Aunque México no tiene un Elon Musk, tiene algo mucho más valioso: una relación estratégica con nuestro socio comercial más importante, Estados Unidos. Es momento de fortalecer esta alianza, no sólo como un ejercicio de supervivencia económica, sino como un motor de transformación y competitividad global. Cuando conocí a Musk en Guadalajara, su apretón de manos y mirada profunda transmitieron un desafío que ahora entiendo: ser audaz en la toma de decisiones, innovar sin miedo al fracaso y tener la capacidad de soñar en grande.
Cerramos un 2024 marcado por grandes retos: elecciones intensas en ambos países y la debacle de Trudeau, guerras en Europa que han desestabilizado la economía global y una relación cada vez más bipolar con China, un socio indispensable, pero también un competidor estratégico. Estos desafíos nos han dejado lecciones importantes y un terreno fértil para redefinir nuestra estrategia de cara al futuro.
El 2025 debe ser digno de estar al día, cada día. Pero hay una ventaja: el 2025 realmente empieza el 20 de enero, cuando las dinámicas de los gobiernos y sus presupuestos en USA toman forma. Tenemos tiempo para planificar, para trazar un mapa ambicioso que nos permita afrontar el año con acciones contundentes y una visión clara.
Los municipios en México son la base del desarrollo nacional, y los alcaldes tienen un papel clave en construir ecosistemas locales de innovación. Esto significa fomentar iniciativas que conecten a las startups con recursos tecnológicos, educativos y financieros. Desde centros de innovación hasta proyectos específicos en energías renovables, movilidad urbana o economía circular, los alcaldes pueden liderar transformaciones que generen empleos, atraigan inversión y eleven la calidad de vida.
Por ejemplo, un programa que combine educación técnica en escuelas locales con prácticas en empresas nacionales y foráneas podría preparar a jóvenes para participar en industrias avanzadas como la robótica y la mecatrónica inteligente, la manufactura 4.0 o la biotecnología. También se puede continuar desarrollando alianzas con universidades internacionales para convertir las nuestras en semilleros de investigación aplicada, financiada por fondos municipales en colaboración con el sector privado.
El liderazgo estratégico de los gobernadores será decisivo para posicionar a los estados como polos de desarrollo tecnológico y económico. Cada región de México tiene características únicas que pueden convertirse en ventajas competitivas, desde la agricultura en el Bajío hasta la manufactura en el norte o el turismo sustentable en el sureste.
Los gobernadores deben implementar políticas públicas que incentiven la inversión en infraestructura crítica, como redes eléctricas inteligentes y logística avanzada, así como programas que aprovechen la tendencia global hacia la sostenibilidad. Inspirándose en modelos como el Acta de Reducción de la Inflación en Estados Unidos (mencionada recientemente en [1]) México puede fomentar proyectos que impulsen tanto la economía local como la transición energética.
Un ejemplo binacional concreto sería la consolidación de un clúster transestatal y binacional de semiconductores que aproveche el nearshoring. Esto requiere de inversiones binacionales iniciales significativas, pero los beneficios a largo plazo pueden transformar a regiones enteras en protagonistas de cadenas de suministro globales.
A nivel federal, la prioridad debe ser diseñar y ejecutar una estrategia nacional de inversión pública que tome riesgos calculados en tecnologías emergentes. México no puede permitirse una política de inversión que segmente la seguridad por encima de la innovación y no la sinergia que ambas producen. Para competir globalmente, necesitamos aprender de países como China, que han logrado avances gracias a inversiones estatales audaces en sectores estratégicos, incluso aceptando que muchas de esas inversiones fracasen.
Es fundamental que el gobierno federal facilite el acceso a financiamiento para proyectos disruptivos en inteligencia artificial, energía limpia y ciberseguridad. Además, debe crear alianzas estratégicas con Estados Unidos para consolidar el nearshoring, asegurando que las cadenas de suministro regionales estén integradas y sean resilientes.
En este contexto, la diplomacia económica jugará un papel central. Aprovechar la relación con nuestro socio comercial no solo implica negociar acuerdos favorables, sino también adoptar estándares y prácticas que nos permitan mantenernos como un aliado confiable y competitivo.
Si algo me quedó claro de mi breve encuentro con Musk es que el progreso no espera. Su mirada parecía transmitir una invitación a actuar con determinación. Los líderes de México deben ver este momento como una oportunidad única para posicionar al país como un socio indispensable en la economía global. Desde los alcaldes hasta los gobernadores y el gobierno federal, cada nivel tiene un papel que desempeñar para construir el México del futuro.
El 2025 no será un año fácil, pero puede ser uno trascendental si actuamos con inteligencia y valentía. Aceptemos que los riesgos son parte del camino y que algunas pérdidas son inevitables en el proceso de innovación. Más allá de los retos inmediatos, la verdadera meta debe ser posicionar a México como un líder en áreas estratégicas, desde la tecnología hasta la sostenibilidad. Ese “México Desconocido” que mi tío Mayo (también conocido como Harry) Möller evocaba con pasión debe ser redescubierto por todos nosotros, no solo como el México exótico que deslumbra al extranjero, sino como el México auténtico, lleno de potencial y oportunidades por explorar.
El tiempo para actuar es ahora. Con una visión compartida, una planificación efectiva y el compromiso de todos los niveles de gobierno, México puede transformar desafíos en oportunidades y consolidarse como un actor clave en el escenario global.
[1] https://www.nytimes.com/2024/12/27/opinion/elon-musk-industrial-policy.html