Este año el intercambio consistirá en un regalo de quinientos pesos, pero debe ser práctico; algo que a cualquiera beneficie. Esas han sido las palabras de la coach, que durante las últimas sesiones del diplomado «Más valor al liderazgo empresarial femenino», ha estado repitiendo, junto con la fecha para la cena de fin de año. Ella ha anotado en sus dos agendas —la física y la virtual— aquel compromiso donde irá la oficina entera, pero también estarán presentes los miembros de la Junta Directiva, y quizás al fin se dará la ocasión de hablar con Eva Rochester, la Manager de Human Resources de América Latina y el Caribe, sobre su ascenso. Quién sabe, con algo de suerte, en la comida se alinearán las fichas y para enero estrenará oficina con vistas al parque. Todavía recuerda las palabras del guapo coach que le tocó el año anterior luego de su evaluación: debes generar más valor económico y social para el negocio. Aquello se lo dijo a solas, en la sala de juntas, luego de haber sacado el mayor puntaje en inteligencia emocional. Cuando el hombre de canas irresistibles la apartó del grupo ella pensó de inmediato en su torpeza durante la actividad con las pelotas fosforescentes, pero en realidad quería felicitarla, infundirle ánimos al hacerle ver sus áreas de oportunidad. Cuánta ilusión sintió de que el mismísimo Patrick Anderson, doctorando del Jordan Institute of Business Science, cuyos trajes se ceñían en zonas difíciles de ignorar, le leyera su potencial. Este año ha puesto mucho empeño en aumentar las ventas; además, obtuvo el bono de puntualidad, se inscribió en el Círculo de Líderes Lectores donde descubrió que los libros son una poderosa herramienta para impulsar el éxito —sólo dejó a la mitad el best-seller Tus zonas prósperas, pues le aburrieron los ejemplos de vida— y, en cuanto a lo social, debe esforzarse al elegir regalo. En el intercambio le tocó Carmela Zepeda, la Sales Asociated Two. Las malas lenguas aseguran que pronto subirá de rango a Three, gracias a los favores especiales que le hace a Rómulo Ceballos, el Senior Sales Engineer, el jefe de ambas. No debe darles valor a los chismes, sino a su potencial y a cuidar el «lenguaje limpio», esa técnica tan difícil que consiste en mantener las suposiciones y juicios de valor fuera del ambiente laboral y es la base de una comunicación efectiva, según el Manual de emprendedores. Así podrá ascender.Lleva días pensando en cuál sería el mejor regalo para alguien como Carmela Zepeda, acostumbrada a tenerlo todo fácil. Aunque son compañeras de área y comparten la ambición de llegar al Three, ella apenas la conoce; no ha pasado de preguntarle a Carmela por su perro, un viejo dálmata al que han operado dos veces en los últimos tres años. La diferencia de edad no ayuda, pues Carmela es quince años menor. No tiene otro tema en común con la joven, que se pasa de silenciosa, o mejor dicho, de mustia, pegada todo el día a los audífonos y a los reels de animales rescatados. Al cubículo que comparten llegan siempre a saludarla, desde la señora de la limpieza hasta el Testing Lead, que le viene a pedir consejos sobre la situación con su novia. Y Carmela los escucha muy atenta, casi sin intervenir, con aires de psicoterapeuta.¿Qué regalo sería práctico para alguien que se pinta el pelo de güera, dejándose las raíces negras durante meses? Y algo que valga quinientos pesos, con lo caras que están las cosas. Lleva pensando en eso toda la semana. No sabe cómo Carmela puede teclear con esas garras que le dejan en la manicura, llenas de brillitos, que todo el mundo le chulea por extraños motivos. Pero si le regala un cupón para ir al spa de uñas que ella frecuenta, sería una indirecta muy grande. ¿Un sartén antiadherente? Eso es práctico. No, a lo mejor pensará que juzga sus hábitos alimenticios. ¿Un difusor de aromaterapia? Pero le estaría diciendo estresada. Necesita un regalo práctico, capaz de comunicar buenos deseos, original, pero que también la ponga en su lugar. Ayer estuvo a punto de comprarle una preciosa medalla de la Virgen de Guadalupe que vio por televisión, incluía un masajeador de pies, que por supuesto no pensaba darle a Carmela. Pero cuando llamó al número de la pantalla le dijeron que costaba novecientos noventa pesos, más el envío. Hoy pasará de nuevo al centro comercial, a ver qué encuentra en el tercer piso.Van cinco veces que se repite la canción de «Los peces en el río» y ella no ha logrado encontrar un regalo decoroso en toda la tienda. Hay demasiada gente probándose suéteres, como si no estuvieran enterados que habrá rebajas en enero. Las atendientas no se dan abasto, cobran y cobran y vuelven a cobrar. Una señora se resbaló gracias a los orines de un perro que nadie recogió, reclama junto a su esposo a un pobre policía asustado el absurdo de que la tienda departamental ahora sea pet friendly. Agotada, se aleja de la escena, sube las escaleras eléctricas hasta el departamento de Hogar y, de pronto, su atención se fija en una isla que anuncia atractivos descuentos. La vajilla de renos está muy cara, aunque es de plástico. El afilador de cuchillos con forma de esfera navideña cuesta cuatrocientos pesos y luce mucho, pero le parece un regalo demasiado violento. Casi oculto detrás de un comal que tiene el mango de árbol de navidad, observa un lindo paquete de tres velas aromáticas que asemejan copos de nieve, llenas de los brillitos que tanto entusiasman a Carmela. Huelen a pino y en letras plateadas se lee «para una noche de paz». Ahí está la solución, cuesta seiscientos pesos, menos el cuarenta por ciento de descuento. Saca la tarjeta de crédito y pide que lo envuelvan con un moño dorado. Está de suerte, al salir por el departamento de damas ve una falda que ni hecha a mano le habría quedado tan bien, hasta le hace cintura. El día de la cena de fin de año llega con la falda nueva, los botines de gamuza que sólo puede usar en invierno y un nuevo peinado que su estilista asegura le quita diez años de encima. El regalo viene envuelto en una bolsa con el logotipo de la tienda departamental, así se sabrá de dónde proviene. La maldad la ha hecho comprar un tinte para el cabello color «negro tentación», que también viene envuelto en un celofán dorado. Ese es un regalo anónimo que planea dejar en el escritorio de Carmela, con la dedicatoria de un admirador secreto. Ha puesto una firma muy garigoleada, de hombre, con tal de que parezca un perfume caro. No aguanta las ganas de ver la cara de Carmela al abrir el envoltorio y toparse con su verdadero tono de pelo. Qué genial indirecta. Ese es mi verdadero regalo, se dice, al fin dejará los pelos de zacate viejo. La empresa ha tirado la casa por la ventana: el alcohol desfila por las mesas muy bien adornadas, los platillos que sólo se sirven en esas fechas están exquisitos; el salón del Hotel Emporio se siente acogedor con aquel gran árbol donde han puesto los regalos del intercambio y se ve de película. Pura abundancia. Las risas llegan junto con abrazos cortos, los mejores deseos, el tintineo opaco de las copas de plástico, la rifa de los pavos y la pantalla de ochenta pulgadas que se ganó el chico de sistemas. Ella tuvo la suerte de sacar el número cuarenta y nueve, como su edad, y obtener la canasta navideña; está feliz, pues no gastará en botana para la cena familiar de nochebuena: ofrecerá las latas de angulas que no le gustan. Comienza el intercambio. Los primeros dos regalos son espléndidos; superan, por mucho, la cantidad pactada. La cosa empeora al ver la aspiradora de mano ultra potente que Efraín le regaló a Pedrito Nava para su coche. Es como si todos se hubieran puesto de acuerdo, telepáticamente, y compraran cosas dos o tres veces más caras de lo pactado. El colmo y la vergüenza se materializan cuando ve el regalo que su jefe le ha dado a María Rosa, la secretaria: un precioso reloj digital color azul pastel. Llega su turno; no puede creer su suerte. La mismísima Eva Rochester se acerca a ella y le extiende un paquete enorme y pesado. Ambas posan para las fotos que Santiaguito, el Community Manager, subirá esa misma noche, ojalá no salga nerviosa. Los compañeros aplauden, expectantes, mientras intenta abrir el regalo sin rasgar el fino papel –es tan elegante que bien puede envolver la almohada ortopédica que le compró a su cuñada en él–. Contiene el aliento al ver que en sus manos está la freidora de aire de sus sueños, de la mejor marca, y también incluye la función de olla exprés. Estallan los aplausos, las expresiones de asombro, pero ella no las merece, le resuenan como látigos. Esto sí que es práctico, se dice, pero una gran vergüenza se apodera de ella, pues la que sigue, según el incorruptible orden universal de los intercambios, es Carmela. Cómo quisiera correr en ese momento a la tienda, pedir una devolución y comprar el edredón de muñecos de nieve, aunque cueste cinco veces más. Pero ahí va caminando como una condenada a muerte, segura del linchamiento que vendrá. Lo que importa es el detalle, se dice para consolarse. Toma su paquete, demasiado pequeño e insulso y se lo da a Carmela, que ese día trae las uñas pintadas de rojo navideño. Se queda más tiempo de lo normal, abrazándola, deteniendo el momento en que las velas salgan a relucir. Era de esperarse: los aplausos suenan tan fingidos como los de un mal espectáculo. Carmela mira sus velas con forma de copos de nieve. Sin dejar de sonreír, le da las gracias diciendo que el olor a pino es su favorito. En esas está, posando para la foto, cuando se da cuenta de que en la etiqueta, aunque no dice el precio, han dejado el flagrante anuncio de cuarenta por ciento de descuento. Ella empalidece y tensa la sonrisa que quedará para siempre grabada en las redes de la empresa. Antes de separarse, se atreve a decirle a Carmela: dijeron que era de quinientos pesos, si no te gusta, te compro algo más. Pero Carmela, que es tan asertiva, revira: las velas siempre son prácticas, ¡muchas gracias! Ella hubiera preferido una bofetada, por lo menos un reclamo. El resto de la velada es la única que no baila. Imposible acercarse a Eva Rochester para hablar del ascenso.Cuando van a dar las doce todos comienzan a despedirse dándose abrazos eternos, como si no fueran a verse en dos días; el veintiséis y el veintisiete caen en jueves y viernes, respectivamente, sólo descansarán el veinticinco, por orden de Eva Rochester. De súbito recuerda el regalo envenenado que ha dejado en el escritorio de la pobre Carmela; se levanta de un salto, dispuesta a evitar la desagradable sorpresa. Pero la oficina ya está cerrada, nadie puede abrirle. ¿En qué cabeza cabe arrepentirse tan tarde? ¿Serán las copas? Lo hecho, hecho está, trata de convencerse.No ha logrado dormir desde que supo que Carmela se enfermó de algo misterioso y no llegará sino hasta pasando el día de Reyes. El regalo no está en su lugar, así que ya lo vio. Ahora sabe que fue muy cruel con la mamá de un dálmata enfermo. Carmela no tiene la culpa de su mal gusto, tampoco de su carisma, que pese a tantas torpezas con las uñas y el pelo, sale a relucir. Un nuevo temor se ha apoderado de ella al grado en que ha sudado las sábanas: a lo mejor la cámara de seguridad captó el malvado momento en que puso el tinte en su mesa. En vez de divertida, se siente mal, como atrapada en su diablura al imaginar la cara de Carmela al desenvolver el regalo. A lo mejor eso terminó por deprimirla, uno nunca sabe de las sensibilidades ajenas. Y por eso no regresó al trabajo. Qué horror alborotar así los complejos de alguien. Ni siquiera las papas que ha preparado en su freidora de aire —sin grasa, pero exquisitas— la consuelan. Trata de averiguar sobre Carmela; nadie le dice qué ha sucedido con ella. Y Eva Rochester evadió el tema cuando le preguntó. Está tan intrigada, que decide escribirle un correo con cualquier pretexto. Pero Carmela no responde. Llega el día en que las clases del diplomado vuelven a comenzar. La coach habla del verdadero líder empresarial: debe ser capaz de utilizar sus conocimientos y experiencia para influir en su equipo de trabajo, en lugar de imponer sus ideas. Y ella ha fallado en eso. Será cuestión de días para que el video se dé a conocer, quizás la corran por hostigamiento laboral. De pronto observa a una mujer castaña que toma asiento en la primera fila. Eva Rochester interrumpe la sesión: ¡un fuerte aplauso para nuestra nueva Sales Asociated Three, Carmela Zepeda, que hoy asume su puesto!AQ