Cuando los libros de historia cuenten la rapidez con la que fue derrocada la dictadura de Bashar al Asad, inevitablemente también tendrán que indicar que el inicio del fin de ese régimen opresor en Siria fue el 7 de octubre de 2023. El día que Hamás –con el apoyo de Hezbolá, de Siria, de Irán e incluso de Rusia– atacó a Israel, no sabíamos que estábamos descendiendo al noveno infierno.
En aquel momento nadie era consciente del costo acumulado que tendría el tener un conflicto bélico paralelo como el que estaba –y sigue desarrollándose– en Ucrania. Un conflicto que ha sido más largo, costoso y complicado de lo que jamás se hubiera imaginado Rusia. Aunque también es cierto que Ucrania nunca se hubiera podido mantener ni llegar hasta esta instancia si no hubiera sido por el apoyo de los miembros de OTAN y, en específico, de Estados Unidos. Con la consolidación del triunfo de Trump –consiguiendo en esta ocasión también el voto popular– es evidente que se alcanzará algún tipo de acuerdo, más encaminado a sosegar las tensiones internas de Putin que a ofrecer a los ucranianos la paz que anhelan.
Podría decirse que lo que hoy se vive en Oriente Medio comenzó el día en que la ONU aprobó, según el Mapa de Balfour, la Resolución 181, que en 1948 dio lugar al Estado de Israel. Ese día los israelíes vieron por primera vez el amanecer de una nueva nación, su nación, pero también a partir de ese día todos los israelíes –hasta este momento– nacieron y crecieron con la certeza de que estarían rodeados por múltiples enemigos y con la seguridad de que el mantenimiento de sus vidas les costaría sangre y sacrificio.
Lo que parecía imposible era que, en medio de un mundo dividido; de la incógnita sobre el regreso de Trump a la Casa Blanca; de la lucha hegemónica entre Estados Unidos, Rusia y China; la confrontación económica entre chinos y estadounidenses, y, en plena multiplicidad de crisis simultáneas, pudiera sumarse un nuevo conflicto que reconfiguraría el mapa geopolítico de Oriente Medio.
Hubo un momento en el que daba la impresión de que el Estado de Israel podía llegar a desaparecer. Sin embargo, hasta ahora los únicos que han ido desapareciendo son sus enemigos. Está claro que esto no hubiera sido posible sin el apoyo incondicional y sostenido de los estadounidenses.
A partir de aquí, pase lo que pase, ya no se podrá seguir viendo a Israel como un territorio pequeño en Medio Oriente que constantemente estaba luchando por salvaguardar su integridad territorial. En la actualidad, Israel se ha consolidado como una de las primeras potencias militares de la zona y la única nación que ha crecido de una manera desmesurada. No obstante, a pesar de su demostrada resiliencia y su apartente imbatibilidad, hoy el entorno de Israel sigue siendo igual o incluso más peligroso que antes. Sus enemigos, destacando principalmente a Hezbolá, están pendientes de cualquier signo de debilidad para atacar. La configuración y aseguramiento de sus fronteras sigue siendo un tema prioritario para la seguridad nacional e interna israelí.
La caída de Damasco afecta sobre todo a Moscú y deja claro que Turquía, por su posición geográfica y relevancia regional, siempre tendrá las manos libres para alinearse con quien le convenga. Las campanadas suenan en los Estados aliados de Bashar al Asad, Rusia e Irán, pero también en todos los países del golfo Pérsico, que han obtenido poder y prosperidad del choque bipolar entre Estados Unidos y Rusia.
La dictadura iniciada en 1971 con la llegada de Háfez al Asad –padre del luego dictador Bashar al Asad y pieza clave en el golpe de Estado sirio de 1963– contó con el respaldo vital de la Unión Soviética y, más tarde, de la Rusia de Vladimir Putin. Desde que la dinastía Al Asad tomó el poder en Siria, halló en la Unión Soviética primero, y en Rusia después, un aliado y protector a cambio de concesiones políticas y geoestratégicas. Asimismo, aunque con menor visibilidad, Turquía fue una nación que se vio beneficiada por la llegada de los baazistas a la región.
La Gran Mezquita de Damasco pudo haber sido un punto para unificar al mundo árabe. Sin embargo, tras la caída del Imperio Otomano y el surgimiento del protectorado de Palestina, los ingleses optaron por no jugársela por Siria –un actor no tan relevante en términos energéticos– y prefirieron centrarse en lugares sagrados como La Meca y Medina. Allí nació un nuevo país, Arabia Saudita, decisivo en el siglo XX y en el XXI gracias a sus inmensas reservas petrolíferas.
Desde la época de Saladino, siempre se supo que la estructura geopolítica de Medio Oriente llevaba de manera intrínseca un componente religioso. El anunciamiento y la futura llegada del Mahdi siempre ha sido la preocupación de algunos y la esperanza de otros. Mientras que para los suníes el Mahdi es el líder guiado por Dios que aparecerá antes del Día del Juicio para guiar a los musulmanes por el camino correcto y restablecer la justicia, sus interpretaciones no son tan inflexibles como lo son para los chiítas.
El panorama tanto para Israel como para Siria sigue siendo incierto, sobre todo si se considera la historia entre ambos países y el panorama actual de la región. Un ejemplo de la tensión y falta de cooperación entre sirios e israelíes está en la negación de la repatriación y entrega de uno de los personajes israelíes más admirados de su historia. Eli Cohen, agente encubierto del Mosad, es considerado como uno de los espías más efectivos de la historia moderna y uno de los israelíes más admirados. Fue tal su eficiencia que incluso llegó a ser considerado por el entonces presidente de Siria, Amin al-Hafiz, como posible viceministro de Defensa; sin embargo, antes de que se formalizara su nombramiento fue descubierto y ejecutado públicamente para dar muestra de lo que se hace con los traidores y, posteriormente, secuestrando y ocultando sus restos con tal eficiencia que casi sesenta años después de su muerte aún siguen sin ser encontrados.
Pocos países han experimentado una emigración tan profunda como Siria. Desde el inicio de la guerra civil siria en 2011, más de 13 millones de sirios han sido desplazados de su hogar, convirtiéndose en la diáspora con mayor número de afectados de todo el mundo. Ahora es el momento de revivir la ejemplar postura y liderazgo de Merkel, una líder que se desenvolvió de manera admirable no sólo durante la crisis de refugiados de 2015, sino durante la mayor parte que lideró Alemania. La política de apertura y acogida de Alemania para recibir a los refugiados sirios, a pesar de las críticas internas que le produjeron estas acciones, son muestra de un liderazgo basado en la empatía y el deber moral.
En este panorama, las campanas suenan también en Qatar, mientras se delinean las limitaciones de los Emiratos Árabes Unidos. Así, surge la interrogante: ¿Podrá Dubái seguir siendo la Viena del siglo XXI en medio de las tensiones entre Irán –respaldado por Rusia y China– e Israel, apoyado por Estados Unidos?
Lo de Siria es una muestra del terremoto social y geopolítico que se viene gestando desde hace años pero que ahora están mostrando sus consecuencias más tangibles. Un terremoto que traerá consigo una reconfiguración del mapa de la zona y en el que tanto Irán, Israel, Turquía y Arabia Saudita tendrán un papel sumamente importante. Tras la caída de la dinastía al Asad, la gran pregunta es quién gobernará Siria o, más bien, quién la controlará. ¿Quién evitará que emerja un nuevo mapa en el que Arabia Saudita y su alianza con Israel se tornen dominantes?
El gran problema es que los actuales ocupantes del gobierno sirio, bajo el liderazgo de Abu Mohammed al-Jawlani, no sólo son extremistas en muchos sentidos, sino que podrían multiplicar la inseguridad en los Altos del Golán, el Monte Hermón o en la región libanesa colindante con Israel. Podrían convertirse en una fuente de inestabilidad incluso mayor que Irak. Ante esta amenaza, Israel ha decidido colocar misiles a 40 kilómetros de Damasco, asegurando no sólo su hegemonía regional, sino también la capacidad de desplegar tropas rápidamente. Con ello, queda claro que la tenaza sobre el Líbano es absoluta.