El mensaje de este año ha demostrado que es el Rey de todos los españoles, que su figura está por encima de los partidos, del ruido político, y que su interés es el bien común. Repitió este concepto en su discurso hasta en siete ocasiones, junto a los de consenso y serenidad. Es la enseñanza que ha sacado después de diez años de reinado.
El bien común, dijo, es la «idea nítida de lo que conviene» a la sociedad. Ese principio ha quedado claro con la tragedia de la DANA, donde se ha visto a un pueblo volcado para mostrar la solidaridad con las víctimas, con un altruismo superior al de las instituciones responsables de prever y paliar el desastre. Es una gran nación que debería tener gobiernos a su altura.
El problema político de España, se entendió entre líneas, es que los partidos se han abrazado a la polarización y han abandonado el consenso como práctica y espíritu. La política nos está fallando. Los dirigentes deberían pensar en el bien común de los españoles, no en intereses partidistas o personales. Fuera de ese consenso solo hay dejación de funciones e irresponsabilidad. Conviene, por tanto, dijo el Rey, orillar la polarización y hacer política de Estado para el bien común.
Las palabras de Felipe VI constituyeron un toque de atención al clima de tensión provocado sobre todo por un Gobierno acorralado por el poder judicial, sin mayoría estable, que encuentra en la crispación una vía de escape y una forma de disimular la desgobernanza.
El consenso es la clave de la democracia, vino a decir el Rey. Sin esa forma de hacer política para el bien común, afirmó, estamos abocamos a la «negación de la existencia de un espacio compartido». Ese espacio solo puede ser la España constitucional, democrática, de libertades, en la que toda idea y aspiración es defendible, pero que exige una responsabilidad en sus gobernantes para gestionar las instituciones en aras de lo que conviene a la sociedad. Cualquier aspiración es legítima, menos la que pasa por destruir la comunidad que nos ha hecho libres y prósperos.
El Rey destacó la conveniencia del consenso en tres áreas que hoy preocupan a los españoles: la vivienda, la inmigración y la inestabilidad internacional. Son tres cuestiones en las que el gobierno de Pedro Sánchez prefiere el acuerdo con quienes trabajaban cada día contra el bien común y sueñan con romper la comunidad llamada España. El buen consenso, se entendió, debería ser entre los dos grandes partidos del sistema constitucional, el PSOE y el PP, que tienen una representación importante también en la Unión Europea. Sin el acuerdo de estos dos en los retos más decisivos, aseguró el Rey, nos alejamos del sentido que tiene la democracia liberal, que no es otro que asegurar la convivencia en paz y libertad.
Felipe VI se decantó en sus palabras por una visión realista de esas tres cuestiones, sin ideología ni demagogia. El consenso y el diálogo debían dar solución a la inmigración que, descontrolada y en manos de las mafias, erosiona la «cohesión social». Es compatible el reconocimiento de la dignidad humana con la lucha contra el tráfico de personas. La inmigración, por tanto, no debía ser un campo de batalla política entre partidos, sino un problema que obtenga una solución de Estado. De la misma manera abordó el problema de la vivienda, especialmente para «los más jóvenes y los más desprotegidos». Y, por último, el Rey hizo hincapié en la defensa de la democracia liberal más allá de nuestras fronteras. No lo citó, pero es evidente que se estaba refiriendo a la vergüenza de Venezuela, donde está involucrado el nombre de España por la relación del Gobierno con dirigentes de ese país, o por la extraña inclinación de Zapatero hacia Maduro.
El bien común y el consenso requieren «serenidad», que fue el tercer concepto que usó el Rey en su discurso. Esa serenidad supondría rebajar la tensión y dedicarse a gobernar para el bien común. Fueron grandes palabras para quien quiera escuchar.