único servicio psiquiátrico de este país al noroeste de África.
Como la mayoría de los pacientes, Sidi probablemente pase solo unos días en el hospital. Ante la escasez de camas y personal, las hospitalizaciones no suelen durar demasiado.
"Necesitamos aumentar el número de camas. Muchos pacientes vienen de lejos y no hay estructura de psiquiatría" excepto aquí, afirma uno de los médicos de este centro en la capital mauritana, el doctor Mohamed Lemine Abeidi.
En el largo pasillo donde están las 20 camas, las paredes azul claro y blanco crema presencian un trajín permanente: madres que llevan comida a sus hijos ingresados, un joven que visita a su hermano, un tío inquieto que intenta tranquilizar a su sobrino paranoico.
También deambulan los pacientes no violentos. Siempre acompañados de un familiar, saludan a los enfermeros, bromean con el director de seguridad y cuentan a quien quiera escucharlos sus problemas e inquietudes: un complot político, un problema de erección, una visión del diablo...
"Casi todos los enfermos están acompañados por la familia, durante las consultas y también durante la hospitalización", explica el doctor Abeidi.
En la puerta de entrada del servicio hay una decena de personas esperando, sentadas junto a la pared. El té que se calienta en una cazoleta atenúa un poco el olor a amoniaco que envuelve el lugar.
Como todos los psiquiatras mauritanos, este joven médico estudió en el extranjero porque en el país no hay formación especializada. Acaba de volver de Senegal y se le pasa el tiempo volando ante la carga de trabajo en el hospital.
"Aunque es un poco limitado, vemos una mejora" respecto a los años 1970, afirma al salir de su despacho tras la última consulta de la jornada.
Fue en esa época cuando Mauritania, un país de cinco millones de habitantes encajado entre el océano Atlántico y el desierto del Sáhara, descubrió la salud mental.
El mérito es del doctor Dia al Housseynou, hoy un anciano de 83 años que pasa su vejez en familia en su casa en el centro de la capital Nuakchott.
En 1975, después de estudiar en la capital senegalesa Dakar, hacer pasantías en varios países europeos y escribir una tesis sobre la terapia familiar, volvió a su país y convenció a las autoridades de la importancia de esta disciplina desconocida entonces.
Instaló en el patio del hospital nacional las tiendas tradicionales del Sáhara, las jaimas, donde atendía a sus pacientes. Tres años después abrió un servicio especializado dentro del hospital y, en 1990, se inauguró finalmente el Centro de Especialidades.
Más de tres décadas después, el médico jubilado lamenta que se hayan sustituido las jaimas de los comienzos por habitaciones cerradas. "La arquitectura cuenta mucho en el cuidado de los enfermos, cuando construimos servicios cerrados, con cada uno clausurado en su habitación, esto se convierte en una prisión", dice el decano de la salud mental mauritana.
No hace falta "una psiquiatría de estilo occidental", insiste.
En el hospital, desde la puerta de sus habitaciones se puede ver la vida de los pacientes considerados violentos. Dormidos o sentados en sus camas, muchos de ellos están atados.
"La política del hospital lo prohíbe, pero es decisión de la familia atar a su familiar o no", dice Ramadan Mohamed, encargado de la seguridad. En la habitación de Sidi, una cadena cuelga entre la ventana y su pie izquierdo.
A menudo, la hospitalización es la última opción para las familias, que suelen acudir primero al morabito local, un maestro religioso islámico, explica el doctor Abeidi.
"La mayoría de pacientes pasan por tratamientos tradicionales antes de llegar a psiquiatría. El paciente va a ver a su morabito, si la familia y el morabito ven que no funciona, lo llevarán al hospital", afirma.
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