El canciller Roberto Álvarez ha afirmado que las metas de la política exterior dominicana en relación con Haití son las de propiciar la paz y la estabilidad en la nación vecina, una posición que considera un “interés estratégico” para los intereses nacionales.
Señaló en la circulación del libro “La diplomacia dominicana ante la crisis haitiana 2020-2024, que este interés incluye apoyar a las autoridades haitianas y a la comunidad internacional en la pacificación de Haití.
Pero también la creación de las condiciones para la celebración de elecciones generales que conlleven la instalación de un gobierno legítimo.
Y este, decimos nosotros, es un punto clave, aunque no decisivo, en la búsqueda de una ruta para sacar al pueblo haitiano —junto con sus instituciones— del profundo foso al que lo ha llevado la combinación de factores negativos internos a los que no les ha sido dada una solución oportuna.
La legitimidad del gobierno que surja de unos comicios organizados en las condiciones actuales puede ser un ideal, pero no garantiza solución alguna a corto ni largo plazos.
Esta, la de empujar a los haitianos por un camino apropiado y la de acompañarlos en la maduración y cosecha de los frutos, es una tarea que reclamará paciencia, mucha paciencia, tanto de sus líderes como de la comunidad internacional, a la que se le ve en buena medida comprometida con ese objetivo.
Sin embargo, en una de las naciones clave en este acompañamiento —los Estados Unidos de América— tendrá lugar en poco más de un mes un cambio de gobierno, el cual es probable que llegue acompañado de una política exterior movida por otros intereses.
Ante la eventualidad de una contingencia como esta, el Gobierno dominicano haría muy bien en tomar las previsiones oportunas.
¡Que no nos cojan asando batatas!
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