La Navidad tiene ese encanto especial, que es ese no sé qué tan sevillano, por el que todos nos sentimos algo más infantiles que de ordinario. En estas fechas tan señaladas las cosas fluyen de otra forma. Todo está justificado con tal de liberarnos de ese corsé protocolario que nos estresa, aunque el precio a pagar sea dejarnos llevar por esa moda hortera del brilli-brilli, los chalecos con elfos y renos tan autóctonos de la calle Sierpes –entiéndase la ironía– o esas luces de colores que colocamos a granel en el balcón por si alguien no había reparado aún que en unas horas será Nochebuena. Tragamos con lo que nos echen a costa de la felicidad que se respira en...
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