Asma al Asad es una mujer extraordinariamente bella. Nacida y criada en Londres, conoce los secretos de la alta costura europea y nunca careció de los recursos necesarios para aprovechar ese conocimiento. Trabajó en el sector financiero después de graduarse del King’s College de Londres, con títulos en Informática y Literatura Francesa.
Vivió una vida de privilegio y se convirtió en la cara “amable” de la dictadura Siria. Cierta prensa occidental complaciente depositó en ella esperanzas de reforma y le atribuyó una supuesta preocupación por los derechos de las mujeres. A la prestigiosa revista de modas Vogue no le tembló el pulso para llamarla “una rosa en el desierto”. El reportaje describía a los Asad como una familia democrática, dedicada al hogar y aficionada a vacacionar en Europa.
También les adjudicaba el mérito de haber convertido al país en el más seguro del Medio Oriente. El logro, claro está, no era producto de políticas modernas de combate a la delincuencia, sino de la represión indiscriminada. La seguridad se disipó hace una docena de años, cuando comenzó la guerra civil, y la rosa se marchitó en pleno desierto.
Asma está refugiada en Moscú con su esposo Bashar y sus tres hijos. Los gobiernos occidentales congelaron sus bienes, le impusieron restricciones de ingreso y hasta Inglaterra, su país natal, anunció que no sería bienvenida. Es cómplice de su marido en la sangrienta represión de las protestas del 2011 y en la despiadada guerra civil iniciada el año siguiente, con uso de armas químicas. Se enriqueció mediante un fondo para el desarrollo y con su participación en gran número de emprendimientos.
No perdió la vergüenza con el tiempo. Cuando contrajo matrimonio, su esposo ya había sido elevado, fraudulentamente, a la presidencia como sucesor de su padre, Hafez, asesino que gobernó desde 1971 hasta su muerte en el 2000. Nadie podía ignorar su autoría de la masacre de Hama, en 1982, cuando cercó la ciudad y destruyó dos tercios de ella. Al menos 10.000 personas murieron y algunas estimaciones hablan de 40.000.
Hama no es el único acto de brutalidad que debió conocer a la perfección una mujer educada en las mejores aulas inglesas, hija de padres sirios y visitante frecuente del país, donde conoció a su marido. No obstante, dio el sí y buena parte de la prensa la elevó al rango de influencia moderadora y modernizante, maravillada por su gracia y dotes de socialité. Esa es la prensa que no necesitamos, ni en Medio Oriente ni en Centroamérica.
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