La Navidad en el Vaticano, como en el resto del orbe católico, arranca con la Misa del Gallo el 24 de diciembre. Sin embargo, el discurso del Papa a la cúpula de la Santa Sede para felicitarles las fiestas se ha convertido, en el caso de Francisco, en algo más que una antesala de la Nochebuena. Sobre todo, desde sus palabras justo hace diez años, cuando en una extensa alocución radiografió lo que denominó como «enfermedades de la Curia».
Sus palabras no cayeron del todo bien por su carga de autocrítica y marcó un antes y un después en lo que viene a ser «la copa de Navidad» de cualquier empresa. De hecho, a partir de entonces este encuentro se ha convertido en un termómetro sobre la marcha de las reformas emprendidas por el Pontífice en el epicentro de la catolicidad.
Sin embargo, en esta ocasión, y recién cumplidos sus 88 años, el Papa no se presentó en el Aula de las Bendiciones con reproches bajo la manga, sino más bien en tono conciliador. Y eso que algunos esperaban que Jorge Mario Bergoglio dejaría caer la necesidad de apretarse todavía más el cinturón en cada uno de los departamentos vaticanos. Máxime cuando hace apenas un mes enviaba una carta a todos los cardenales que ayer le escuchaban en la que les alertaba de que el sistema de pensiones corre peligro «a medio plazo» si no se toman medidas de «urgencia». Este toque de atención responde a unos recortes sucesivos en estos últimos años para salvar de la bancarrota al Vaticano, como reducir el sueldo de los cardenales o cobrar el alquiler por las viviendas que ocupan.
Este sábado dejó a un lado todas estas cuestiones estructurales para compartir una alocución más pastoral, e incluso elogiosa, salvo en un punto: la situación en Tierra Santa. Fue precisamente este el primer asunto que trató ante los purpurados después de llegar justo hasta la puerta de la sala en silla de ruedas y realizar el último tramo hasta el estrado caminando con su bastón. Y, como suele ser habitual, cuando Francisco deja a un lado los papales y se expresa con naturalidad, regala algún que otro aguinaldo en forma de declaraciones.
«Ayer no dejaron entrar al Patriarca en Gaza, como habían prometido», soltó el Obispo de Roma sobre el veto que habría recibido por parte del Gobierno de Israel el cardenal franciscano Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén y, por tanto, máxima autoridad católica en la zona. Justo después de desvelar este hecho, el Pontífice endureció todavía más el tono de sus palabras: «Y ayer bombardearon a niños. Esto es crueldad, esto no es guerra, quiero decirlo porque toca el corazón». Esta queja pública sobre el proceder del Ejecutivo de Benjamín Netanyahu llegaría además documentada por el contacto directo que el Papa mantiene tanto con Pizzaballa como con la llamada diaria que realiza a Gabriel Romanelli, párroco de la Sagrada Familia, el único templo católico en la Franja.
Francisco se sintió interpelado para hablar de Gaza por la alocución previa de bienvenida que pronunció el cardenal Giovanni Battista Re, decano del colegio cardenalicio. El purpurado italiano denunció que «en estos momentos el fragor de las guerras arde con horrores que han conmovido los corazones por su inhumanidad». «Su Santidad ha alzado con fuerza su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta», añadió.
Con la referencia antibelicista por delante, Francisco se adentró en su batería de consejos para los líderes eclesiales con una premisa por delante: «Bendecir y no maldecir». Sabedor de que la Curia romana conforma una estructura compleja, se centró en combatir los cotilleos de pasillo y sacristía: «Los chismes son un mal que destruye la vida social».
«Es algo que nos concierne a todos, también al Papa, obispos, sacerdotes, personas consagradas, laicos, y en lo que todos somos iguales», reconoció. Con este punto de partida, invitió a todos a recorrer «el camino de la humildad, renunciando a pensar mal y a hablar mal de los demás». En esta misma línea, planteó como hoja de ruta para la Iglesia apostar por «el espíritu comunitario» que prevalece sobre el «individualismo». A la par, admitió que la labor de oficina es «a menudo árida», por lo que invitó a los cardenales, curas y religioso presentes a que no se queden encerrados en sus despachos, sino que se recarguen con «experiencias pastorales, de momentos de encuentro, de relaciones amistosas, en la gratuidad». De la misma manera, les recomendó confesarse con frecuencia y participar en los ejercicios espirituales anuales.
Al final de su discurso, quiso agradecer a todos cuantos trabajan en la trastienda de los textos papales, refiriéndose explícitamente a quienes «preparan las cartas para que las oraciones y bendiciones del Papa lleguen a un enfermo, a una madre, a un padre, a un preso, a un anciano, a un niño». «Gracias por esto, porque firmo estas cartas», apostilló.
Este mismo reconocimiento lo trasladaría minutos después en el Aula Pablo VI a todos los trabajadores del Vaticano. Ante ellos, valoró que «con vuestro trabajo diario, en Nazaret oculto por vuestras tareas particulares, contribuís a acercar a Cristo a toda la humanidad y a difundir su Reino por todo el mundo». A partir de ahí, el Papa hizo un llamamiento a promover la vida en familia más allá de las limitaciones laborales: «¿Juegas con tus hijos? ¡Es importante acostarse en el suelo con el niño, con el niño, jugar con los niños!». No se quedó ahí: «¿Visitas a tus abuelos? ¿Los abuelos son de la familia o viven en una residencia de ancianos sin que nadie vaya a visitarlos?». «Los abuelos, tal vez, deben estar en una residencia de ancianos, ¡pero ve a visitarlos!», remató.
Antes de despedirse, Francisco lanzó un recado a sus empleados: «Si alguien tiene alguna dificultad especial, por favor hable, dígaselo a los responsables, porque queremos resolver todas las dificultades. Y esto se hace con diálogo y no gritando o callando». «¡Dialogamos, siempre!», apuntó en una referencia quizá implícita al conflicto abierto con la Asociación de Empleados Laicos de la Santa Sede, que el pasado agosto abanderaron una protesta inédita quejándose del aumento de las subcontrataciones, la externalización de servicios y recortes de personal y de derechos.