Considerando el alto grado de involucramiento que tiene el estamento militar en actividades civiles y empresarias, hay que dar un mensaje contundente, no solo a sus integrantes, sino a toda la población, nacional e internacional, de que eso no volverá a ocurrir, y deberá tratarse como una fuerza derrotada, que esta vez no lo fue por las armas (esperando que así haya sido), sino por la decisión política.
Más allá de los cambios estratégicos que irán avanzando vía las políticas públicas del nuevo gobierno, en lo inmediato debería ordenarse retirar de la administración pública y empresas del estado, en todos sus niveles, a todos los militares en actividad; además de aquellos que se hubieran retirado en los últimos cinco años.
Por otra parte, se debería pasar a retiro a todos los generales en actividad al momento del cambio, y nombrarse un nuevo alto mando, a partir del grado de mayor o teniente coronel/comandante (que serán promovidos a general), lo cual constituirá la base de una nueva fuerza armada despolitizada y no deliberante.
Asimismo, se reconvertirá a la milicia, sacándola del ámbito militar, cambiándole el nombre y transformándola en fuente de trabajo, mano de obra, calificada y no calificada, y alineada con los registros de las ODS para asegurarse que las retribuciones no sean duplicadas.
Por otra parte, habrá que administrar el parque de armas, como para inhabilitarlo mientras dura el proceso de reorganización de la fuerza, y así evitar que pueda ser utilizado, como en el pasado, a favor de una ideología política.
No se puede perder de vista que la alta exposición que tuvieron los militares a situaciones de corrupción, tortura, narcotráfico, lavado de dinero y terrorismo, coloque a alguno de ellos en situaciones de investigación penal por parte de la nueva fiscalía, con el apoyo de sus equivalentes internacionales.
La organización militar debe aprender que apartarse de su rol específico, necesariamente conducirá a penalidades y daños de largo alcance y amplio impacto.
Porque si algo hemos aprendido es que darles el monopolio de la fuerza letal y el manejo de las armas a un grupo capaz de violar los derechos humanos, y volverse “profundamente chavistas”, en vez de profundamente venezolanos y patriotas, hasta creyendo que los dos conceptos son la misma cosa; es algo que no puede volver a repetirse “nunca más”.
Porque para la reconstrucción, hacemos falta todos; pero ninguno que no sea capaz de respetar al prójimo y que sea capaz de torturar de manera brutal a un semejante… y en esos menesteres es que se están ocupando militares de uniforme, y es algo que tampoco puede volver a repetirse.
Y no estamos hablando de situaciones en abstracto sino de hechos probados y documentados de lesa humanidad y violación flagrante de derechos humanos, donde se conocen los nombres y grado militar de los perpetradores.
Deberían mirarse en el espejo de Argentina donde los llamados genocidas, van muriendo de viejos en las cárceles donde permanecen desde hace más de 40 años… personajes arrogantes de uniformes limpios y planchados, que sin ningún miramiento ni remordimiento ordenaban quien vivía y quien moría… bueno… hay que refrescarles el futuro que les espera.
Claro que ha habido injusticias en el caso argentino donde pagaron justos por pecadores… y de eso también tienen que cuidarse los militares venezolanos que, de alguna manera, no participaron, pero miraron para otro lado… Porque ninguno, ni aquí ni allá, puede alegar que no sabía lo que estaba pasando.
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