Hacinados en celdas con olores espantosos, recibiendo comida con gorgojos, durmiendo en literas incómodas, sin acceso a luz solar y sometidos a maltrato sicológico, permanecen recluidos buena parte de los presos políticos del régimen venezolano, de acuerdo a los testimonios de algunos ciudadanos que fueron recientemente liberados.
“Nos decían que teníamos el peor delito del mundo: terroristas; que merecíamos la muerte. El olor en las celdas era asqueroso, olor a cloaca. La comida tenía insectos o gorgojos. La carne molida estaba podrida. El colchón de las literas era delgado y compartido, era mejor dormir en el piso”, contó Aura —ese no es su nombre—, una dirigente barrial detenida tras las protestas de agosto, al portal Voz de América.
Ella fue una de los más de 150 presos que fueron liberados a fines de noviembre, en parte por la presión interna y externa sobre Maduro, porque sufrían de alguna condición de salud, o también como parte de una maniobra del régimen para demostrarle al presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, que está dispuesto a suavizar la represión a cambio de un trato político y económico favorable.
Maduro y su cúpula cierran el 2024 aislados y prácticamente sin aliados en la región. Venezuela ha roto relaciones con varios países vecinos, entre ellos el Perú, se ha distanciado de sus aliados de izquierda, Brasil y Colombia, y solo cuenta con el reconocimiento de Cuba, Nicaragua y México, como ganador de las elecciones de julio pasado.
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“Maduro cierra el año bastante presionado, pero ese tipo de régimen, como el de Nicaragua, puede subsistir a pesar de las presiones externas. Tienen el apoyo de Rusia y China. Es un gobierno que puede seguir sin apoyo popular, con mucha represión. Incluso si la población se va del país por las condiciones de vida, eso también ayuda al chavismo a mantenerse”, señala el internacionalista Francisco Belaunde.
El régimen venezolano se ha vuelto inexpugnable e internamente apuesta por los “halcones” y el acoso a todas las voces discrepantes. Eso explica que Maduro haya nombrado a Diosdado Cabello, pasadas las elecciones de julio, como ministro del Interior y al mismo tiempo como vicepresidente para la Seguridad Ciudadana. Entonces, dijo que confiaba en que Cabello “pacificaría el país”.
Desde entonces el control de los cuerpos de seguridad y la represión ha estado a cargo de Cabello, que además tiene ascendiente sobre las fuerzas armadas por haber sido militar. Considerado el número 2 del chavismo, Cabello no tiene escrúpulos en detener opositores, secuestrar ciudadanos extranjeros acusándolos de terroristas e inventar supuestos complots que buscarían desestabilizar al Gobierno.
En ese sentido, Venezuela ha detenido a ciudadanos estadounidenses, colombianos, españoles, incluso un peruano y últimamente un ciudadano argentino, gendarme en su país, que había viajado a ver a su hija. Lo han acusado de ser el cerebro de un plan para ayudar a escapar a los opositores que hoy se refugian en la embajada argentina. El incidente ha profundizado la crisis diplomática con ese país.
“Al parecer se trata de represalias que toma el régimen contra países que han sido críticos con lo ocurrido en la elección. Es como un chantaje”, señala Francisco Belaunde.
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Semanas después de ser nombrado, Cabello señaló que no tenían intenciones de abandonar el poder y se quedarían por 200 años. El presidente Nicolás Maduro se ha pronunciado en el mismo sentido: no dejará el gobierno porque “ganó las elecciones”. Y mientras liberaban un número de presos, detenían a otros. Se calcula que unas 1.800 personas permanecen en prisión. La mayoría no tiene militancia alguna.
María Corina y Edmundo
El control ejercido por Maduro, Cabello y la cúpula militar encabezada por el general Vladimir Padrino, ministro de Defensa, es total y los líderes opositores más notorios siguen siendo María Corina Machado, en la clandestinidad, y Edmundo González, asilado en España. Su liderazgo es indiscutible luego de que la Unión Europea les concediera el Premio Sajárov a los DDHH y la Libertad el martes pasado.
Edmundo González, quien según las actas conseguidas por la oposición tras el proceso electoral del 28 de julio habría ganado la elección con más del 70% de los votos, ha dicho que estará en Caracas el próximo 10 de enero para jurar como presidente de su país. El chavismo ha dicho que lo espera para encarcelarlo. Un halo de tensión rodea la fecha por si la posibilidad de esta llegada se concretara.
“María Corina Machado y Edmundo González quizá esperan que mantener las esperanzas vivas pueda generar una reacción de la gente, que en el fondo es una apuesta. ¿Qué pasa si arrestan a González? Quizá apuestan a que eso genere un levantamiento en la gente. Ojalá fuera así. Pero en Venezuela la represión empieza muy temprano, preventivamente. Seguro va a haber una mayor vigilancia y el régimen se va a cuidar a medida que se acerca el 10 de enero”, dice Belaunde.
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Algunos observadores han mencionado que la llegada de Donald Trump al Gobierno de Estados Unidos podría hacer tambalear a Maduro a través de sanciones económicas, pero eso todavía está en el terreno de lo incierto. Este año, Venezuela creció entre 4 y 5%, y el chavismo podría acceder a los pedidos de Trump —entre ellos recibir de regreso a miles de venezolanos deportados— para seguir vendiéndole petróleo.
Durante la gestión de Joe Biden se flexibilizaron las sanciones y se permitió que Chevron operara en Venezuela, una operación que ha permitido ingentes ingresos económicos al régimen. Está por verse si Trump continúa con la política de Biden en este rubro.
El madurismo apuesta a durar, aun en contra de la voluntad de la población, tal como ocurrió con los Castro en Cuba y sucede con Daniel Ortega en Nicaragua. Se dice que agentes cubanos trabajan en instancias civiles y militares, vigilando posibles complots en contra del régimen. Esto se daría sobre todo entre mandos medios militares, en prevención de cualquier intento de insurrección. Es decir, Maduro encabeza hoy un proyecto similar al de sus mentores cubanos.
El más reciente anuncio de Maduro, hecho el viernes, es reformar la Constitución “para consolidar la soberanía popular”, sin dar más detalles. Como se ve, ese futuro cambio llama más a sospecha que a esperanza para la población venezolana. En medio del rechazo mundial, Maduro apuesta a quedarse en el poder. No se sabe por cuánto tiempo.