Parte de las fachadas del mercado de San Antonio de Padua, inaugurado en 1919 como primer mercado techado de Cuatro Caminos, se conservan en el primer tercio de un moderno edificio del siglo XXI
Avenida de Reina Victoria: la diversidad como patrimonio urbano a preservar
Muchos nos hemos sorprendido al encontrarnos en por el número 7 de la Avenida de Reina Victoria, muy cerca de Cuatro Caminos, un moderno edificio acristalado cuya parte baja está recubierta por la fachada de otro edificio anterior de ladrillo, con una profusa decoración a base de ladrillo y azulejo. Hasta hace unos años, el bajo comercial estaba ocupado por una oficina del Ayuntamiento de Madrid y, desde hace un tiempo, por un negocio privado.
El nuevo edificio, que fue construido en el año 2005, respetó parte de las fachadas del antiguo mercado de San Antonio de Padua, en la avenida y hacia la pequeña calle de Esquilache. No hemos encontrado noticia de quién fue el arquitecto (en la base de datos del Colegio de Arquitectos de Madrid figura huérfano), aunque en algunos sitios se lo atribuyen a Miguel Álvarez Naya. No sería extraño que se hubiera ocupado este arquitecto municipal puesto que cuadra con su participación en otros edificios industriales (es autor, por ejemplo de la Serrería Belga de la calle Alameda) y con su gusto por el modernismo que se deja ver madirada con el neomudéjar en la fachada que aún se conserva.
Cuando Madrid empieza a mirar hacia su extrarradio norte, crecido informalmente a las puertas de la ciudad, lo hace a menudo como un espacio de comercio informal. La venta callejera hacía de la calle de Bravo Murillo un inmenso mercado callejero en el que se abastecían sus vecinos y los madrileños que salían a comprar en busca de mejores precios, ya que algunos productos aforaban impuestos al atravesar, precisamente, Cuatro Caminos. Las descripciones que aparecen en la prensa a filiales del XIX y principios del siglo XX utilizan metáforas de eco colonial en sus descripciones, como aduar o zoco marroquí, para hacer hincapié en la necesidad de salubrizar la barriada.
Pronto empezaron a pedir al Ayuntamiento la construcción de un mercado cubierto vecinos agrupados y algunas figuras influyentes en el nuevo vecindario. Algunos de ellos, conviene tenerlo en cuenta, eran los industriales de la barriada, es decir, comerciantes con establecimiento cuyos pagos al municipio están regulados, por lo que la venta callejera suponía una competencia desleal para sus intereses. Valga como ejemplo de nota aparecida en la prensa esta nota aparecida en el periódico España en 1904:
“Es digna de censura la pasividad que preside todos los actos de nuestro Ayuntamiento. Hace varios años existe en la acera de la derecha de la calle de Bravo Murillo, a partir de la glorieta de los Cuatro Caminos, una larga fila de puestos fijos, donde se expenden carnes fritas al aire libre, pescados y verduras. Aparte de lo antiestético de su aspecto, producen emanaciones nada agradables, que aumentan en cuanto caen cuatro gotas, por tener estos vendedores convertida la carretera en depósito de desperdicios, y son un estorbo para la circulación. No se ocultará a nuestros ediles lo conveniente que sería hacer desaparecer todos estos puestos, que viven sin licencia municipal de ningún género, y construir un mercado, para lo que existen en los Cuatro Caminos terrenos en inmejorables condiciones y capitales particulares dispuestos a emprender las obras”.
En realidad, la imagen de los cajones atestando las calles y formando mercados había sido la normal en Madrid hasta hacía algunas décadas. El primer mercado cubierto fue el de San Ildefonso, que se construyó en 1835. A partir de ese año empezaron a levantarse el resto, lo que no acabó ni mucho menos con la venta en la calle, que a menudo se extendía por los alrededores de los nuevos mercados. Eliminar por completo la venta ambulante fue durante los siguientes años un tema peliagudo para el ayuntamiento, puesto que daba de comer a mucha gente en dos sentidos diferentes: a quienes la ejercían y a quienes compraban su sustento en mercados callejeros en las barriadas que aún no tenían suficientes puestos de mercado para alimentarlas.
Los trámites para la licitación del mercado de los Cuatro Caminos comenzaron en 1915 y el edificio fue una realidad inaugurable en 1919. El mercado cubierto vino a unirse al resto de hitos y servicios del entorno de la glorieta, que más o menos en los mismos años llegaban a una barriada huérfana de atención municipal. En los alrededores estaban la casa de socorro, el colegio Cervantes, la biblioteca popular o la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles. Justo enfrente, se levantaron los edificios Titanic que aún dominan las alturas de la glorieta. Fue la misma compañía Metropolitana que llevó el metro a la barriada, en la que fue la primera línea de la red, y urbanizó Reina Victoria. La misma que había levantado las cocheras justo al lado del mercado, que fueron derribadas en 2021 tras una larga lucha vecinal por su conservación. De la enorme infraestructura hoy solo queda, precisamente, el viejo muro de perfil dentado en la calle Esquilache, junto a una de las fachadas del mercado. Un callejón sin salida en donde a menudo se ruedan anuncios que alberga los muros solitarios del primer barrio de Cuatro Caminos.