El pasado verano,
Laporta necesitaba tapar el fracaso de temporada y los volantazos que dio confirmando, primero, la continuidad de
Xavi y después su destitución. Había que fichar un cromo para tapar tanto titubeo. Se apostó por
Nico Williams, cuyo fichaje era sencillo porque solo había que depositar en la liga los 60 millones de su cláusula, pero no quiso venir porque sus representantes conocían los problemas que tenía el Barça para inscribir nuevos fichajes. Estaban en lo cierto. Para tapar ese nuevo fiasco, gastaron 48 millones en
Dani Olmo sabiendo que no le podían inscribir porque, según el auto del juez, en aquél momento el Barça conocía que su saldo disponible en coste de plantilla era negativo de 100 millones. Aún así,
Laporta se metió en ese embrollo y dijo “no hemos llegado a la regla 1.1 porque no hemos querido”. Con Nike, todavía faltan 80 millones. Al final, se le inscribió provisionalmente por 6 meses por la inesperada lesión de larga duración de
Christensen. Durante estos meses, lo único que se ha hecho es acudir a la justicia ordinaria con el sorprendente argumento de que si deja de estar inscrito se le estaría impidiendo el derecho al trabajo cuando en realidad se le está facilitando que vaya a trabajar al club que quiera porque se le firmó una cláusula en la que, si no se le inscribe, queda libre. Que haya esta posibilidad es una temeridad. Al final, resulta que
Olmo y
Roque, las dos últimas grandes inversiones, cuyo coste sobrepasa los 100 millones de euros, uno juega en el Betis y quieren venderlo y el otro puede quedar libre en dos días. Peor, imposible.
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