Dice Carlos Fenollosa que el paso de Siri a ChatGPT ha sido brutal y que ha sucedido sin que apenas nos demos cuenta. Este experto en Inteligencia Artificial (IA) aborda en «La singularidad» (Arpa) todos los retos que se nos pueden presentar por «haber inventado máquinas que piensan». La humanidad se está transformando delante de nuestros ojos y conviene que nos coja preparados.
¿Crees que la inteligencia artificial nos hará más felices?
Creo que sí. Ese es el objetivo, como con cualquier avance tecnológico: queremos mejorar el mundo. Pero, como detallo en el libro, esta revolución tecnológica tiene características que la hacen distinta a las anteriores.
¿Qué tiene de diferente?
Lo que la hace única es su potencial para crear máquinas capaces de mejorarse a sí mismas, lo que podría desencadenar nuevos descubrimientos científicos y avances. Algunos creen que podría ser la última revolución tecnológica, porque a partir de ella podríamos llegar a una inteligencia artificial que cambie el mundo por completo.
¿Eso es la singularidad de la que habla en el libro?
Exacto. Es ese punto de inflexión en el que el mundo empieza a ser dominado por máquinas que trabajan por nosotros, mientras los seres humanos nos dedicamos a vivir nuestras vidas.
¿Estamos cerca?
Aún estamos lejos, pero empezamos a ver cómo se aproxima. Algunos expertos en Estados Unidos estiman que estamos a 5, 10 o 15 años de alcanzar una inteligencia artificial general, es decir, un programa más inteligente que cualquier persona.
¿Cómo vamos en España?
España está al nivel de Europa, pero claramente rezagada frente a Estados Unidos y China. En Europa hemos perdido unos 10 años y ahora intentamos recuperarlos, pero será difícil.
¿La regulación es necesaria o es como poner puertas al campo?
Estoy a favor de la regulación, siempre que esté bien hecha. La regulación europea me parece bastante sensata: básicamente dice que no se puede usar esta tecnología para hacer el mal, lo cual es coherente con otras normativas que tenemos para alimentos, servicios profesionales, etc. Me gusta que a la IA no se la mida por otro rasero.
¿Cómo imagina una sociedad en la que nadie trabaje?
No estoy de acuerdo con el argumento de que sin trabajo caeríamos en la apatía o en comportamientos destructivos. A lo largo de la historia, ha habido sociedades en las que ciertas personas no necesitaban trabajar y no por eso dejaban de ser productivas. La tecnología puede eliminar la necesidad de trabajar para sobrevivir, lo que abre debates sobre renta básica y nuevas estructuras sociales.
¿Cree que es viable una renta básica incondicional?
Sí, pero requiere cambios fundamentales en la forma en que financiamos el estado del bienestar. Si los robots sustituyen a los trabajadores, quizá las empresas que los usen o los fabriquen deban pagar impuestos equivalentes a los que pagaban los empleados humanos. Es un debate complejo, pero necesario.
¿Qué trabajos peligran más con esta revolución tecnológica?
Principalmente los relacionados con texto, como traducción, transcripción y redacción de artículos neutros. Por ejemplo, ya existen programas que traducen textos con una precisión excelente. También trabajos técnicos, como la contabilidad, están en riesgo porque son tareas que la IA puede realizar mejor y más rápido.
¿Qué les diría a las nuevas generaciones sobre qué estudiar?
Les diría que se especialicen en algo que las máquinas aún no puedan hacer bien. Las habilidades creativas, el pensamiento crítico y la capacidad para resolver problemas complejos serán claves. Pero, sinceramente, es difícil dar un consejo claro porque la tecnología avanza demasiado rápido.
¿Qué país está abordando bien este “nuevo pacto social”?
De momento, nadie. En Estados Unidos, por ejemplo, se tiende a eliminar regulaciones para fomentar el libre mercado, lo que puede aumentar la desigualdad. Europa está tratando de encontrar un equilibrio, pero aún estamos lejos de una solución definitiva.
¿Qué riesgos existen si no se actúa a tiempo?
Uno de los mayores riesgos es que los primeros en desarrollar esta tecnología puedan «quemar los puentes», es decir, usarla para consolidar su posición y dejar atrás al resto. Por eso creo que la regulación europea, que exige evaluar las implicaciones antes de lanzar nuevos modelos, es un paso en la dirección correcta. Este es un cambio de paradigma tan grande que necesitamos tomárnoslo en serio. Las dinámicas sociales y educativas deben adaptarse mucho más rápido de lo que lo han hecho hasta ahora.