«Hay que ver lo bien que cocina mi hijo», teniendo en cuenta que mi amiga es la que se ocupa a diario de los fogones, no es de extrañar que le escueza el comentario de la suegra. Conozco a otra que pasa el dedo por debajo de las camas, buscando polvo y una tercera que llama por teléfono los sábados a las nueve, para comprobar que la nuera está levantada, como Dios manda. De poco ha servido la Conferencia de Presidentes, más allá de la nueva cita en enero, para condonar –dice Sánchez– la deuda de las autonomías. Hay que ver lo ligero que anda el Gobierno en materia económica, los contribuyentes pagaremos la inoperancia y los excesos de las comunidades. En realidad, ha sido una grillera de voces que solo ha dejado claro que Sánchez apenas cuenta con cuatro barones (Asturias, Navarra, Castilla-La Mancha y Cataluña) y que varios de ellos tuercen el morro ante la financiación privilegiada de Cataluña. Emiliano García-Page ha exigido además un papel escrito acerca del pacto, porque hasta ahora, mucho hablar y poco poner cifras negro sobre blanco.
Por eso, porque los desacuerdos son más que los acuerdos, interesa la geografía de los gestos, que a menudo desvela más de las intenciones de la suegra que sus acciones. Por ejemplo, ese gélido saludo de Pedro Sánchez a la presidenta Ayuso, ese fugaz apretón de manos y paso al siguiente presidente, que es su especialidad cuando está incómodo. En el desfile de las Fuerzas Armadas de Madrid, por ejemplo, el presidente obvió al alcalde de Madrid, Almeida, e inmediatamente después le dio literalmente el culo, en un movimiento muy despectivo. Esta vez no podía poner la espalda, pero su cabreo era manifiesto. Esta conferencia no se hubiese convocado de no haber denunciado la Comunidad de Madrid en los tribunales que el presidente posponía una cita a la que está obligado por ley. Luego vino lo de Page. Estaba el presidente castellanomanchego deponiendo en la tribuna y Sánchez lo acució para que abreviase, señalando que se había pasado de los diez minutos preceptivos. La respuesta de García-Page ha sido: «Ya lo sé presidente, pero si prorrateo los temas por los tres años que lleva esta Conferencia sin convocarse…». Se ha oído entonces una carcajada de fondo.
La verdad es que la situación de las autonomías españolas es una enorme paradoja: Sánchez ha anunciado en el Congreso del PSOE de Sevilla que España se convertirá en Estado confederal (o sea, las comunidades se convertirán en países). El asunto es completamente anticonstitucional y Ayuso ha recordado el viernes que «España es un Estado de las autonomías y no federal», y que si alguien quiere cambiarlo ha de «ponerlo en un programa electoral» para que sean los españoles los que lo voten. Cataluña va a ser una nación con caja propia, Hacienda propia y funcionarios propios y se pide a los barones que asuman impotentes una transacción institucional sin precedentes desde la Transición.
No hay nada más hipócrita que una visita de la suegra mal avenida, con sus sonrisas de palo y sus pullitas bífidas. El malestar que subyace en el trato con ella es el resultado de una hostilidad larvada, apenas oculta bajo un manto de zalamerías. En Santander se notaba este contradiós. Mucho hablar vacío: ni se deroga la Ley de Vivienda, como pide la mayoría, ni hay acuerdo en materia migratoria, ni complace que Cataluña sea la enchufada de la clase. Las sonrisas eran armas cargadas de acíbar. Menos mal que hubo ensaladilla de langostinos, albóndigas de centollo, secreto asado con puré de manzana y, de postre, una tarta de queso pasiego, que siempre es de diez. Lo bien que cocina el marido.