La madrugada del pasado domingo se tornó gris para la música cubana con la partida de María Elena Pena, una voz que resonó como pocas en los escenarios de Cuba y más allá de sus fronteras. Conocida como La Dama del Bolero, María Elena dejó un legado que trasciende las generaciones y encapsula la esencia de un género que siempre encontró en un ella una de sus máximas exponentes.
Desde su nacimiento el 4 de mayo de 1949 en un hogar lleno de sueños, María Elena mostró una inclinación natural hacia el arte. Siendo apenas una niña, ya deleitaba a su familia y vecinos como aficionada, preludio de una carrera profesional que inició en 1963 y que se extendería por más de cinco décadas.
De su paso por la Escuela Nacional de Arte, donde recibió formación integral en danza, pantomima, canto y actuación bajo la guía del maestro mexicano Alfonso Arau y del cubano Severino Ramos, surgió una artista completa. Fue en 1967 cuando dio el salto como cantante en el Combo de Franco Laganá, donde interpretó desde la canción cubana hasta la ranchera, la balada y, sobre todo, el bolero.
Su andar por escenarios emblemáticos como el Teatro Karl Marx, El Gato Tuerto y Dos Gardenias consolidó su lugar en el corazón del público. Pero también fue en la televisión donde brilló con una luz especial y dejó recuerdos imborrables en programas como Buenas tardes y Juntos a las nueve.
Su legado discográfico alcanzó un punto culminante con Entre bolero y café (2012), una obra que celebró sus 50 años de trayectoria. En este fonograma, la madurez de su interpretación y su conexión con el género se hicieron palpables, y llevaron al oyente por un viaje de emociones profundas.
Temas icónicos como Realidad y fantasía y Por nuestra cobardía encontraron en su voz una nueva dimensión, mientras que composiciones contemporáneas adquirieron un brillo especial bajo su interpretación. Su capacidad de transmitir sentimiento, junto a una técnica impecable, la convirtieron en un referente del bolero, reconocido tanto en Cuba como en escenarios internacionales de España, México e Italia.
Con María Elena Pena se apaga una voz que fue faro para varias generaciones de amantes de la música romántica. Su distinción como figura de la Cultura Nacional, sumada a premios como el Gran Premio del Concurso Adolfo Guzmán y el Premio ACE de Estados Unidos, son testimonio de una carrera sólida y apasionada.
Pero más allá de los reconocimientos, su verdadero legado reside en la conexión que logró con su público, a quienes supo hablar desde el corazón con cada nota. Hoy, La Dama del Bolero descansa, pero su música sigue viva, perpetuando el espíritu de un género que encontró en ella a una de sus más grandes exponentes.