El resentimiento fortalece a una personalidad narcisista y necesita tratamiento psicológico. Es una enfermedad mental y quienes la padecen tienen un aire irrazonable de superioridad. El resentido está cautivo de su propia perversión, es fanático, busca un reconocimiento absoluto de su singularidad y quiere que los otros lo admiren. Pero a la vez, sufre porque no logra alcanzar su ideal del yo, esa grandeza idealizada y lo que lo acompaña es un yo disminuido y desfigurado.
Es posible que a las personas con este trastorno no les importe los sentimientos de los demás. Sin embargo, detrás de esta máscara de absoluta confianza propia, lo que existe es una gran inseguridad y por eso reaccionan fácilmente a la más mínima crítica. Estas personalidades desconfían de todos los que le rodean, casi con un sentido paranoico, sin asumir culpa y más bien pensando que la culpa la tienen los otros.
Proyectan odio, quieren destruir. La destrucción al servicio de la pulsión de muerte. Ya el inventor del psicoanálisis, Sigmund Freud, lo decía: “La pulsión de destrucción es guiada por el odio” (...). El odio es más antiguo que el amor”.
El odio aparece de entrada como una ruptura del vínculo social. Si el amor une, el odio desune, separa. Sin embargo, se hace patente que el odio es también uno de los vínculos más fuertes que el sujeto puede mantener con el otro y con sus objetos. Se puede hablar hoy de “odio social”, incluso, de “grupos de odio”, para describir los vínculos grupales fundados en el rechazo de lo otro y es porque el odio mismo puede funcionar como un significante del vínculo social.
Y a partir del odio se construye el rencor que lleva al sujeto a estar enojado, y ese enojo puede pasar al lugar de la voluntad. Una energía mala viene a sustituir a la buena voluntad, nos dice la filósofa y psicoanalista francesa Cynthia Fleury.
El sujeto se encuentra al límite y demasiado lleno de energía negativa, por eso no puede respetar a nadie, ni amigos ni enemigos. En el resentimiento hay siempre un desborde, una pulsión no canalizada, un error de juicio, un tomar lo falso por lo verdadero.
Al resentido lo caracteriza una gran sed de venganza y de querer hacerle daño al otro, a quien culpabilizan de todos sus males. Nietzsche los llama “las tarántulas”, para captar la naturaleza detestable y la imposibilidad de poder salir de ese agujero de mentiras, forjado por su “rabia” y su autoconvencimiento de estar en la razón.
“Las tarántulas” son curiosos insectos, pertenecientes a la familia de los arácnidos que se comen los insectos que atrapan en su tela. Podríamos pensar entonces que el resentido come literalmente el afán de venganza que lo mueve y simula un acto de justicia.
En este caso, la venganza ya no tendría que ver con responder con violencia a un agravio recibido, sino con el resentimiento por un acto que, con el tiempo, tiñe los hilos del derecho, velando por el beneficio de unos pocos. Se mueven por motivaciones individuales.
La justicia entonces, sería una forma de venganza alimentada por el rencor. El resentido es un sujeto pernicioso y mezquino, es decir, que su placer está en hacer daño porque lo motiva la voluntad de poder y el egoísmo. Por eso, Nietzsche los llama también intoxicados, y Scheler evoca el auto envenenamiento. El resentimiento los obliga a tragar veneno, es una cierta forma de goce oscuro, porque no permite que entre luz.
Esta forma de pensamiento provoca una deformación más o menos permanente del sentido de los valores, como también de la facultad del juicio. Este último queda viciado, roído por dentro; la podredumbre está ahí. La facultad de juicio se pone al servicio de mantener el resentimiento y no de reconstruirlo.
El resentido elige la carroña, esa preferencia por lo putrefacto, lo cual es esencial en el proceso, porque el resentimiento no es una reacción o una legítima defensa, sino que suele corresponder más bien, a la renuncia a reaccionar. Lo que sucedió es que se guardó un cúmulo de pensamientos obsesivos negativos que no le permiten pensar en nada más.
El término clave para comprender la dinámica del resentimiento es la rumia, algo que se mastica, una y otra vez, con la amargura característica de la repetición. No se logra hacer otra cosa, es una viscosidad de la que no se puede escapar. Se desea la destrucción del otro. La rumia desde el principio trata de revivir una reacción emocional, que inicialmente podría estar dirigida a alguien en particular, pero que, con el andar del resentimiento, va creciendo la indeterminación del destinatario.
La rumia se apodera del sujeto y el sujeto se coloca en posición de esclavo, es decir, se obsesiona con los recuerdos negativos que lo consumen. Este estado mental permite que la ira, el odio y la venganza se eternicen, sean retenidos y dejados en suspenso, impidiendo la apertura, porque su pensamiento está dominado por lo que lo obsesiona. No puede abrirse, más bien se cierra, no hay salida posible. El sujeto fuera de sí, pero dentro de sí royéndose a sí mismo.
La pulsión de muerte entonces es la que manda. El resentimiento sirve únicamente para mantener la memoria ocupada de lo que se sintió, como una herida y le permite gozar de esta memoria manteniendo viva la idea de un castigo, donde lo que interesa es la destrucción del otro.
El resentimiento es un delirio victimario alimentado por el veneno del recuerdo que no se detiene y que lo llena de rencor. Para el psicoanalista inglés Donald Winnicott este veneno describe el rencor que caracteriza el “falso self”, esa personalidad falsa que el sujeto se inventa para defenderse de lo que considera amenazante para su identidad, su salud y su vida psíquica, enmascarándose sin tener conciencia de ello, rehusándose a considerar que tiene alguna responsabilidad. Opta siempre por la mala fe y se encierra en esa forma de pensamiento, fabricando enemigos, no para defenderse de ellos sino para desear su muerte.
Llama a la atención que a pesar de todo lo antes mencionado existan “seguidores” de estos líderes que no ocultan su enfermedad narcisista y que, por su padecimiento tienden a abusar de los otros, causando daño a la democracia y tanto dolor a la sociedad.
Para poder entender este fenómeno voy a intentar explicarlo desde un término utilizado por la psicología llamado: “disonancia cognitiva” (o la teoría del autoengaño), término propuesto por el psicólogo estadounidense León Festinger.
El seguidor de un populista es un sujeto que apuesta por tener fe y esperanza a este nuevo líder que representa “sus ideales”, al que desde el principio le deposita una gran ilusión y la oportunidad de que con él se dé “un cambio”. Es a partir de que, este líder empieza a mostrar su personalidad dañada y las incoherencias de sus propuestas —las mentiras y el odio contra todo lo que sea diferente a su pensamiento—, que el seguidor empieza a tener al mismo tiempo dos pensamientos que entran en conflicto en relación con sus creencias.
Por una parte, está su deseo de que lo que le habían ofrecido se cumpla, y por otra parte está la realidad de lo que ve que está sucediendo y no corresponde a lo planteado inicialmente. Esta situación contradictoria produce una tensión interna en el pensamiento del seguidor, un sufrimiento, una incomodidad por la incoherencia entre lo que piensa, siente y quisiera que pasara, generándole displacer, ansiedad y angustia.
Hay un desencanto y el seguidor se siente frustrado, defraudado y tiende a escoger un pensamiento (mecanismo), que le permita “disimular” la molestia para no sentirse nuevamente derrotado y/o estafado. Se justifica a sí mismo, racionalizando la situación y así poder excusar a su líder.
Entonces, elije seguir defendiéndolo, seguir apoyándolo, llegando a mentirse a sí mismo (lo cual podría hacerse de manera inconsciente), para poder reducir el malestar y aceptar la mentira como verdad, al punto de llegar al autoengaño para poder continuar con la conducta sin sentir esa disonancia.
Es una negación de la realidad, cayendo en manipulación consigo mismo. La disonancia cognitiva es un mecanismo inconsciente que busca que la relación idealizada con su líder continúe existiendo, a pesar de comprender lo tóxico y lo nocivo que resulta su forma de proceder.
Como psicoanalista creo que el tema de la mentira tiene grandes repercusiones en la estructuración de la personalidad de cada sujeto y, por ende, en la determinación de las sociedades. Se hace necesario hacer mayor hincapié en educar desde la infancia basados en la “honestidad” con el fin de poder construir una sociedad más empática, respetuosa y humanista.
Melania Agüero Echeverría es psicoanalista.