Se llamaba Nina Petrova y, según la Unión Soviética , segó la vida de 122 soldados germanos, aunque algunas fuentes se limitan a atribuirle un centenar. Para su desgracia, no pudo disfrutar de las mieles del éxito tras la Segunda Guerra Mundial, pues murió en extrañas circunstancias mientras viajaba en un automóvil ZIS-5 que cayó por un barranco durante 1945. Para colmo, su avanzada edad provocó que el aparato de propaganda de Iósif Stalin escondiera su historia durante la contienda. Así lo corrobora el autor John Walter en ' Snipers at War: An Equipment and Operations History ', donde especifica que el gobierno de la URSS prefería popularizar la imagen de guerreras con veinte primaveras en lugar de favorecer a las más veteranas. Según explica Walter en su obra, Petrova nació en la ciudad de Oranienbaum, hoy Lomonosov, el 27 de julio de 1893. Poco después se trasladó hasta Leningrado, donde sufrió un duro golpe familiar. «Su padre murió, dejando a su madre al cargo de cinco hijos», añade. La falta de dinero de la familia de Nina hizo que la pequeña tuviera que cuidar de sus hermanos desde su misma infancia. Tras graduarse en la escuela se mudó a Vladivostok, donde trabajó como mecanógrafa en el astillero de Revel, como bibliotecaria en Svistroje y como contable en Golov. A la postre, nuestra protagonista tuvo una hija y regresó a Leningrado. Allí consiguió un empleo como instructora en la sociedad deportiva 'Spartacus'. Así lo afirma el mismo autor, quien señala además que era una gran deportista que amaba los paseos a caballo, los viajes en bicicleta, la natación, el baloncesto y el patinaje. Por entonces todavía no había disparado un arma. Pero eso se solucionó rápido. En los años treinta, poco antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial , puso a prueba su puntería. La decisión no pudo ser más acertada ya que, en pocos meses, ganó varios premios de tiro –en uno de ellos le obsequiaron con un pequeño fusil de precisión– y recibió el distintivo 'Listo para el trabajo y la defensa de la URSS'. La excelente puntería de Nina atrajo a los oficiales del Ejército Rojo antes incluso de que Hitler iniciara la Operación Barbarroja y asolara con sus carros de combate las gélidas estepas rusas. A estos no les debieron parecer poca cosa sus muchos premios, pues la convirtieron en instructora allá por 1936, año en que formó a un centenar de pupilos en el noble arte de destrozar las cabezas de los enemigos desde la distancia. Tres años después demostró su valía cuando el camarada Stalin libraba su particular contienda contra Finlandia en la llamada Guerra de Invierno. La misma en la que la 'Muerte blanca'. el tirador de élite Simo Häyhä, sembró el caos entre las tropas rusas. Cuando comenzó la Gran Guerra Patria , esta experta francotiradora no estaba obligada a servir en el ejército debido a su avanzada edad. Sin embargo, decidió unirse por propia voluntad a la 4ª División de la Milicia Popular, aunque solo le permitieron hacer las veces de enfermera. Un año después, sin embargo, la situación era diferente: la escasez de soldados capaces de enfrentarse a los nazis hizo que Nina se uniera a las filas del 284º Regimiento de Infantería como tiradora de élite. Con todo, y aunque estuviera en el frente de batalla, jamás dejó de entrenar a sus camaradas francotiradores. De hecho, se le atribuye el adiestramiento de más de medio millar de soldados durante el conflicto. Por si fuera poco, y según explica Michael Jones en su obra ' Total War, From Stalingrad to Berlin ', se convirtió en la única mujer en combatir en el frente de Leningrado. Este autor rebaja considerablemente el número de soldados que Nina entrenó hasta los 150, pero, de igual modo, incide en que era una de los maestras de tiro mejor consideradas del Ejército Rojo. Poco después dirigió incluso una unidad de mujeres francotiradoras asignada al 284º Regimiento de Fusileros –la que, a su vez, pertenecía a la 86ª División de Fusileros de la Unión Soviética– y se especializó en organizar los disparos de la artillería pesada. El asedio de Leningrado supuso para Nina una verdadera recolección de medallas. Quizá porque le motivaba el odio hacia unos teutones que esperaban ansiosos que los habitantes de la ciudad murieran de hambre. Sin embargo, de la que más orgullosa estuvo fue de la 'Orden de la Gloria'. Tal fue su felicidad por obtenerla, que no dudó en escribir a su hija y a su nieta en 1944 para contarles la buena nueva: «Mi querida, querida hija. Estoy cansada de pelear. Ya es el cuarto año en el frente. Preferiría terminar esta maldita guerra y regresar a casa. ¡Quiero abrazarte y besar a mi querida nieta! Tal vez vivamos para ver este día feliz. Pronto recibiré la 'Orden de la Gloria' de Primer Grado y, así, esta abuela se convertirá en un 'caballero' hecho y derecho». Con todo, antes de recibir el premio tuvo que pasar un curioso examen debido a que uno de sus superiores no creyó que pudiera tener 50 años. «El 14 de marzo de 1945, el general Fedyuninsky, comandante del 2º Ejército de Asalto, le otorgó a Petrova la Orden de Gloria en persona. Mientras firmaba las listas de premios, se dio cuenta de lo que creía que debía ser un error: la sargento Nina Petrova, francotiradora , que iba a recibir la Orden de Gloria de Primera Clase, parecía tener cincuenta y dos años» , explica. En palabras de la autora, el oficial convocó a su jefe de personal y le pidió conocer a esta guerra. «Petrova apareció con unos pantalones acolchados muy desgastados porque no tenía nada más que ponerse. Rechazó un caso de vodka, por lo que tomaron un café y hablaron sobre su vida y su carrera en el frente», añade la experta. En lo que coinciden todas las fuentes es en que sorprendió tanto a Fedyuninsky que este le hizo un curioso presente: un fusil de francotirador nuevo y una mira telescópica.