ES uno de esos bucles melancólicos por los que Córdoba está siempre penando. El arraigo de la población en el Casco Histórico y la mejora de su imagen —esos delantales con lunares en la calle Deanes, esas camisetas estampadas colgadas en las puertas de las tiendas de regalos de Encarnación— constituyen un debate tan antiguo y tan falto de soluciones reales como, no sé, el punto y final a las parcelas con menos papeles que una liebre, como el cierre de la ronda de circunvalación, como el asentamiento de los vuelos regulares en el aeropuerto, como la limpieza de la vegetación del Guadalquivir. La segunda declaración patrimonial de la Unesco de la ciudad cumple mañana treinta años y hay motivos...
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